jueves, 29 de julio de 2010

Crowen (XXXIV) Recuerdos antes de la batalla.


Estoy preparada.


He pasado horas comprobando todo minuciosamente. Cuando tratas con demonios no puedes cometer fallos. El primer fallo de hecho, es tratar con ellos.

Nunca se sale bien parado de un trato con las criaturas del inframundo. Por muy viejo, sabio y retorcido que tu puedas ser ellos siempre lo son mas.

Mi primer trato con demonios fue a muy corta edad y el resultado se saldó con dolor y tragedia. Mi madre murió y su alma fue secuestrada, lo que me hizo perderla en esta y otra vida. Durante toda mi larga existencia siempre he encontrado un momento para investigar, rastrear o perseguir las andanzas de la Doncella de Llama y Ceniza como se la conoce. Zai Yimissa es su nombre, un nombre por el que tuve que pagar un alto precio.

Zai me ha observado desde la distancia sin intervenir hasta determinado momento, cuando trató de aliarse con el desheredado Príncipe Sombra, Baazel, a cambio de otorgarle poder sobre mi para evidentemente en el futuro doblegarme. Pero… debería saber que no se puede hacer tratos con demonios.

Tsk… Baazel es otro demonio con quién no se puede jugar. Yo lo hice y me abrasé hasta el tuétano. Ni siquiera la no-vida me ha librado de los pactos que firmé con él. Los pactos de sangre nunca prescriben, por eso son tan populares. Ahora Baazel es un mestizo destronado con un poder latente en su interior, sus idas y venidas en mi vida parecen casuales pero si algo aprendí, es que no hay nada casual y menos tratando con demonios.

Baazel acudió a mi hace unos meses y dio sentido a las ensoñaciones de mi entonces fragmentada memoria, para desolación de Gaheris que supo que en aquél momento me perdía y satisfacción del demonio embaucador que una vez mas consiguió atraerme al lado mas oscuro de la penumbra con mi entusiasta participación.

Con mi memoria restaurada pude reclamar mi legado finalmente, reconstruir mis lazos con el otro mundo y reunir a mis camaradas espirituales una vez mas a mi alrededor. Volví a tener conciencia de la existencia de mis antiguos enemigos, incluida Zai, la zorra esquiva de Misao o la afilada y cruel Sarah. También fui mucho mas consciente de los amigos y aliados perdidos.

Krayten Cross, Kumara Drakengard, Samuel, la divina Iset, Persival el poeta y su feral esposa y sobre todo… Valdor.

Valdor Skarth.

Señor de la Atalaya, mi aprendiz, mi maestro, mi compañero, mi amante. Dudo mucho que nunca sea capaz de vincularme con alguien como lo estoy y estuve con él. De hecho se que nunca volveré a estar completa sin él.

A los no-muertos nos gusta recordar. Los recuerdos de nuestra vida tienen un color y un sabor totalmente distintos a los de la no-muerte. No se siente igual, no se percibe igual.

Yo conocí a Valdor estando viva, siendo mortal aún. Él sin embargo ya estaba muerto. Los mejores años de mi vida los pasé a su lado y por mucho que bucee en siglos de recuerdos no hay ninguna otra época de mi vida que pueda ni remotamente compararse.

A su lado alcancé mi mayor esplendor, el culmen de mi poder, de mi conocimiento. Le conocí de forma… ¿casual?...durante una reunión. Me llamó la atención su lengua mordaz, deliciosamente irónica y aguda, su mente brillante de buenos reflejos y su mirada opaca y grave. De tez cerúlea y apagada, cabello desgreñado y lacio, su porte huesudo y agarrotado y su actitud burlona y desafiante me intrigaron.

No pasó mucho tiempo hasta que me lo llevé a mis dominios y lo tomé bajo mi protección, primero como criatura para estudio, me interesaba su condición única como alzado, mas tarde como aprendiz y cuando por fin me superó en mi propio arte, como consorte.

Fue él quién me trajo a la no-vida tras mi asesinato y fue el quién me protegió de la muerte definitiva cuando combatí tozudamente hasta mi propia destrucción.

Si estoy aquí hoy es gracias a él.

Cuántos recuerdos, bienvenidos y maravillosos recuerdos.

Las runas de sangre se abren camino en mi carne. Heridas que se llagan a ojos vista mientras el poder del Libro de Sangre penetra en mis venas y se alimenta de mi dolor y sacrificio. Todo tiene un precio, el grimorio me lo hace pagar cada vez que recurro a él. Es tan parte de mi como yo lo soy de él y la única criatura a parte de mi que está ligada a él en este mundo es Valdor, por mi propia voluntad, por la de ambos.

Soy la última heredera de mi linaje, mi línea de sangre perece conmigo y aunque en su momento comprometí mi palabra con Baazel a cambio de que lo imposible se hiciera probable nunca consumamos las circunstancias cuando él tenía poder para ello y no conozco a ningún otro demonio con quien me apetezca intentarlo. Ya he tenido bastantes demonios en mi vida y no-vida. Mi cuerpo frío y lívido permanece en un éxtasis conjurado por mi consorte y así seguirá.

Soy Crowen Skarth de la casa Malarod, soy la última de mi estirpe.

Llevo meses preparando una trampa mística para una vieja enemiga. La retorcida y ambiciosa Zai Yimissa. He corrompido sus nexos de poder uno por uno, siguiendo sus pasos a lo largo y ancho del mundo, destruyendo los nidos de adoradores y purgando los sacrificios que se hacían en su nombre. Lo suficiente para debilitarla, no lo bastante para dejarla indefensa y que huyera a ocultarse como la cobarde que es a un infecto rincón donde poder fortalecerse.

Se que está rabiosa, se que está furiosa y me anda buscando. Quiere destruirme antes de que pueda convertirme en una auténtica amenaza para ella. Sigue siendo mas fuerte que yo. La no-vida no me ha tratado bien y apenas soy una sombra de lo que fui pero eso nunca me ha detenido.

Zai es arrogante y me subestima. Tiene razones para ello, ya me ha derrotado antes y quiero que sepa que puede volver a hacerlo. Si no fuera así no acudiría. Si no acude hoy dentro de poco será demasiado fuerte.

Mientras dejo fluir lentamente la densa y oscura sangre por mis antebrazos pienso en ella y pronuncio en voz alta su nombre. En ese momento ella me percibe y durante apenas un instante la dejo localizar mi esencia. Casi puedo oir la risa sorda en su pecho cuando se revuelve para husmear mi rastro en las líneas nexo.

He cometido adrede un leve error, un error sutil para que pueda percibirme. Que venga. Soy presa fácil, estoy sola.

Ah… la siento. Ya viene. Como la araña que siente las vibraciones de su almuerzo en la tela cuidadosamente tejida.

Y mientras ella se acerca yo recurro a mi baza escondida. Mi mente aletea y se escinde buscando a aquellos con los que me he vinculado en los últimos tiempos.

Theron el brujo…. Gaheris el caballero rúnico… se que acudirán. Sentirán el fragor de la lucha, sentirán mi dolor y mi rabia y acudirán. No se lo he pedido, pero acudirán.

Y ellos volcarán la balanza.

Y por fin tendré a Zai a mi merced para torturarla hasta que libere el espíritu de mi madre y pague su deuda de sangre.

lunes, 1 de febrero de 2010

Crowen (XXXIII) Hambre salvaje. 2ª parte.

Ahora soy vagamente consciente de lo que entonces ocurrió. La demostración de Enar había revolucionado a los enanos del campamento que nos había acogido, creo recordar gritos vagos de alarma y el chasquido de las armas de fuego al cargarse, pero en aquél momento todo me daba igual.
Esos momentos de ensoñación en los que el mundo parece menos real a mi alrededor son escasos y preciosos y rara vez me resisto a ellos. Recuerdo como Enar se irguió amenazador e intimidatorio, haciendo recular un paso a los exploradores que se agrupaban en los límites iluminados de nuestra hoguera, recuerdo su gesto de desafío y advertencia… y lo mas irracional del asunto. Recuerdo como me alzó en brazos, como si apenas advirtiera mi peso, izándome sobre su propia montura, un enorme lagarto de escamas ónice y fuego que ya me había llamado la atención cuando arribé al campamento.

El paso flexible y veloz del reptil nos hizo volar sobre la arena, soy incapaz de recordar si pasó mucho o poco tiempo, sentía la sangre retumbar en mis cabeza aturdiéndome y cegando mis sentidos, Enar olía a sangre y poder, un poder oscuro y antiguo que me moría de ganas de poseer.

Soy consciente de haber entrado en los dominios de los dracos de bronce, y recuerdo que una parte de mi se sorprendió porque no nos detuvieron, los celadores nos miraron con el mismo interés que se podría dedicar a un grano mas de arena en el desierto, no éramos importantes y eso lejos de herir mi orgullo, me reconfortó.

Enar nos arrojó por el portal desgarrado de una falla temporal estable, es decir, en términos divulgativos, un portal permanente a otra época. Mas tarde descubriría que ese paraje del antiguo Hyjal al que accedimos es un momento congelado fuera del continuum espacio temporal, en otras corcunstancias me habría parecido fascinante, pero en aquél momento estaba en juego mi propia supervivencia y a juzgar por mi estado de frenesí demencial, iba a necesitar de toda mi concentración para recuperar el control.

Recuerdo con meridiana claridad el contraste al pasar en menos de un segundo del árido y seco aire de Tanaris a la atmósfera impregnada de humedad y aromas montañeses del antiguo enclave elfo. El musgo y la hierba invernal sustituyeron a la arena y la roca, el cielo nocturno límpido y despejado cedió su lugar a la bóveda celeste y nublada de la montaña y los olores a sal y polvo dejaron paso al frío aroma de la nieve y el pinar.

No fuimos muy lejos, y en camino vislumbré luces de una aldea en la distancia, al parecer allí vivía gente, pero si aquello me intrigó, no tuve tiempo de ponderarlo, Enar guió a su montura por un sendero descendente entre la roca y el matorral bajo, el descenso era brutal y alocado, sentí en muchas ocasiones como las patas del raptor se deslizaban sin control, con esa sensación que te embarga al bajar una pendiente a demasiada velocidad, tu única alternativa es seguir corriendo pues si tratas de detenerte, te despeñas.

Alcanzamos vivos y enteros la falda de la ladera, era de noche y no había luces para iluminar ni el camino ni el paisaje, antes de conseguir orientarme me encontré a la orilla de una gran masa de agua, un lago. Había que ser ciega para no percibir la magia que emanaban aquellas aguas, magia de vida y eternidad. Cuando alcé mis vista me encontré con la sobrecogedora visión del árbol mas alto y gigantesco que he visto y seguramente veré en mi vida, la única maravilla comparable es el Teldrassil del los Kaldorei en el norte de Kalimdor. Estaba en Hyjal, en otro tiempo y lugar… aquél era sin duda el legendario Nordrassil.

El desconcierto me costó caro. No bien Enar detuvo su montura, descendió arrastrándome consigo, mientras veía como el enorme lagarto se perdía trotando tras una de las gigantescas raíces, la bestia que era Enar en ese momento me manejó sin esfuerzo, llevándome con él unos pasos hasta estrellar mi espalda contra la corteza del árbol, inmovilizándome con una sola mano sobre mi pecho.

Yo estaba presa de una extraña euforia que había reducido mi instinto de supervivencia al tamaño de un guisante, no sentía ni pizca de miedo, estaba mirando a los ojos a alguien que deseaba devorarme literalmente, nada de metáforas inspiradas, Enar quería arrrancarme la carne de los huesos a mordiscos, mastiala y deglutirla, estaba sediendo de mi sangre, desbocado y yo lo único que era capaz de sentir era una extraña liberación. No. No deseaba morir… era simplemente que mi parte mas salvaje, irracional y alocada deseaba que lo intentara.

-Podría destrozarte. –sus garras presionaron contra mi pecho, arañando la coraza que lo cubría.
-Pero no lo haces. –le piqué yó.

Enar rugió y me demostró de dos zarpazos que estaba jugando no ya con fuego, me había metido de cabeza en un incendio. Mi pechera y algunas partes de mi armadura volaron hechas pedazos, la piel que antes cubrían se resintió por los golpes. A mi me dio por reir.

- ¿Alguna vez has acechado a un depredador?- le pregunté- Cuando les acorralas se vuelven peligrosos.
- Demuéstramelo. –su invitación era un reto.

Y en ese terrible momento fué cuando comprobé que me había pasado de lista.

Enarhíon era mucho… mucho mas fuerte que yo. Incluso canalizando todo el poder de mi magia de sangre en mis extremidades, incluso clamando a toda la energía oscura y tenebrosa que era capaz de convocar, apenas era rival para su fuerza y ambos éramos veteranos combatientes por lo que tras un rato de forcejeo, terminó subyugándome.

Odio que me dominen, lo odio, es superior a mis fuerzas, cuando tratan de doblegarme me rebelo de forma instintiva, sólo recuerdo haber permitido dominarme como parte de nuestro juego a Valdor… pero en otras circunstancias, claro. Ejem.

No me sentía indefensa ni vencida, pero si prisionera, Enar me tenía atrapada con su cuerpo, había doblado mis brazos sobre ni propio pecho y con sus garras me inmovilizaba en una llave que nada tenía de improvisada.

- Esperaba algo mas de resistencia. –me espetó intencionadamente burlón- Te defiendes como una débil elfilla a la que intentan violar.

Si trataba de provocarme, lo consiguió. Había conseguido cabrearme.

- Vaya, así que te he decepcionado. Pues entonces según tus reglas ya no soy digna para morir a tus manos. –siseé, por efectismo pero también por falta de aire, Enar pesaba mucho.

Él gruñó irritado y me zarandeó, su demostración de fuerza le separó un poco de mi y entonces aproveché toda la experiencia que había adquirido tras décadas de luchas para escabullirme de su abrazo. Me deslicé a un lado mientras él perdía al equilibrio, desembarazándome de su presa, algunas piezas de mi armadura colgaban mal sujetas de mis piernas y caderas, eran mas un estorbo que una protección. Me desprendí de ellas. Total, la parte mas vulnerable de mi cuerpo estaba ya al descubierto, me daba igual ya estar cubierta por una ligera túnica interior, si me atrapaba y quería destrozarme unas pocas piezas de metal no se lo impedirían.

Me había equivocado aturdida por mi hambre, esta no era una batalla que podía ganar en el plano físico, era una batalla que debía superar allí donde no temo a ningún rival. El de la voluntad.

Eramos dos depredadores, ambos presa del hambre, de la angustia de la soledad, de la certeza de ser extraños en un mundo que no nos entiende. Pero en una lucha así no puede haber dos depredadores, alguien debía transformarse en cazador, alguien debía ser presa.

- Quiero tu sangre. –le dije. No era una petición, no estaba pidiendo permiso, tampoco era una orden, era simple y llanamente una afirmación.
- Yo te quiero a ti. –me susurró él en un ronco rugido.

Las implicaciones de aquella frase me desconcertaron un instante, pero Enar me había dado demasiado poder con ella. Era mío. Era mi depredador, yo era la cazadora. Al fin lo comprendía, al comprenderlo sentí que mi mirada lo traslucía y encontré en sus ojos el eco de la satisfacción.

Le embestí sin miedo, saltando hacia su pecho, ya sabía que él me cogería, no se resistió a mi ímpetu y se dejó caer, de espaldas. Ja. Esa postura me convenció mas.

Tenía hambre y sed y la sangre de su cuerpo me seducía poderosamente. La naturaleza no me ha dado ni garras ni colmillos, mi cuerpo nunca experimentó cambios físicos cuando fui alzada así que normalmente me sirvo de dagas o punzones para abrir la carne. Pero aquella noche no poseía ni uno ni otro, así que mordí con saña, consciente de que le causaría dolor. He visto a algunos bebedores de sangre decantarse por las muñecas de sus presas pero donde esté un buen y tradicional mordisco en el cuello que se quiten las modas ñoñas.
Recuerdo que reí mientras me alimentaba, estaba saciando el anhelo que me había estado torturando no ya horas… es un deseo primario que vive constantemente conmigo, agudizado por la cercanía de seres poderosos o únicos como Enarhíon.

Mi cuerpo estaba colmado de sangre de dragón, sentía la magia de los aspectos arder en mis venas, eso era lo que había atraído a Enar hacia mi, pues él era un manágafo y mi presencia le había enloquecido. Me he alimentado de muchas criaturas, mortales, no muertos, dragones y demonios, algunos poderosos, otros menos, mi hambre fue despertada al consumir al Rey Sombra, el padre de Baazel, nunca he vuelto a sentir algo semejante y dudo que vuelva a experimentarlo en lo que me queda de existencia, esa certeza transforma mi hambre en una realidad insaciable e infinita, soy consciente de que nunca, jamás… podré calmarla. Pero en contadas ocasiones, en muy contadas ocasiones… encuentro a un ser único que por lo extraordinario de su naturaleza, su sangre despierta en mi sensaciones de auténtico extasis. Y beber de esas criaturas me aplaca durante un tiempo, me otorga paz. Lo que yo sentí al beber de Enarhíon fue espectacular.

Enar se había estado alimentando de otros como él, Señores de la Sangre, siervos poderosos del exánime, criaturas antiguas y ancestrales ocultas en las ruinas de civilizaciones hace ya tiempo olvidadas. Beber su sangre me dio acceso a todas y cada una de ellas, serpentearon en mi interior, pegajosas y oscuras, pero la sombra es mi Arte, mi vida, soy sombra en estado puro, de ella me alimento. ¿Quién dijo que somos lo que comemos? Sonreí cuando me invadió la euforia, sentía mi hambre saciada y domeñada, dioses, me sentí liberada de verdad.

Creo que la sensación fue tan poderosa y violenta que lloré lágrimas de sangre, era incapaz de parar, quería drenarle por completo, recuerdo que mis dedos se engarfiaron en su carne, le estaba hiriendo con mis uñás, le desgarraba con mis dientes.
Pero él era mucho mas fuerte que yo. Me alzó separándome de él muy a mi pesar. Y entonces me recordó una lección que ya debería tener aprendida. Alimentarse de un depredador tiene sus riesgos.

Cuando la violencia se desató sobre mi, apenas pude contenerla, mis ojos se desviaban una y otra vez hacia sus heridas sangrantes, él me mordía y yo, en lugar de defenderme… lo que intentaba era volver a morderle a él.

No tengo claros los detalles de la lucha desatada que se desplegó a continuación, está todo soterrado bajo una neblina rojiza de dolor y sangre.

Enar se alimentó de mi, tengo sus colmillos y garras marcados por todo el cuerpo, soy consciente de que a punto estuvo de perder el control, mi cadera aún está regenerando la carne que le falta, ser un magus de sangre tiene sus ventajas y la sorprendente capacidad de regeneración de mi cuerpo es una de ellas. Mientras recordaba he conseguido arrastrarme fuera del agua, la orilla a la que llego no es en la que sucedió todo anoche. ¿Me alejé nadando? Quién sabe. No es descabellado sumergirse cuando tienes cerca un depredador, no puedo ahogarme y el agua elimina el rastro, encaja en mi forma de pensar.

La toga está hecha jirones así que la deshecho. No tengo ni idea de dónde están mis pertechos, los trozos de mi armadura o dónde demonios me encuentro. Pero estoy viva, viva y colmada de energía y sangre oscura. La sangre de Enarhíon.

Las heridas se van cerrando con sorprendente rapidez mientras camino desnuda en dirección a las columnas de humo claro que desvelan la existencia de una aldea.

Anoche bebí la sangre de una criatura única. Paladeo el regusto del sabor de Enar en mi lengua y sonrío.

Quiero mas.

Crowen (XXXIII) Hambre salvaje. 1ª parte.

Chasqueo el cuello con un desagradable crujido y entorno la vista emergiendo desde el sopor oscuro y desapacible de la inconsciencia provocada por el trauma físico.
¿Qué demonios me ha pasado?

Estoy medio sumergida en el agua, con apenas una toga rasgada cubriéndome el cuerpo, un cuerpo que siento desgarrado, lacerado y lleno de moratones. No me sorprendo cuando me miro las muñecas y veo las marcas amoratadas que dejan las garras, aunque lo pero lo descubro en la cadera y el vientre donde alguien se ha ensañado a mordiscos y no son marcas de dientes humanos. Un ramalazo de dolor me golpea de pronto como la punta de un cuchillo al rojo vivo, creo que el hueso de la clavícula derecha está hecho añicos.

Me muevo un poco, el agua a mi alrededor está teñida de rojo, como la niebla febril que envuelve los recuerdos de la noche violenta… de pronto enfoco la vista y miro alrededor, el paisaje que me rodea se descubre poco a poco cortándome la respiración, cuando realizo dónde estoy casi por un momento se me olvida hasta el dolor, casi. Las aguas del lago donde me encuentro emanan una magia poderosa y primordial, me quedo estupefacta al descubrir que son las mismísimas aguas que riegan las raíces de un árbol legendario, el Nordrassil. Si, ese árbol, el ancestral árbol de vida de los Kal´dorei, destruido hace demasiado tiempo como para que las razas de vida menos longeva lo recuerden.

¿Cómo puede ser? La respuesta se encuentra en las cavernas del tiempo, baluarte y guarida del Vuelo Bronce en Azeroth, donde actúan como celadores del tiempo y enfrentan los tejemanejes de los corruptores infinitos, los enemigos por autonomasia de los dracos de bronce empeñados en afectar el presente influyendo para alterar los hechos ya acontecidos en el pasado.

En circunstancias normales puede que hubiera tenido que emplear toda una vida para ganarme su confianza, pero alguien ha intercedido por mi. No he querido indagar demasiado en las deudas contraídas, Enarhíon se ha mostrado reservado al respecto y no soy amiga de cotillear en la vida privada sin razones de peso.

El cómo he acabado aquí es cuando menos… complejo. Hace apenas cuatro días seguía una pista de Zai por Tanaris, mis pesquisas me condujeron a un nexo de poder latente que la diablesa de llama y ceniza había vinculado a ella. Como en ocasiones anteriores, decidí apropiármelo pero algo salió… digamos, regular.

El nexo en Tanaris estaba ligado con el que yo había corrompido en Silithus, al activarlo desperté el poder de una línea ley y sin saber muy bien cómo, acabé boca abajo, mareada y aturdida en el desierto de los silíthidos, con una jaqueca de gigante y cargada de abrasadora energía primordial.

El día podía haber terminado allí, una de esas cosas que a veces me pasan, pero el destino, porque a veces, no puede llamarse de otra forma, me hizo encontrarme tras deambular un par de horas bajo el sol del anochecer con alguien a quién tarde o temprano deseaba encontrar. Enarhíon.

Supongo que mi rostro debió reflejar por un momento una expresión tan sorprendida como la suya. Llevábamos mas de dos meses intercambiando correspondencia, sin danos cuenta, línea tras línea, frase tras frase… habíamos conseguido intimar. Así que el reencuentro fue extraño, como encontrarse con un amigo al que hace media vida que no ves y tras cinco minutos parece que fue ayer cuando te despediste.

Enarhíon me había advertido en las últimas cartas sobre él mismo, creo que una parte de él se había implicado demasiado y de pronto su tono se había vuelto mas cauto, como si temiera espantarme por culpa de algún oscuro secreto que era consciente que debería revelar.

Nuestras primeras frases al encontrarnos fueron algo que no quedará en la memoria de los tiempos por originales, pero una vez superado ese hielo quebradizo que a veces nosotros mismo erigimos por precaución o desconcierto, las palabras fluyeron como arena fina y sin darme cuenta, el día se había tornado en noche y hablábamos intensamente en torno a una hoguera de matorral reseco en el campamento de los exploradores enanos con los que viajaba Enar.

Las cartas compartidas habían establecido un margen de confianza entre nosotros, pero debo reconocer que me sorprendió la trasparecía y audacia con la que tras un buen rato me abordó.

Desde que comenzáramos a hablar yo me había sentido en tensión, no me extrañé demasiado, yo siempre estoy en tensión, es muy difícil que baje la guardia incluso en situaciones en las que la lógica me insiste en que me encuentro a salvo. Sin embargo a medida que Enar me hablaba sentí como si algo no fuera bien.

El fuego ardía con fuerza moderada, danzando como corresponde a una hoguera que se precie, chisporroteando ocasional mente mientras nos envolvía en luz y calor. Su animado ondular proyectaba sombras en el rostro de Tejemuerte dotándole en ocasiones de un aspecto… peligroso, casi macabro. Cuando por segunda vez tuve la sensación de percibir en el límite de mi visión que algo no encajaba, me erguí y encaré a Enarhíon totalmente en alerta.

- ¿Qué eres? No eres como te dejas percibir. –le dije con todas mis alertas aullando en mi inconsciente.

La transformación que a continuación tuvo lugar fue estremecedora, el me miró de pronto de forma depredadora, sus iris se agrandaron y enrojecieron instantáneamente, como si hubiera tocado un oculto resorte y en ese momento fui consciente de que mi existencia corría peligro.

- Te he hablado de mi muerte en la fortaleza del terror. –susurró de pronto mientras sus manos se alzaban hacia los botones de su camisa y comenzaba a desabrocharlos- Te he contado como fui empalado y torturado, cómo fui devuelto a la existencia, cómo me ataron y sellaron mi poder.

Y entonces Enharíon se descubrrió el pecho mientras hablaba, cuando me muestró su torso la dura luz proyectada por el fuego hizo que las terribles cicatrices que cruzaban la piel pálida parecieran aún mas profundas y devastadoras. No pude evitar recordar en ese momento a Elric Drakkengard, hace mucho tiempo pude contemplar las marcas de las torturas a las que había sido sometido por los trols, quemado vivo y atravesado por lanzas durante horas hasta que fue dado por muerto. La macabra ironía de todo el asunto era que había sido el último de su batallón en ser torturado, los trols estaban cansados y aburridos y fueron menos concienzudos, aquello le salvó la vida, pero dejó su espíritu y su cuerpo mutilados para siempre. Cuando le contemplé comprendí muchos aspectos del porqué era como era. No sentí compasión, simplemente comprensión.

Con Enar me ocurrió lo mismo, cuando ves un cuerpo destrozado de esta forma el recuerdo del dolor que debió haber sentido te estremece, pero luego le miras a los ojos y entonces descubres que el autentico drama es el que aún corrompe el alma. La resignación silenciosa que asume el rechazo y la incomprensión que sabe que despertará en aquellos que los contemplan, porque los que le miran ven en el reflejado su propio miedo, su propia mortalidad, su fragilidad. Mucho mas de lo que la mayoría de las personas corrientes pueden o quieren soportar.

Pero yo no soy corriente, la muerte no me asusta pues camino con ella desde que era niña. Cuando mi palma desnuda se apoyó en su esternón, allí donde la carne recuerdaba el trauma provocado por la lanza no sentí el habitual estremecimiento que causo en los vivos, mi piel habitualmente está mas fría que la de un mortal, incluso caldeada por la cercanía de un fuego, sin embargo Enarhíon estaba tan helado como yo.

Nos miramos a los ojos en silencio. Se que no vió en ellos compasión, para mi es un sentimiento ajeno, como los celos o el instinto de posesión que exhiben algunas personas y que tan desconcertante e irritante considero. Creo que Enar se vio reflejado en mi, creo que en ese instante las dudas que durante meses le habían atormentado se disiparon. Quizá todo estaba planeado desde el principio, quizá todo había sido una prueba. Tambien es posible que simplemente por muy criatura del caos y la oscuridad que fuese se había sentido solo, y por muy oscura y solitaria que yo fuera, había respondido a su carta. Qué mas da. Las cosas suceden porque suceden… es la única explicación que se me ocurre para lo que a continuación hizo él.

- Hay mas Crowen. Algo que no he revelado a nadie, algo que sólo unos pocos conocen, y la mayoría de los que lo conocen ansían destruirme. No esperaba encontrar en ti un digno rival, y eso en lugar de protegerte te pone en peligro, pues yo solo destruyo a aquellos que considero dignos de enfrentarse a mi. – Enar ladeó la cabeza, sus rasgos y su expresión iban perdiendo humanidad por momentos.

- Me advertiste en tu última carta que la confianza era una trampa. ¿Pero quién de los dos ha caído en ella, Enarhíon? –Poner caras inocentes nunca se me ha dado bien, pero las expresiones de sádica peligrosa las bordo, así que le regalé la visión de mi mejor pose.

Él se rió, una risa grave y algo hueca, potente. No se en que momento ambos nos habíamos incorporado y así, de pie, uno frente al otro, Enar dejó caer la ilusión con la que revestía su aspecto y me mostró la criatura de pesadilla que se escondía tras la apariencia de un elfo de sangre.

A mis ojos pareció crecer, fluctuando como cuando los druidas cambian de forma, sus hombros se ensancharon y se cargaron, soportando el peso de unos brazos excesivamente largos terminados no en manos, sino en garras de dedos articulados. Su mandíbula se proyectó levemente mientras su cráneo se agrandaba en proporción al tamaño de su cuerpo, los colmillos apenas disimulado tras sus labios en forma élfica, se mostraban ahora de forma evidente. El pelo negro, lacio y abundante se le derramaba por los hombros y la espalda contrastando sobre la palidez de su piel.

A pesar de su tamaño, calculé que sobre los dos metros treinta, el ancho torso se estrechaba abruptamente al descender hacia sus caderas y piernas, los músculos resaltaban como cables bajo la piel, tensos y vibrantes, todo el conjunto ofrecía un aspecto que combinaba de forma desasosegadora una gran fuerza afilada y letal con reacciones rápidas y contenidas, un cazador que era todo potencia y velocidad.

Y así se mostró ante mi, en toda su terrible verdad.

Debería haber sentido miedo. Era un depredador, podía percibir perfectamente la lucha interna que empezaba a librarse en su interior. Soy perceptiva, no se si es una habilidad innata agudizada por mi mentalismo, nunca me he parado a pensarlo, pero puedo ser muy empática cuando quiero, percibir las emociones, leer en los ojos y desnudar el alma de máscaras e ilusiones. Cuando me asomé al alma oscura de Enarhíon sentí como me abrasaba la violencia de su deseo… el impacto es tan brutal que enciendió el mío de golpe, fue como arrojar teas ardiendo en la hojarasca de un bosque seco.

Podría parecer romántico, pero no lo era, el deseo que nos golpeó no tenía nada de afectuoso. Lo que queríamos era comernos, alimentarnos uno del otro, devorarnos, destruirnos, matarnos. Su ilusión no sólo había enmascarado su aspecto, había disimulado totalmente su naturaleza.

Alguna vez he tratado de hacer comprender a otros la naturaleza de mi Hambre y me he encontrado con la mas absoluta incomprensión. Mi hambre tiene voluntad propia, tira de cada una de las fibras de mi ser de forma constante y agotadora, continuamente busca presas que la sacien, mi hambre es un deseo amoral y primario que se vuelve mas insaciable cuanto mas intensa es la búsqueda, me consume sin tregua exigiendo cada vez mas. Cada vez busco presas mayores, presas mas poderosas. En los últimos tiempos me alimento casi exclusivamente de dragones. Su sangre es diferente a la del resto de criaturas, está impregnada de magias, si, magias, ese poder me estimula y me otorga pequeños momentos de paz, momentos en los que puedo disfrutar de la compañía de mis aliados, de aquellos que aprecio, al menos hasta que vuelve a embargarme el hambre y entonces me alejo.

No siempre la satisfago, me niego a existir bajo su tiránico control, por eso en ocasiones me limito a estrangularla, a domeñarla y encerrarla. Y con ella apago conscientemente el deseo, la pasión y esas otras deliciosas emociones que tan humana me hacen. Pero mi frialdad y mi distanciamiento son parte de mi propia disciplina, una máscara, como la que llevaba Enar, aunque mucho mas sutil.

Y por eso cuando él me desveló su naturaleza yo le desvelé la mía. Quizá él fuera un depredador… pero yo cazo depredadores. Y así se lo mostré, desafiante, retadora y sin ápice de contención.

No hay racionalidad en lo que sucedió a continuación.

...

miércoles, 27 de enero de 2010

Crowen (XXXII) Epístolas desde el desierto.

Soledad.
Sentada bajo la sombra de una roca inclinada, releyendo mi correspondencia reciente, paso las horas más calurosas de la jornada paladeando la palabra mientras reflexiono sobre lo que significa, lo que conlleva. Supongo que este paraje desértico invita a dicha reflexión. He vuelto al sur, a las arenosas planicies de Tanaris y llevo aquí una buena temporada, semanas quizá, viajando tras las pistas de Zai mientras trato de afianzar una frágil alianza con los Guardianes del Tiempo, los dragones que habitan en las cavernas del este.

Hace poco me hablaron en profundidad del Vuelo Bronce, desvelándome algunos de sus secretos, conocidos sólo por aquellos que los propios dracos han admitido como aliados honorables… o al menos aliados. Saber de las paradojas temporales a las que se tiene acceso desde las Cavernas del tiempo ha abierto ante mí un mundo de posibilidades, posiblemente sean la clave parar vencer a Zai Yimissa, pero antes debo ganarme la confianza o como mínimo, el cauto respeto de sus celadores.

Bajo la vista al delgado fajo de cartas que descansan sobre mis piernas cruzadas, siete misivas en siete días… todas firmadas por quién me ha revelado tanto sobre el Vuelo y el desierto… y por qué no decirlo, también sobre la soledad: Enarhíon.

Es curioso como suceden las cosas. Durante mucho tiempo el llamado Tejemuerte y yo podríamos haber sido considerados si no enemigos, al menos rivales enfrentados. Siempre que he podido me he mantenido al margen de políticas y leyes terrenales, ya fui consejera de gobernantes y grandes señores en el pasado y acabé cansada de las intrigas de la corte y por ello la primera vez que yendo en compañía de Gaheris Hojasangre me presentaron a Enarhíon, le asocié sin demasiado entusiasmo con la clase dominante de Lunargenta, una facción de la capital que lejos de interesarme, repudiaba. En aquella época yo trataba de apoyar a Gaheris y su revolución social, me vi inmersa en juegos de traiciones y contubernios que gustosamente habría dirimido a golpe de sombra y espada. Gaheris pasó como un terremoto por la sociedad sin´dorei, agitando sus conciencias y espoleando su ánimo y aunque pagó el precio siendo tachado de idealista y agitador, consiguió despertar a la adormecida raza elfa. Su pasión le granjeó la antipatía de los poderosos que vieron amenazado su estatus y se le persiguió a él y a los que le somos leales por medios legales y también turbios, teníamos enemigos tanto en la guardia como entre los asesinos contratados, sin embargo ni unos ni otros tuvieron arrestos y valor para enfrentarnos, algo que a día de hoy aún nos provoca hilaridad. Lanzaron a los perros tras nosotros y cuando llegaron a nuestros pies resultaron ser meros caniches ladradores. En fin, si he de recordar los sucesos con una sonrisa marcada de desdén, lo haré, pero poco o nada se merecen minutos de mi pensamiento.

Pasaron los tiempos de agitación y la leyenda de Gaheris y su visión permaneció, sintiendo que era menos necesaria y acuciada por la presencia de Zai yo me volqué en mis asuntos privados, además, la senda iniciada por Gahe había radicalizado su postura frente a la nigromancia que yo practicaba y nuestras desavenencias respecto al Arte nos habían distanciado, aunque soterradamente siguiéramos ligados por lazos de afecto imperecedero.

La segunda vez que vi a Enarhíon no cruzamos palabras urbanitas y civilizadas… cruzamos espadas y miradas. No entre nosotros, sino unidos circunstancialmente contra la Alianza invasora.

No suelo pisar mucho la capital, Lunargenta no consigue ocultarme el hedor de la masacre de hace medio siglo y para una médium como yo, no es más que el camposanto de cientos de miles de almas asesinadas por el malhadado príncipe Arthas. Puede que los demás no las perciban, pero para mí es un ejército de espíritus aún hoy aullando su dolor desesperado, aunque bloquee y disimule mi presencia, las siento, soy consciente de ellas… y en ocasiones es más de lo que estoy dispuesta a soportar.

Pero aquella noche estaba allí, acababa de recoger mi armadura reparada y me disponía a partir cuando soplaron las cornetas de los guardias y se escucharon las llamadas de alerta en las puertas.

“¡Forajidos! ¡Bandidos a las puertas!” Gritaban los vigías.

Ignoro que demencia o locura impulsaba a aquellos mercenarios a asaltar a la ciudad dormida aquella madrugada, pero como siempre que escucho una llamada a la batalla, algo en mi se agita y enciende mi sangre, me es casi imposible no acudir.

Y allí le volví a ver, cubierto de sangre ajena y propia, repartiendo sablazos mientras azuzaba gritando consignas a pleno pulmón, como un líder nato, a los voluntarios que nos habíamos congregado a reforzar las defensas.

Fue una batalla dura y desigual y los bandidos se cobraron muchas vidas antes de retirarse. Yo le había reconocido y si intercambié alguna frase con él, no fue nada que hubiera de recordar tiempo más tarde. Una vez rechazado el ataque, los voluntarios nos disgregamos partiendo cada uno por su lado.

Dos semanas mas tarde recibí una inesperada misiva.

“No he podido olvidar ni vuestra mirada ni vuestra voz, siguen prendidas dulce y angelicales en mi memoria”.

Enarhíon.

Cuando recogí la carta tuve que releerla varias veces para asegurarme que ponía lo que ponía. Luego comprobé el remitente y el destinatario, casi segura de que aquello debía ser un error o una broma. Sin embargo no recordaba yo al Tejemuerte dueño precisamente de un gran sentido del humor. En un primer momento pensé en dejarlo pasar y olvidarme. Pero no lo hice.

“Me temo que os equivocáis de mujer y guerrera, pues ni mi mirada es dulce ni mi voz angelical, sino más bien todo lo contrario.”

Crowen

La envié sin esperar respuesta, pero para mi desconcierto, aquella misma tarde, justo cuando recogía los pertrechos encargados, me llegó un nuevo mensaje.

Enarhíon volvía a escribirme, reconocía que había redactado la primera misiva con intención de captar mi atención, y se extendía algunas líneas mas, compartiendo pensamientos e inquietudes.

Creo que consiguió transmitir verazmente lo que sentía y sus intenciones. Había sentido un reflejo en mí, un reflejo a lo que él mismo era, un guerrero que combatía en soledad, y de solitario a solitario iniciamos una intensa correspondencia que duraría meses.

Durante todo el verano, los halcones y mensajeros trasladaron nuestras cartas lacradas a lo largo y ancho del mundo. Yo investigaba en el sur, el combatía en el norte. A veces me llegaban varias cartas juntas, manchadas de sangre o incluso emborronadas por la humedad y el transporte. Yo respondía a todas.

Enarhíon me habló de la búsqueda de paz y redención y yo le hablé de venganza y retribución. Escribimos sobre responsabilidad y deber, de soledad y añoranza, compartimos deseos y visiones, e incluso llegamos a confiar inquietudes y tribulaciones.

Hace unos días recogí su última carta, sus pasos le han llevado en una búsqueda personal hacia las agrestes tierras de Silithus donde acechan enterradas reliquias y oscuros poderes. No hace mucho que yo misma teñí de carmesí las ocres arenas de la tierra de los insectoides, el regusto metálico de la matanza se conjura en mi boca con inusitada potencia al releer las frases cargadas de poesía oscura.

Enarhíon es un alma compleja, al igual que yo, camina abrazado a la sombra sin mirar lo que deja atrás, pero sin permitirse olvidarlo. Su día a día está sembrado de muerte y destrucción, de dolor e ira. Sin embargo sueña con un mañana tranquilo donde hallar solaz y descanso. Alguna vez me ha confiado un sueño recurrente, en él se ve a sí mismo hundiendo los dedos en la tierra verde y húmeda, bajo la sombra de un gran árbol, desprendido de armas y armadura, acompañado tan solo de sus recuerdos y de la esperanza de un merecido bienestar.

Ignoro si será capaz de hacer realidad ese sueño, los míos no son tan apacibles, como le he hecho ver a mi vez. Mi sueño del mañana es rojo y oscuro, mi futuro es la lucha constante, la eterna batalla. Saborear la sangre en mi lengua, sentir la sombra en mis venas, el acero en mi mano. No deseo descanso ni paz contemplativa, mi lugar, mi razón de ser, es la vigilia constante, como defensora o guardiana de secretos, como protectora de mi sangre o heredera de mi linaje. No hay descanso para Crowen Malarod, no hay paz para Crowen Skarth. Por ello no debo tener miedo a la soledad, porque quien querría semejante compañera. Mi pensamiento aletea hacia Valdor, mi otrora alma gemela, hacia Gaheris, mi contrapunto de luz, hacia Theron, mi demonio cautivador. Hace tiempo que abracé la soledad como compañera, al igual que mi hambre y mi voluntad, se que ellas siempre caminan a mi vera.

¿Qué pensará Enarhíon de mi pasión por la sombra, la soledad y la espada? Lo ignoro, quizá se lo pregunte en mi próxima carta.