-Espabila, Loba.
La niña , condicionada por años de ligero despertar, apenas tardó un segundo en enfocar la vista y tensar el cuerpo. A su alrededor el bosque dormía en penumbra, la niebla envolvía árboles y arbustos como un tétrico sudario, nada se movía, nada respiraba… los sonidos llegaban amortiguados por la onírica atmósfera en forma de ecos dispersos y desorientadores.
La pequeña elfa se arrebujó en su capa de fina lana, su piel, de un blanco espectral refulgía cubierta de humedad, sus ojos brillaban etéreos. En contraste, dos marcas alargadas de ceremonial rojo sangre atravesaban como dagas su rostro rebosante de juventud, enmarcado a su vez por una abundante melena de cabello purpúreo.
Aguardaba expectante mientras su madre, oscura y silenciosa permanecía atenta, escuchando el latido del bosque.
-Se están acercando, debemos movernos. ¿Puedes andar? –La elfa adulta miró a su hija, su rostro afilado y aristocrático estaba marcado por líneas de tensión, su cabello oscuro y denso caía sobre su espalda recogido en una trenza de intrincado diseño, sus ojos observaban salvajes, depredadores.
La niña elfa se incorporó con precaución, procurando no hacer ruido, le temblaban las piernas.
-Estoy débil. –Murmuró. Nada de heroicidades, información precisa y necesaria.
La elfa adulta echó mano a su cinturón del cual pendía una estrecha faltriquera, sus dedos encontraron rápidamente el pequeño vial. Sin mediar palabra vertió su contenido en la boca de su hija, relamiendo ella a continuación los restos adheridos a la superficie del pequeño contenedor.
-Ah… -La niña ahogó un gemido mientras el elixir se derramaba en su garganta, apenas instantes después, un fuego abrasador prendió en sus entrañas extendiéndose a continuación en agónicas oleadas por sus extremidades, sus piernas y brazos se congestionaron mientras su espalda se arqueaba tratando de dominar el brutal impacto de la droga en su menudo cuerpo.
-Vamos Loba. Sobreponte, debemos correr. –La voz de su madre era suave y enérgica al mismo tiempo.
-Ya voy, Jade. –La voz de la niña, trémula, no estaba exenta de fuerza y determinación. La elfa sonrió, orgullosa.
- Haremos como siempre, yo corro delante, tu detrás a seis pasos, si tropiezas no grites, yo te esperaré, pero procura no hacerlo, un tobillo torcido nos pondría las cosas demasiado difíciles, así que mira donde pisas, este bosque es una trampa de raíces y rocas de musgo, presta atención a tu senda.
La mujer miró a su hija, no permitiendo que ella viera compasión en su mirada.
-¿Recuerdas las señales? –Preguntó Jade, aún sabiendo de antemano la respuesta.
La niña las enumeró mientras su mano acompañaba con el mudo gesto correspondiente a cada una.
-Mono, trepo a un árbol y aguardo, Serpiente, busco refugio a ras del suelo y aguardo, Zorro, sigo corriendo en línea recta hasta contar cien y aguardo, Nutria, sumergirme y aguardar, Ciervo, detenerse y guardar silencio, Gato, emboscada o peligro inminente, a tu espalda y atenta.
La elfa asintió satisfecha.
-Déjame ver tu herida. –Pidió a continuación.
La niña se descubrió el hombro izquierdo y mostró la cicatriz aún tierna que brillaba rojiza sobre su pecho. Los dedos de su madre la rozaron, temerosos, en su boca se dibujó una mueca desagradable preñada de odio.
-Tu padre es un genio, Loba. Digan lo que digan de él, te amaba, recuérdalo siempre. –La elfa miró intensamente a su hija de piel argéntea, la noche anterior un ciclo de satisfecha complacencia había acabado para ella. El odio había reclamado una vez mas a su sierva, y ella se había entregado exultante a la mortal y sedienta danza de sus espadas. Había sido una madrugada sangrienta, dantesca, macabra… ahora, de nuevo exiliada, con su hija malherida y el corazón dividido, emprendía un éxodo de destino incierto. Trágico sino era el que la diosa había elegido para ella. Jade alzó la vista, tratando de vislumbrar a Elune a través de aquella niebla ajena, pero la dama había vuelto la mirada negándose a reconocer a su transgresora hija.
-Vamos. –Sentenció con dureza. - La muerte nos rastrea.
Ambas recogieron sus capas y ciñeron sus botas de cuero flexible y suela rugosa, cargaron sus ligeras mochilas y las ajustaron para no entorpecer el movimiento, Loba se trenzó el cabello y comprobó que nada la estorbara. A una señal de su madre, comenzó la carrera.
Madre e hija se deslizaron en loca huída por el bosque de las tierras fantasma. Jade abría el camino, salvaje, intrépida. Aunque acostumbrada a desenvolverse en cualquier terreno y ambiente, el bosque era su dominio, daba igual la forma con que se disfrazara, verde y frondoso al sur de la capital humana o tétrico y lánguido como el que ahora atravesaban.
Loba la seguía sin aparente sobresfuerzo, el elixir bombeaba energía a sus piernas y corazón permitiéndole seguir el ritmo impuesto por la elfa adulta. Su vida también había sufrido un cisma. Hacia unas noches era simplemente la hija ilegítima de un hechicero poderoso, gozaba del reconocimiento de su padre y del afecto de su madre, disfrutaba de una educación privilegiada y los lujos que su posición conllevaban. Su mente, afilada y despierta, se había concentrado desde hacía tiempo en desentrañar los secretos de la alquimia, la taumaturgia y la demonología. Era una alumna prometedora y a pesar de su reclusión, podía considerarse feliz. Pero su existencia, cuestionada desde su nacimiento, era un insulto para muchos, su herencia fue su perdición. Sin detenerse, su mano cubrió protectoramente la cicatriz de la letal herida que aún pulsaba sordamente en su pecho. Le dolía el corazón. Le dolía el alma. Loba apretó los dientes y despejó las lágrimas, no era momento para rendirse a la autocompasión, era tiempo de elegir vivir, luchar y ganar.
Su padre era intocable, no temía por él, de hecho, sabía que sus enemigos estarían ahora mismo aterrorizados, al menos los que seguían con vida tras encontrarse con la venganza encarnada en su madre. Pero su concubina y su hija bastarda eran una presa fácil y un eslabón frágil. Jade no permitiría que eso ocurriera.
Sus padres compartían un vínculo pasional que trascendía el significado del romance, unidos a un nivel incuestionable por lazos solo entendibles por ellos mismos, compartían un objetivo superior. Aquella separación era necesaria, Loba sabía que ambos lo lamentaban, pero eran demasiado decididos para permitir que el sentimentalismo se impusiera a su lógica.
Loba los admiraba.
La niebla se despejó levemente al llegar al río. El sonido de la corriente llegaba ronroneante hasta sus oídos, Loba aspiró profundamente el aire cargado de humedad y sintió hambre.
Su madre se detuvo dibujando el gesto del Ciervo, Loba se paró en seco y aguardó controlando su respiración para no emitir jadeo alguno.
Jade inspeccionó la ribera y escrutó las sombras y arbustos circundantes, su oído y vista eran agudos y estaban entrenados. Tras asegurar la zona, saltó ágilmente a una roca en la orilla del río, Loba sabía que no tardaría en volver con su pesca. La niña se agachó y sacó de su mochila una cajita de sal especiada, picante. No sólo sazonaba el pescado, ayudaba a digerirlo y aplacaba el sabor de su carne cruda, a veces demasiado intensa para asimilarla por falta de costumbre.
Cuando volvió su madre con dos piezas ya descabezadas y evisceradas, Loba cogió la suya, levantó la piel, frotó la especia y mordió con ganas. El sabor estalló en su boca, suculento, agradable y potente. Comió en silencio y sin apenas mancharse, una vez terminado, bebió agua y echó los restos al río lavándose en sus aguas.
-¿Estás bien?-Su madre había terminado hacía rato y aguardaba vigilante.
-Si. Me duele, pero no me impide correr. –Replicó ella.
-Si aguantamos así un par de días saldremos de tierras fantasma y llegaremos a un asentamiento avanzado de los elfos de la noche. Allí nos proveerán y podremos descansar, he trabajado para ellos en ocasiones y su jefe conoce mi reputación. Recuerda no decir que eres mi hija, a todos los efectos eres una huérfana rescatada, ¿de acuerdo?
Loba asintió.
-Tu única oportunidad es que no te relacionen conmigo, nos espera un viaje largo y arduo hasta Vallefresno, allí te entregaré a un amigo y él se ocupará de ti.
-¿Vas a volver con papá? –La mirada de la niña era ansiosa.
La elfa acarició la cabellera de su hija, su gesto se dulcificó.
-El destino lo escribimos nosotros, Lobasombra. Todo tiene su momento. Lo que ahora parece un sinsentido cobrará importancia en el futuro. Confía en mí.
La niña asintió, sin cuestionar las palabras de su madre, pero aprendiendo de su tono y actitud.
-Vamos Loba, sigamos… - De pronto Jade detuvo su discurso y se agazapó arrastrando a su hija al suelo con ella.
Loba aguardó en tenso silencio, con la boca entreabierta, respirando lentamente, escuchando, escuchando, escuchando…
Su madre se volvió a ella y vocalizó sin sonido una sola palabra: Renegados.
Avanzaban por el río, seguramente las habían estado esperando, emboscados en la confluencia de mas al sur, esta debía ser la patrulla de vigilancia que controlaba la ribera noroeste.
Jade ordenó a Loba ocultarse y aguardar enfatizando su gesto con el símbolo de la Serpiente.
Regaló a su hija una breve mirada, mezcla de cariño, orgullo y coraje. Loba reconocía esa despedida, era la forma de su madre de decirle “ahora vuelvo” siempre que su reputación la empujaba a someterse a los peligros de una misión sangrienta. Esta vez sin embargo, no era su lealtad, su servidumbre o su contrato lo que la alejaba de ella, era su voluntad, su instinto protector.
Jade esperó hasta que su hija se camufló en la sombras haciendo gala del talento natural de su raza, después, ella misma se fundió en la penumbra deslizándose como un fantasma hacia sus objetivos.
Loba temblaba. A pesar de todo el condicionamiento, de todo el entrenamiento, de su formidable fuerza de voluntad… era una niña. Temía por su madre, temía por ella misma.
Un gemido ahogado la hizo dar un respingo, sus ojos volaron de un lado a otro buscando la señal de algún movimiento furtivo, sentía los músculos agarrotados, sus dedos se hundieron en la fría hojarasca, engarfiados, aterrados.
Ruidos de lucha llegaron a ella desde el río, el rechinar del metal, el chapoteo de un cuerpo que caía, al ladrido de una orden segada, un grito moribundo. Reconoció la voz de su madre, cargada de odio… la neblina distorsionaba los sonidos, se sentía incapaz de ubicarla.
Apenas habían pasado unos minutos, pero a ella se le antojaron horas, el tiempo parecía transcurrir ralentizado. El silencio era ominoso, pesado y asfixiante. Loba estiró el cuello tratando de atisbar entre los arbustos la silueta familiar y reconfortante de su madre, volviendo agazapada como tantas otras veces. Sintió que el frío la invadía y comenzó de nuevo a temblar.
Un movimiento sutil a su espalda la asustó, volvió la mirada esperando encontrarse con los ojos de su madre, pero no era ella quién la contemplaba desde la imponente y espectral envergadura de un renegado gigantesco.
Loba comenzó a temblar a medida que el frío se derramaba en sus entrañas, aquél ser se la quedó mirando, confuso por un momento, hasta que el reconocimiento brilló en sus ojos sedientos y blanquecinos.
Loba sintió como la sangre se retiraba de su rostro, emitió un jadeo ahogado de puro terror, el miedo la paralizó un segundo mas de lo necesario, el no-muerto se abalanzó sobre ella y la agarró por el cogote, alzándola indefensa como un gato mojado.
La pequeña elfa se revolvió salvaje, tratando de zafarse de la presa de hierro de aquél guerrero esquelético y brutal, en vida debía haber sido un coloso formidable como así atestiguaba su enorme osamenta, visible allí donde la carne se había desprendido dejando los huesos al descubierto.
- No te resistas cachorrita… -La voz estertórea y sin tono del renegado escapó sibilante de su boca sin labios.
Loba no respondió, siguió revolviéndose, mirando a su captor con ojos desorbitados por el miedo y el asco. Trató de patearle, de alejarle de ella, pero no era rival para aquél ser, era evidente que al renegado le sobraba fuerza para someterla.
Como la niña no se tranquilizaba, el no-muerto la golpeó de revés con un puño enfundado en metal. El impacto resonó como un chasquido, Loba sintió que la piel de su cara se rasgaba mientras mil agujas de dolor punzante taladraban su vista, de sus labios se escapó un grito infantil, luchó por mantener la consciencia, aturdida y desorientada.
¿Dónde estaba Jade?