Aquí hace un calor de mil demonios, Espina, mi malhumorado talbuk, está de acuerdo. El aire sabe a tierra, tierra cuarteada y rojiza que se pega a mi armadura como un tenue sudario. Un sudario polvoriento que mas tarde tendré que cepillar de los recovecos de las filigranas grabadas sobre el acero negro, la perspectiva no es precisamente alentadora. Alzo la mirada y los rayos del sol me ciegan, hostiles, abrasadores. Este no es mi lugar, no pertenezco a este cañón primigenio que guarda el recuerdo de un río evaporado hace milenios, no pertenezco a este paisaje agreste de lagartijas correteando entre rocas, arbustos raquíticos reptando entre grietas y depredadores silenciosos de pelaje dorado. No, soy una criatura de hielo azul y nieve blanca, de sangre brillante y piel helada. Este paraje me debilita y me consume.
Un lugar ideal para una cita con un demonio.
- Crowen.
La madre que le parió.
Baazel acaba de aparecer a mi lado, tan cerca que puedo rozarle con los dedos si alejo levemente la mano de las riendas. No es que se haya acercado, no, se ha materializado, hace un instante no había nada, sólo silencio, luz y sombras recortadas y ahora le tengo al lado observándome con esos ojos oscuros y voraces que no consiguen ocultar su verdadera naturaleza para quién sabe lo que está viendo. Baazel es alto, muy alto para ser sindorei, cuando desciendo del lomo de Espina mi cabeza queda a la altura de sus hombros y eso que no soy pequeña. Cuando le conocí su cabello era tan rojo como el mío, y su porte elegante como el de un sofisticado aristócrata acostumbrado a las intrigas de la corte. Lo que nos ocurrió también le cambió a él, su cabello y su piel perdieron el color, como si la sangre se hubiera retirado de su carne, su semblante albino me observa ahora superponiéndose a esa otra imagen que guardo de él. ¿Sentirá el lo mismo? ¿Recordará a la mujer que fui? ¿A esa pelirroja de coletas irreverentes, mirada arrogante y porte dominante? ¿Recordará la mujer vestida de encaje y fastuosos vestidos de púrpura y azabache?¿La nigromante que jugaba con las vidas y los destinos de sus aliados y amigos, que estaba dispuesta a sacrificar aquello que fuera necesario para salvaguardar su preciado equilibrio? ¿Qué queda ahora de todo aquello?
- Tus ojos. Han vuelto a cambiar. –me dice- Parecen azules, pero aún percibo el destello del vil agazapado en el fondo, cuando me fijo son turquesas. Interesante.
Venga, no me fastidies. Resisto el impulso histérico de sacar un espejo y comprobar la veracidad de su primer juicio al verme tras mi transición a no-muerta. Pero no, no me puedo permitir darle ventaja alguna ni dejar traslucir inseguridad o desasosiego, mantengo mi expresión en modo “conversando con Baazel”, una mezcla de indiferencia y aire ofendido, como si sintiera fastidiosa su presencia y no le encontrara nada nada interesante o atractivo.
- ¿Me has hecho venir hasta aquí para componer sonetos sobre mi mirada?
Él ríe levemente, esa risa resonante y pagada de si misma tan suya.
- No. He venido a recordarte quién eres pues al parecer lo has olvidado.
- Sé perfectamente quién soy, Baazel. Ni la mujer que fui ni la que estaba destinada a ser, soy la que he elegido .
- No te lo crees ni tú. – Lo dice en un susurro sibilante, oscuro y profundo, uno de sus dedos se desliza bajo mi melena, antes no se atrevía a tocarme. Maldito.
- ¿Quieres comprobarlo? – no necesito esforzarme para teñir mi voz de amenaza, él sabe que no hablo en vano, nunca me rendí a sus tentaciones ni acepté su juego, aunque cierto es que gracias a Valdor en mas de una ocasión. Ahora soy mas fuerte, me estoy haciendo mas fuerte, la soledad me está cincelando.
- La pregunta es: ¿Quieres comprobarlo tú?
Baazel me observa desde su privilegiada envergadura, sus iris son dos pozos oscuros que me producen vértigo, se que sumergirme en ellos es peligroso e imprudente. Cuando extrae de no se sabe dónde, con un vaivén de prestidigitador, la pequeña petaca de plata labrada ya he asumido que voy a aceptar el riesgo.
- ¿Qué me provocará? – no me interesa lo que es, alguna mezcla infame, seguro, como es habitual entre demonios, un mejunje amargo que me abrasará la garganta, en eso lamentablemente son bastante predecibles, todo un clásico.
- Hará emerger los recuerdos que se han apagado en tu mente. Te hará dormir, pues no puedes restaurar tu mente sin sueño y ahora estás condenada a una vigilia eterna.
Así que es eso. Debía haberlo imaginado. La mente se restaura a si misma durante el sueño, es mientras dormimos cuando fijamos el aprendizaje de lo experimentado, ordenamos recuerdos y rememoramos en sueños, nuestro cerebro se cura a si mismo mientras el cuerpo reposa… algo fuera del alcance de los que caminamos sin descanso.
Sé que me oculta algo, algo importante. Sé que aquello que me oculta es la victoria que va a lograr sobre mi. Pero en esta batalla no me queda otra que entrar en su trampa y confiar en ser capaz de salir de ella. Tomo la botellita, caliente al tacto, envuelta en el calor residual de Baazel, que siempre parece febril… y no me lo pienso, ingiero su contenido de un trago largo.
Identifico el brebaje inmediatamente, su sangre, la sangre de Baazel, espesa y caliente, un sabor penetrante que estalla en mi boca empañando otros sabores… mi sangre, mi sangre cuándo la vida aún animaba mi cuerpo ¿Cómo diablos la habrá conseguido? Y otros ingredientes diluidos en pequeñas cantidades, hierbas, polvo arcano y a saber qué mas.
Es como esperaba, el líquido quema, siento perfectamente como desciende por mi garganta hasta el diafragma, como se extiende perezosamente por mis venas, como invade mi cuerpo y se enrosca en mis nervios, de pronto el sol parece mas caliente, el aire mas seco y mi equilibrio mas vacilante.
- ¿Y ahora…? –inquiero arrastrando las palabras en un siseo digno de un borracho.
- Ahora es cuando te desmayas en mis brazos.
- Yo no… Ungh…
Maldición.
CXVI .- Interludio: Noche de tormenta
Hace 13 años
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