Me ahorro preguntarme con teatralidad el habitual ¿dónde estoy? Sé perfectamente donde estoy. Derrengada e indefensa en brazos de un príncipe demonio en mitad de un desierto pedregoso mientras me cuezo lentamente dentro de mi armadura. Pero sabía que eso ocurriría… lo sabía ¿verdad?
No. No estoy en las Mil Agujas. Estoy en la Atalaya, en mi hermosa cama de caoba con dosel, en mi antigua alcoba de piedra y tapices, de cortinajes pesados y altas ventanas de coloridas vidrieras. Recorro con la vista mi entorno, dioses, siento ganas de levantarme y acariciar cada mueble, el viejo escritorio cargado de libros y apuntes, el diván barroco donde Valdor habitúa a leer recostado, el baúl a los pies del lecho, las esculturas, tallas y pinturas que he ido recopilando a lo largo de estos últimos años, regalos, tesoros, trofeos, reliquias de otros tiempos impregnadas de la esencia de aquellos a quienes pertenecieron. Las pareces de roca oscura, sillares de piedra gris encajados con precisión matemática y sin embargo dueños de cierta irregularidad que hace único cada rincón de la estancia, las pieles de oso que cubren el suelo, las exóticas alfombras de Kandala, regalo de nuestro querido Mariscal, ese gigantón llamado Krayten. Mi báculo de negra obsidiana reposa cerca de la cabecera, un imponente bastón tallado en piedra azabache coronado por un cuervo de alas plegadas, solemne y observador, el arma que me identifica y me acompaña desde que se lo arrebaté de los dedos muertos al Señor Lich en el impenetrable Bosque de Piedra. Y no estoy sola. Siento el cuerpo de Valdor a mi vera, está recostado entre los almohadones, con un manuscrito de aspecto ajado entre las manos, estudiando, como siempre. Le rodeo la cintura con mi brazo y repto insinuante sobre su pecho, el aparta el incunable y me mira regalándome una de sus habituales medias sonrisas, ambigua y mordaz, la mueca de quién siempre parece reírse de una broma secreta lejos de tu alcance.
- Buenosss diasss Ninfa de Sssangre.
Su acento de eses arrastradas y sibilantes me envuelve como una caricia confortable y familiar, me incorporo sobre él, percatándome de mi desnudez cuando las mantas de piel resbalan de mis caderas, sintiendo que todo es como debería ser siempre. Sonrío, sé que sonrío aunque mi boca no pierde tiempo en buscar la suya, sé que sonríe mientras me rodea con sus brazos apartando de si el libro pronto olvidado. Siento despertar mi hambre e inflamarse mi deseo, volátil, insaciable y violento como una súbita tormenta de verano. Siento sus dedos clavarse en mi carne cuando le contagio mi excitación. Ambos somos dominantes y cada encuentro se transforma en una lucha fogosa que no siempre acaba donde empezamos. El recuerdo me hace reir, colmada de salvaje alegría, me impongo sobre él, le agarro de las muñecas y trato de someterle mientras mi mente invade la suya. Mi consorte carece de sistema nervioso, no siente dolor alguno, pero tampoco placer. Es capaz de desprenderse un brazo del hombro sin pestañear, mis caricias ni las siente… por ello, por ello hace ya tiempo que le dejé compartir mis sensaciones, que dejé que invadiera mi mente y sintiera a través de mi, mis manos son sus manos, sus dedos en mi piel, mi piel es su piel, mis besos son sus besos son mis besos, mi aroma que embriaga y se mezcla y me muerde y es suyo mi dolor y le araño y paladea el tacto de mis yemas y siente el contraste de texturas acariciarme, las sábanas, las pieles, el aire, su piel, me mira me ve, le miro le deseo y se funde conmigo y con él, está en mi y estoy en él, tan entrelazados que no hay forma de saber quien muerde y abraza, quien besa y presiona, le someto, me domina, me invade y siente conmigo su embestida y grito con su voz y escucho mis gemidos, quiero devorarle y ser devorada porque en ese momento no me importa nada puesto que tengo todo, poseo todo, quiero todo.
Y si terminamos sobre la alfombra en un nudo de cuerpos y mantas enredadas tan solo sonrío, jadeante, feliz, entrelazada con él mientras el tiempo continua detenido, doblegado bajo mi voluntad, nuestra voluntad. Sus dedos despejan cabellos rebeldes de mi rostro robando besos livianos tras cada roce, le miro y me pierdo en sus ojos sabios, viejos y atemporales, eternos. Su rostro de rasgos hundidos, pálido y ojeroso, mortecino e inquietante. Sus piel es fría y cerúlea, y me estremece al tocarme, aunque en ocasiones, como hoy, está caldeada por el fuego que arde animado en la chimenea de piedra labrada, ese fuego perenne que Mai Lin se encarga siempre de mantener avivado. Mi mente vuela rauda hacia mi aprendiz, la malhadada Mai Lin, hermosa mujer desfigurada por los celos de un hombre malvado (que una servidora convirtió en un charco humeante de materia orgánica), la mujer que quiso entregarse a Baazel a cambio de un rostro sin cicatrices. El recuerdo me asalta. Irremediablemente seguido de otro mas intenso, olvidado…
- Puedo ayudarte a engendrar un hijo de tu consorte, un heredero para tu casa, para tu linaje y para el Libro de Sangre.
La oferta del demonio retumba ominosa en mis oídos mientras el escenario de mi alcoba se disipa en un sueño junto al contacto de Valdor. No aúllo ni me lamento, sabía que era una ensoñación, una visión que debía terminar tarde o temprano, saboreo el rastro de Valdor en mis labios y en mi mente, sin tener nadie de quién despedirme.
- ¿A cambio de qué?
- Quid pro quo. Quiero engendrar en ti a mi primogénito. –Recuerdo las palabras de Baazel perfectamente, como reptaron por mis entrañas hasta aferrar mi vientre y robarme el color del rostro. No reaccioné cuándo su mano de dedos largos caminó desde mi barbilla hasta mi pecho, en un gesto tan provocador como posesivo.
- Te daré dos hijos, me quedaré con uno.
Cuando conocí a Valdor no me planteé el futuro, supe desde el principio que como no-muerto sería incapaz de engendrar vida, no me preocupó, no había pensado todavía en que hacer con mi vida en ese sentido, si tener o no descendencia. Mas tarde, habiéndole tomado ya como consorte, acepté que nunca daría a luz un niño. Sólo de Valdor hubiera querido un sucesor, de nadie mas.
Lo que Baazel me proponía iba a poner a prueba mi moral, mi alma y mi voluntad. Y lo terrible de todo esto, es que yo estaba dispuesta a firmar el contrato, lograr lo imposible mediante un impío pacto, estaba dispuesta a acunar a un bebé en mis brazos y a entregar otro a un príncipe demonio que lo educaría como su heredero. ¿Habría sido capaz finalmente? Nunca lo sabré, pues Valdor se negó a aceptar.
Me llevo las manos al vientre estéril, tan frío y solitario como el resto de mi cuerpo, mis dedos se entrelazan bajo mi ombligo, temblando de añoranza, nostalgia y deseos inhibidos. Sueños secretos que jamás serán revelados ni compartidos.
(Sigue...)
CXVI .- Interludio: Noche de tormenta
Hace 13 años
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