-Iset, nunca dominarás el canto si no dedicas a ello todo tu corazón, querida. – La Ama de Novicias del Templo del Alba reconvenía a su pupila mas dotada por sexta vez aquella mañana. -Lo hago bien. –Respondió ella, tozuda.
-Cariño, puedes subir tu voz una octava, es un canto de alegría a la vida, no un himno de guerra. La voz debe fluir suave como la brisa de verano, no profunda como el retumbar de un cuerno de batalla…
-Pero, ama, a mi me sale así…
-Pues debes practicar más. – Sentenció la maestra algo irritada.- Tienes la mejor voz del grupo, y sin embargo hay novicias que te aventajan. No toleraré la pereza entre mis alumnas.
Iset bajó la mirada y contuvo su lengua. Apenas había cumplido los diez años y ya superaba en una cabeza a todas las niñas de su edad. Sin embargo apenas conseguía aventajarlas en las labores o tareas que les encomendaban. Quemaba la comida, sus bordados eran un auténtico estropicio, eso, el día que no partía las agujas, su danza era demasiado enérgica y su porte desgarbado. Sin embargo su talento curando enfermos era notable, y le gustaba trabajar al aire libre en el huerto, donde podía dar salida a toda la energía que sentía acumulada en su interior. Prefería mil veces que la enviaran a recolectar fruta o a cavar la tierra que a bordar un emblema o amasar pan. Le gustaba llevar mensajes, pues disfrutaba teniendo una excusa para correr por el templo, aunque por alguna extraña razón casi nunca la dejaban salir al exterior. Las visitas de Keremir o de alguno de sus hombres eran para ella una auténtica fiesta. Pero al cabo de los años se habían ido espaciando en el tiempo, y ahora apenas la visitaban mas de tres veces al año. Iset sentía que no pertenecía a ese lugar. Compartía la fé en Dwayna, la señora de los inocentes y los desamparados, la mensajera de los dioses y dueña del viento… pero no era la faceta amable de Dwayna la que comulgaba con ella, sino la cara oscura que desataba vendavales y castigaba el campo con tormentas. No eran pensamientos que compartir con sus compañeras. Durante su estancia en el templo había conocido representantes de Melandru y Lyssa, y había aprendido de ellos los principios de su fe. Pero como le ocurriera con Dwayna, era la faceta mas oscura de los dioses lo que la atraía… la fiereza salvaje de la diosa de la tierra, la pasión desmedida de la diosa de la magia y la belleza. Una y otra vez volvía su mirada a los recuerdos de su infancia en el templo de Balthazar. Añoraba el continuo repicar de las armas en el patio durante el día, el bullicio del comedor en las comidas o las ceremonias atronadoras de los sacerdotes guerreros. En el Templo del Alba todo era paz y armonía. Le pedían que cantara como canta un pájaro la bienvenida a la primavera, y ella se sentía un como un halcón intentando imitar los gorjeos de un jilguero. Su voz era potente, la voz que necesitaba una doncella guerrera para imponerse al rugido de la batalla y llegar con toda su fuerza a los corazones de los guerreros, enardeciéndoles con su música. No deseaba estar allí, y no sabía como escapar.
Aquella tarde la enviaron en castigo por su molicie en la clase de canto a transportar agua para regar los frutales del huerto de la colina. Iban con ella dos novicias y la Maestra de Bodegas que quería examinar el estado de las viñas. Iset iba contenta, pues aunque seguía en los terrenos del templo disfrutaba de la libertad que da el cielo abierto y calmaba su necesidad de acción con la caminata. La Maestra iba explicando a sus pupilas las labores de recogida que se estaban desarrollando en los campos, pues era temporada de siega. Se veían a ambos lados del camino grandes montones de trigo apilados en haces, y ella les contaba lo que se haría a continuación, como se separaría el grano de la paja y se seleccionaría según su calidad.
El trayecto estaba resultando ser una agradable excursión, cuando de pronto, la mujer y las niñas se detuvieron sobrecogidas. A apenas diez pasos de donde se encontraban, en el campo de trigo, había un cuerpo tendido. La mitad superior la ocultaban las altas espigas aún sin segar, las piernas sobresalían ensangrentadas sobre el campo ya cortado. La Maestra ordenó a las niñas que no se movieran y se acercó apresuradamente al hombre caído… quizá su magia curativa pudiera salvarle. Al arrodillarse junto al cuerpo no pudo evitar estremecerse, alguien había quebrado su columna como si de un muñeco se tratara, el hombre estaba literalmente casi partido en dos. Gritos a su espalda la hicieron volver a la realidad. Sus alumnas, haciendo caso omiso a sus instrucciones la habían seguido. Iba a regañarlas cuando se percató de que las muchachas no miraban al cadáver, sino que sus ojos se dirigían espantados a algo situado a su lado en el trigal. Por el rabillo del ojo tuvo el atisbo de una sombra que se erguía ante ella… su mente apremió a la magia, sus manos se prepararon para ejecutar un hechizo… pero nunca llegaría a lanzarlo. Sintió que el cielo volcaba y su rostro cayó al suelo caliente entre la paja recién cortada. No sintió nada mas. Iset contempló el cuerpo decapitado de la Maestra de Bodegas y sintió que una calma fría la invadía. Miro al demonio o lo que fuera aquello que había asesinado a la vieja sacerdotisa. Los brazos de la criatura eran exageradamente largos y acaban en una especie de gruesa uña afilada. “Necesito un arma”. Su mirada examinó el suelo en busca de una piedra o palo, y se toparon con la abandonada guadaña de siega del campesino muerto. No era un arma diseñada para luchar, pero era un arma. Los gritos aterrados de sus compañeras llamaron la atención del monstruo, que volvió su simiesca cabeza en dirección a ellas. Las muchachas pusieron pies en polvorosa y el monstruo se tensó para saltar sobre su presa. Iset se desplazó un paso, recogió la guadaña y sin saber muy bien lo que hacía la hizo girar sobre ella para darle impulso. Un crujido y un tirón le confirmaron que había impactado. El monstruo se había quedado congelado en el sitio… segundos mas tarde se desplomó con la hoja de metal sobresaliéndole del cráneo. Iset miró al monstruo y se miró a si misma, la sangre la había salpicado la túnica blanca y azul de novicia. Se sorprendió a si misma pensando que aquello estaba bien. Sangre en la ropa, el corazón acelerado, la excitación del combate, el enemigo vencido a sus pies… eso es lo que ella deseaba. Aquello era para lo que había nacido. Aquella tarde fue un hervidero de acción en el templo de Dwayna, la noticia de que había monstruos campando a sus anchas por los campos sobrecogieron a la población local y se hizo acudir a los Lanceros del Sol. Durante horas, tuvo que repetir a diferentes personas y autoridades su versión de lo acontecido. No tuvo problemas en ello, recordaba todo perfectamente, como siempre. Se sintió halagada cuando la Capitana de los Lanceros alabó su valor y determinación. Y extrañada cuando descubrió que las otras novicias la observaban con temor. No se había quitado su túnica manchada, de hecho no la molestaba. Exhibía orgullosa la prueba de su victoria. Al amanecer del día siguiente se celebraron los funerales por la sacerdotisa asesinada. E Iset rezó por ella de corazón.
Días mas tarde, Keremir, la Capitana de exploradores del Templo Septentrional se pasó a verla por el templo pues la noticias había llegado hasta ella. No tenía órdenes precisas al respecto, pero sabía lo que tenía que hacer. Cuando se encontró con Iset no se sorprendió al verla con un hatillo a sus pies preparada para el viaje.
- Quiero volver contigo. – le dijo la niña. Keremir no objetó nada. Habló con la Madre Priora del templo y tras intercambiar información y recibir algunos consejos, cogió a Iset de la mano y marchó con ella.
Así fue como Iset se convirtió en la novicia mas joven del Templo Septentrional de Balthazar , años mas tarde se había convertido en una guerrera tan excepcional, que la autorizaron a consagrarse con sólo trece años como Sacerdotisa Guerrera al servicio del dios de la guerra. Durante mas de una década sirvió en el templo bajo la tutela del Gran Maestro de Armas que al conocer su regreso se había hecho cargo de su educación y entrenamiento. Los años la hicieron mas fuerte, mas letal y también mas hermosa. Pues Iset había sido bendecida por los dioses en muchos aspectos. Pero su voluntad y su devoción la mantuvieron distante e inalcanzable para todos aquellos que intentaron acercarse a ella. Algún tiempo mas tarde llegó el día en que Iset volvió a coincidir con la Capitana de los Lanceros, ahora Mariscal, que se encontrara con ella en el Templo del Alba y la mujer, recordando el valor de aquella niña de cabello y ojos plateados la invitó a unirse a sus filas, pues se acercaban tiempos de incertidumbre y todo buen guerrero sería bienvenido. Iset, deseosa de experimentar y aprender, pidió la bendición a su maestro y marchó con los nuevos reclutas hacia Istán. El Gran Maestro de Armas, Thanos, la vio marchar con orgullo y tristeza entremezclados. En el templo, donde todos la conocían desde niña, siempre había estado protegida en cierta manera, ahora se enfrentaría no sólo a monstruos y peligros, sino a la maldad y la ambición del hombre. Thanos, recordando la noche de su venida, entornó los ojos para mirar al ardiente sol. -Sólo espero, viejo colérico, -le dijo al dios- que sepas lo que haces con ella. Durante años habían indagado sobre el pasado y origen de la muchacha, y lo que habían descubierto les había obligado a jurar voto de silencio sobre el asunto. Sólo el Sumo Sacerdote y él mismo conocían la verdad sobre Iset. El viejo sacerdote se preguntaba cuando llegaría el momento en que los secretos dejarían de serlo, e Iset debiera afrontar la verdad.
CXVI .- Interludio: Noche de tormenta
Hace 13 años