miércoles, 30 de septiembre de 2009

Crowen (XIV) Visita a un traidor.

El hechicero se detuvo un instante y alzó levemente la vista. Hacía muchos años que no sentía esa presencia oscura y poderosa cerca de él, reconocerla llenó su boca de un incómodo gusto metálico y descargó en su columna un relámpago de sensaciones hacía tiempo olvidadas.

- Crowen. Qué sorpresa. – masculló finalmente con labios tensos.
- Me ha costado encontrarte, lo reconozco. – enunció ella a modo de saludo.
El mago se giró lentamente hasta encarar a la mujer que se había materializado en el umbral de su sancta sanctorum y la contempló con detenimiento.
Sus gélidos y brillantes ojos azules delataban su conversión como no-muerta, sin embargo no habían perdido un ápice de su fiereza y dominio, la transición no había dejado secuelas perceptibles en ella, se mostraba tan pálida y perfecta como una escultura de mármol, el hechicero supuso que sería obra de Valdor Skarth, el nigromante siempre había demostrado un arte y talento exquisito cuando se trataba de Crowen. El mago contempló a su antigua amiga y aliada, la nigromante había cambiado su báculo de obsidiana por una imponente espada de aspecto letal y una armadura de filigrana y placas forjadas a su medida. No era la misma Crowen Malarod que el conociera y sin embargo lo era, no pudo sino admirar en silencio la capacidad de aquella mujer de sobreponerse una y otra vez a su aciago destino.
- La muerte te ha sentado bien. –sentenció finalmente el elfo.
Ella esbozó una media sonrisa, sin humor.
- Para un nigromante no es sino un nuevo comienzo.
El mago se cruzó de brazos y finalmente se encaró con determinación, su altura seguía siendo imponente, sus rasgos antaño hermosos se habían ido marcando con un rictus cínico que reforzaba su aire de arrogancia natural, algunas hebras albas habían coronado sus sienes y la barba recortada y sus ojos azules se habían oscurecido hasta volverse de un verde hostil y tormentoso.

Crowen observó la mano derecha del hechicero, las cicatrices de las quemaduras aún se veían nítidamente resaltadas contra su piel morena, ella sabía que mas de la mitad de su cuerpo estaba marcado a fuego, eran el recuerdo de una terrible tortura sufrida a manos de los trols hacía mas de dos siglos, le habían quemado vivo literalmente, quebrando el alma y el cuerpo para siempre. Sin embargo no había lugar para la compasión en el corazón de Crowen, Elric había vengado con creces la atrocidad a la que le sometieran, aunque aquello no hubiera servido para aliviar el dolor crónico y real que sufriría toda su vida.

Elfo y elfa se contemplaron en silencio largo tiempo, los recuerdos se agolpaban entre ambos en una corriente continua y fluída, un caudal que iba aumentando al tiempo que ambos recorrían sendas oscuras en su memoria.
- ¿Encontraste a alguna de las dos? ¿A tu hermana, a Kryena? –inquirió
El mago negó lentamente, su garganta se cerró en un nudo de angustia familiar.
- Kumara desapareció con aquél estúpido, enamorada como una cría, supongo que les irá bien porque no volví a verla. –confirmó el mago.
- Kumara y Samuel aceptaron la misión de velar por el heredero de la Reina Triste, es normal que desaparecieran del mundo mortal, como guardianes de un avatar era su destino y al destruirse la Atalaya perdieron mi protección. Pero, ¿Y Kryena?
Elric miró a Crowen, un tic hizo vibrar su pómulo izquierdo por un instante, su ira se inflamó.
- Nunca fue la misma tras la batalla en los infiernos. La fui perdiendo poco a poco.
- Todos perdimos, fue un sacrificio necesario. – concluyó la pelirroja.
Aquello terminó de desatar la rabia del mago. Su torso se inclinó hacia delante y sus brazos se abrieron en cruz, su grito iracundo liberó su poder de súbito, la onda expansiva golpeó a su interlocutora con fuerza inusitada, tal fue la potencia liberada que todo aquello que había en la instancia quedó literalmente hecho añicos, vaporizado, aplastado.

- ¡No era mi maldita guerra!¡Fui porque combatían ellas!¡No era mi maldita guerra y perdí todo en ella!
Cuando la reverberación se apagó Elric contempló ceñudo a su oponente, Crowen permanecía incólume rodeada de un tenue campo de fuerza verdoso, un escudo que anulaba la magia hostil. El ataque la había irritado, se irguió y sus labios pronunciaron un conjuro, su mano se extendió imperiosa y una ráfaga de hielo punzante atravesó al hechicero. Ella habló entonces.
- Misao y el Rey Sombra fueron los enemigos mas terribles a los que me he enfrentado nunca, su ambición no conocía límites, si hubiéramos permitido su ascensión el mundo habría tenido que enfrentarse a un nuevo azote. Era nuestro deber, nuestra responsabilidad. Combatimos, prevalecimos y sacrificamos. Tu perdiste a tu amada, yo perdí mi cordura, mi memoria, mi baluarte, mi poder y mi cuerpo y lo considero un precio justo por acabar con ellos. Hasta Baazel sacrificó su inmortalidad en el combate final.
- ¡No era mi guerra, joder! –espetó Elric mientras liberaba de nuevo su poder arcano en una ráfaga de calor incandescente.
Crowen se desplazó a un lado con ligereza y ejecutó una orden seca, la sangre del hechicero comenzó a hervir, descargando oleadas de dolor por sus miembros, pero Elric hacía décadas que convivía con el dolor constante, se sobrepuso y concentró su ira en Crowen, tratando de abrasarla, sintió que el fuego cobraba vida en su interior y se dispuso a terminar el enfrentamiento, le daba igual acabar con ella, hacía tiempo que había dejado de sentir remordimientos por sus crímenes, sin embargo justo cuando el conjuro terminaba de ser hilvanado, sintió unos dedos invisibles y gélidos que le atenazaban la garganta robándole la voz.
- Era la guerra de todos, idiota. – le espetó Crowen. Su voz restalló como un latigazo, aprovechando la momentánea indefensión del mago congeló sus pies al suelo y se acercó a él en una carga brutal, su espada golpeó de lleno en el cuerpo del hechicero, atravesándole el abdomen. – Te lamentas continuamente de lo que perdiste y calmas tu despecho ejecutando los crímenes mas abyectos. ¿Desde cuando colaboras con él, maldito?
El hechicero escupió sangre al rostro de Crowen, ahora muy cerca de él, la mujer ni se inmutó.
- Es la única forma… de recuperarla.
- ¿Crees que ese asesino en masa, ese Rey de escarcha te ayudará?¡Pero si está como una maldita cabra! Es un niño jugando a ser dios, como lo era Misao, pero sin la inteligencia maligna de ella, no tiene visión estratégica y por ello perderá ante el embate de la Horda y la Alianza y todos los que estén con él perecerán.
- ¿Crees que me importa?
- Si no te importara te habrías dejado morir en algún tugurio de mala muerte como solías hacer en los viejos tiempos, ebrio como una cuba, retozando con rameras y malgastando los restos de tu fortuna.
Elric contempló a la pelirroja y ahondó en su mirada glacial.
- Maldita… tu sabes algo.
- Yo sé muchas cosas, olvidas de quién y qué soy heredera.
Él la miró, una mezcla de incredulidad y admiración le embargó.
- ¿Lo has… recuperado? –él escupió sangre.
Crowen asintió una única vez, su expresión permanecía inclemente, seria y despiadada.
- ¿Puedes… traerla de vuelta?
- Quizá.
El majo jadeó, escupió sangre de nuevo y esbozó una sonrisa teñida de rojo.
- ¿Y qué demonios quieres a cambio, bruja?
- A ti. Quiero que me ayudes. A cambio, te traeré a Kryena de vuelta.
- Me he sometido a su voluntad… no será fácil… ¡Ahhhhhhhhhhhhhhhh! –El mago aulló de dolor al sentir la mano de Crowen entrar brutalmente en su pecho, los dedos de la elfa se abrieron paso como una cuchilla a través de su carne, entrando por la herida abierta de su abdomen hasta alcanzar el corazón, el mago se sintió morir, sus ojos se abrieron desorbitados, la sangre manaba a raudales mientras la vida le abandonaba. Cuando el entumecimiento comenzaba a apoderarse de él una espina helada se clavó sádicamente en su pecho, el dolor menguó y un frío extenso se derramó por su cuerpo.
- ¿Qué… me… estás… haciendo?
- Liberarte. Como Valdor hizo conmigo. Lástima que yo sea menos delicada… ¿no?
Crowen retorció su mano dentro del pecho del elfo y engarfió sus dedos entorno a la víscera que aún latía desbocada, el cuerpo del elfo se sacudió mientras ella exhibía su particular sonrisa depredadora.
- Basta…
- Esto es una segunda oportunidad Elric Drakkengard, no la malgastes, ahora me perteneces.
Diciendo esto, la nigromante congeló el corazón del mago. El hechicero aulló por última vez aquella noche mientras el frío y la oscuridad se apoderaban de él.

                                                                 

Cuando abrió los ojos se sintió extraño, agarrotado y dolorido, tirado sobre el áspero suelo de piedra. Sus ojos descendieron sobre su cuerpo, recordaba perfectamente lo ocurrido; su túnica estaba destrozada, hecha jirones y empapada en sangre, trozos de piel y hueso. Abrió con cuidado la pechera y observó su torso, la sangre coagulada se agolpaba en forma de costra sobre la herida que la elfa le infligiera. Sin embargo, sólo era consciente del dolor secundario que deja el trauma, pues sintió que no existía laceración abierta. Buscó con la mirada a su ejecutora, ella se encontraba de pie, no muy lejos de donde él se había derrumbado, mirando por la ventana hacia la noche serena y estrellada de la tundra boreal.

- ¿Qué me has hecho? Siento hielo en mis venas.
- La sensación se calmará con el tiempo hasta que solo percibas una ligera opresión sobre el corazón. – la voz de Crowen se percibía profunda y llena de matices, ese tono grave y femenino que empleaba ocasionalmente, cuando se encontraba satisfecha. A Elric le recordaba el ronroneo goloso de un gato y se estremeció. Crowen si empre le había parecido distante e inaccesible, una mujer compleja e impredecible que dosificaba su encanto y su fuerza sólo cuando le interesaba.

El mago se llevó la mano sobre el pectoral izquierdo, la piel estaba fría al tacto, dolorida y sensible. El frío no le sentaba bien, su movilidad estaba reducida por las secuelas físicas derivadas de la antigua tortura y esta sensación le agarrotaba aún mas.
- Me has dejado tullido de nuevo.
- No seas quejica, Elric, el dolor se hará mas soportable. Ahora eres un mago de fuego con corazón de hielo. He cortado los lazos de servidumbre que te ataban al exánime, no podrá influir sobre ti a no ser que seas tan estúpido como para ponerte de nuevo a su servicio voluntariamente.
- ¿Y si lo hago?
Crowen le devolvió una mirada fría e inclemente.
- Entonces se acabaría la segunda oportunidad.
La mujer extendió su mano y la cerró levemente en un puño, el mago se llevó la mano al pecho jadeando sofocado.
- ¿Qué… es esta… magia… infecta a… la que me… sometes?
Crowen dejó caer la cabeza y liberó una carcajada cristalina y victoriosa.
- Magia antigua, mi Arte, mi conocimiento… secretos que heredé de una casta de nigromantes estudiosos y concienzudos. He helado tu corazón, con el tiempo y tu voluntad irás mermando el frío y recuperando el calor, si vives hasta entonces volverás a ser libre, peeero… –ella hizo un alto, sonrió con malicia y concluyó- …tsk, si vuelves a enredar con demonios y cultores te quebraré.

Elric se terminó de incorporar hasta sentarse, apoyó un antebrazo sobre la rodilla y se relajó, su mirada paseó por la estancia, la furia que había liberado había destruido todo lo acumulado en casi cinco años, nunca había sentido apego a las cosas materiales y no sintió lástima por la pérdida. Su mirada se perdió por la estancia hasta que un brillo extraño atrajo su atención. Sobre la piedra gris, impertinente y descarado yacía un anillo, un solitario de compromiso, el mismo que hacía tanto tiempo Kryena le arrojara a la cara cuando él le pidió matrimonio.
- ¿Sabes que fue de ella? ¿Si está viva o muerta…?
La pelirroja le miró un instante, asintió levemente.
- Dímelo.
- No.
- Eres cruel.
- Si.
- ¿Por qué?
- Quiero que te lo ganes. Debiste haber acudido a mi desde el principio.
- Creí que estabas muerta.
- Tsk… ¿Desde cuando eso es para mi un impedimento?
Elric rió quedamente, aunque el pinchazo en su pecho segó pronto su carcajada.
- Elric, quiero reunir de nuevo a la Flor de Kandala. La mayoría han muerto o desaparecido y los de razas menos longevas son ancianos ya, pero he encontrado a sus descendientes.
- Eso suena ominoso. ¿Qué pretendes hacer?
Crowen se volvió a mirarle, sus ojos se entrecerraron.
- Terminar lo que empezamos.
Elric tardó un segundo en comprender. Sus ojos se abrieron, sus puños se cerraron.
- No. No es posible.
- Los indicios apuntan a que si. Piénsalo, aunque mermados y rotos los mas fuertes sobrevivimos. Y ella era la mas fuerte de todos. Debemos encontrarla antes de que recupere su poder, localizarla y destruirla.
- ¿Por qué …nosotros?
- Por karma y misticismo, destruir a un demonio que posee el poder de un dios menor no es solo cuestión de estrategia y potencia, todos los que participamos en aquella batalla quedamos ligados, marcados de alguna forma entre nosotros. Debo rehacer el grupo, con los que como tu aún perviven y con los que considere dignos sustitutos.

Crowen le observó curiosa, el mago parecía sumido en sus pensamientos, relajado y tranquilo.
- Me sorprende como te lo has tomado. Esperaba rebelión e ira. ¿Acaso me he equivocado al suponer que aún queda algo del mago destructor que conocí?
Elric alzó el rostro, su cabello se deslizó a ambos lados, la miró y sonrió burlón, esa sonrisa que antiguamente provocaba estragos en su público femenino.
- Ni tu ni yo somos los mismos y sin embargo no hemos cambiado tanto. Como bien apuntabas hemos sobrevivido a lo imposible. No me gusta lo que me has hecho y te juro que algún día me lo pagarás, pero por ahora me interesa lo que ofreces.

El mago se incorporó pesadamente, con dolor y tiento, hasta mantenerse erguido, su corazón bombeaba lentamente cristales de hielo por sus venas entumeciendo su carne y agarrotándolo, Elric se concentró como llevaba décadas haciéndolo y encerró el dolor en un rincón de su mente.
- Sospecho, Crowen, que me reclamarás cuando sea el momento. Así que ahora te agradecería que me dejaras solo.
Crowen sonrió para si misma al reconocer en el tono del hechicero al Elric arrogante y dominante de antaño. Su misión había acabado allí y no tardó en abandonar el lugar con un ligero taconeo sobre las piedras de la fortaleza.

Elric no se volvió para ver marchar a la elfa, aunque esperó hasta que dejó de oir sus pasos. A continuación, lentamente, se encaminó hacia el centro de la estancia y con un esfuerzo evidente, se inclinó a recoger el anillo caído. Pasaron minutos mientras observaba la pequeña y perfecta joya resplandeciendo en su palma llena de restos de sangre.
- Kryena…
Elric cerró el puño sobre la joya y alzó la vista, por primera vez en décadas, lloró a su amor perdido sintiendo nostalgia y esperanza entremezcladas.


Una imagen restrospectiva de Elric y Kryena en otro mundo y otros tiempos.




martes, 22 de septiembre de 2009

Crowen (XIII) El Círculo de la Vindicación.

Detesto Lunargenta.
La detesto. Es mas, me desagrada. Me pone enferma.

Si, es cierto, las avenidas son gloriosas, las estatuas y fuentes, monumentales, esbeltas, hermosas hasta decir basta. Reconozco que los arreglos de los jardines son primorosos, el rumor del agua y la música silenciosa de los cristales se entrelazan para crear una atmósfera musical y armoniosa. Es tan hermosa que te duelen los ojos al contemplarla, allá donde reposas la vista descubres un detalle en el que regodear tus sentidos. Incluso huele bien, quizá es la única ciudad que conozco que huele mas a magia y perfume que a polvo y humanidad.

La detesto.
Se me antoja una bella mujer engalanada de corazón herido.

Mi memoria está fragmentada pero no sé si por maldad del destino o perversa casualidad recuerdo con meridiana claridad de detalles la ciudad quebrada y anegada en sangre tras la “Batalla de las Dos Puertas”.

Ya lo he hecho otra vez, he conjurado en mi mente la visión dantesca y macabra que embargó mis pesadillas durante años, a veces se superponen las imágenes, los sonidos, los olores… no puedo evitar imaginar que percibo bajo todo este maquillaje urbanita el tufillo de la sangre coagulada, el olor pegajoso y siniestro de la muerte. ¿Son melodías sutiles lo que escucho o es el gemir debilitado de los moribundos?

De pronto me entran ganas de escupir, tengo mal sabor de boca, un regusto añejo que conozco bien, sabe a cenizas y a dolor, siempre me acompaña esa sensación cuando recorro en silencio los viejos campos de batalla. Y Lunargenta es para mi el mas desolador de todos.

Finalmente atisbo la figura de Gaheris en la distancia, y como no, viene conversando animadamente con una joven de túnica bordada y cabellos rizados del color del vino blanco.

- Ah, Crowen, querida. – Su sonrisa es deslumbrante, es el no-muerto mas vivo que conozco, mas incluso que muchos vivos que presumen de serlo.

Quiero mantenerme hierática y fría, no tengo ganas de socializar, pero me arranca media sonrisa mientras me presenta a su acompañante. Supongo que consigo mostrarme cordialmente trivial pues la mujer me mira un segundo y después vuelve sus ojos hacia él, descartándome como objeto de interés. Me pregunto a qué sabrá su sangre y me la imagino con el cuello abierto, el pensamiento me hace sonreir y ella me devuelve el gesto con amabilidad. Dioses, que tortura. ¿Cuándo nos vamos?

- ¿Te veré esta noche? – la voz de ella es cristalina y femenina, sus ojos brillan y sus dedos pálidos y tibios rozan el pectoral de la coraza. Como si él pudiera sentir su tacto a través del metal.

Mi suspiro deliberadamente exasperado es interpretado por ella de forma errónea y me lanza una mirada de gata melosa y triunfante mientras Gaheris se despide con un beso liviano cerca de la comisura de sus labios. Maldito galán, que bien lo haces. Se merece mi aprobación, sus gestos son sencillos y sin embargo elegantes, se muestra seducido cuando sé perfectamente que quien ha caído en sus redes es la damita perfumada. Me están entrando ganas de morderle, sin embargo me limito a ensayar un gesto perentorio, tenemos prisa conquistador.

Le arrastro conmigo al Archerus, un lugar siniestro lleno de tipos siniestros enfrascados en actividades siniestras.

Me encanta.
Y Gaheris lo detesta. Se le nota a la legua que está a disgusto, bueno, eso por hacerme esperar una hora en Lunargenta.

Cuando tiene prisa no remolonea y apenas aterrizamos recién transportados cuando ya me está urgiendo para tomar uno de los grifos reanimados, o mejor dicho, uno de los grotescos esqueletos voladores que nos llevarán a Nuevo Avalon, o mejor dicho… las ruinas siniestras de Nuevo Avalon. Si, todo aquí es siniestro pero es que los Caballeros de Ébano carecen de imaginación, solo hace falta mirarles las pintas siniestras que llevan la mayoría.

Mientras cabalgo hacia nuestro destino medito sobre la reunión a la que estamos citados, el Círculo de la Vindicación. No se a quién se le habrá ocurrido el nombre, pero me agrada. Gaheris me ha informado someramente sobre el asunto, pero a buen entendedor pocas palabras valen, me pregunto si voy a encontrarme a gusto con los integrantes, al menos si les mueve la misma inquietud que a mi hay una posibilidad. Lo que tengo claro es que ellos no van a estar cómodos conmigo, si, lo reconozco, proyectar un aura distante e inquietante se me da de órdago. Pero lo mío no son las relaciones públicas, esas se las dejo al pelirrojo encantador que cabalga ahora a mi lado.


Cuando nos detenemos en los lindes del cadáver de la ciudad me sorprendo contemplando a Gaheris, ambos participamos en la destrucción y asesinato de los fieles escarlatas que la poblaban, él sometido a la influencia canibalizadora del Rey Exánime, yo… en fin. Prefiero no dar detalles. Siento tristeza por las vidas perdidas, pero no arrepentimiento, soy incapaz de sentir culpabilidad por los actos realizados en nombre del Rey Lich, me pregunto si eso me hace cruel o simplemente inhumana… ¿amoral? Gaheris dice que no lo soy y no se lo voy a discutir, sin embargo creo que el ve mas bondad en mi de la que realmente existe, nunca he considerado si mis acciones eran “buenas” o “malas”, me he limitado a hacer lo que creía que debía hacer y asumir a posteriori las consecuencias.

De pronto él me ciñe la cintura y me atrae hacia su cuerpo con tal ímpetu que prácticamente me desmonta… no… prácticamente no, …me ha desmontado, dioses, que fuerte es. Me ha arrancado de mi montura y me ha sentado frente a él, de lado, suelto las riendas para que no se enreden en mis…



Su beso es intenso, pasional y terriblemente arrebatador. Me ha sorprendido y adoro que me sorprendan. Siento su necesidad instintiva de aferrarse a mi en este paraje, de recordarse a si mismo que los malos sueños han quedado atrás, su búsqueda de redención es vital y constante y sé que formo parte importante de ella. Me ama. Me lo ha confesado, me lo ha demostrado, me lo demuestra a su manera cada día. Y aquí estoy yo, abandonándome a un beso enamorado mientras estrangulo los sentimientos que pujan por abrirse camino desde mi alma. No quiero amar. Amar duele demasiado.

Te quiero. – Ay. Duele. Me duele mirarle y no responderle. ¿Qué verá el en mis ojos? Mis labios permanecen sellados. Le prometí lealtad, lealtad… para mi es importante, demasiado de hecho. Él lo sabe, me conoce demasiado bien y lo acepta. Me mira y me sonríe. ¿Qué leerá en mis ojos?

Por un momento me planteo llegar tarde, mi deseo se inflama con facilidad aunque presumo de mi autocontrol, encuentro deliciosa la confrontación de emociones… ah, qué demonios, estoy divagando, si no fuera por lo siniestro, si, siniestro del paisaje sería yo quién le desmontara, pero no es el lugar ni el momento. Así que maldigo en silencio y dejo que Gahe nos lleve a ambos hacia la vieja estructura donde se reúnen las pocas almas vivas que hay en el lugar.

...

Y aquí estoy, reunida en un círculo.

Llevo rato estudiándolos. Tres mujeres, tres hombres. Me fijo primero en las mujeres, lo sé, a veces me dejo llevar por las preferencias personales, pero me gusta, para qué buscar excusas.

Una de ellas se me antoja volátil, mi instinto me dice que no va a implicarse, apenas reparo en ella, desvío mi mirada hacia la joven de mirada anciana que se ha acomodado en la zona mas retirada de la estancia. Curiosamente, a pesar de su aparente fragilidad no parece fuera de lugar entre las tablas ennegrecidas, el polvo y las telarañas. Huelo el arte vil en ella y tuerzo levemente el gesto. Si, lo reconozco, siento una tirria visceral hacia los demonios y todo lo que sabe a ellos. Aunque el maldito destino siempre se muestra burlón, no hace mas que enredarme con los de su estirpe. Finalmente me fijo en la última fémina. Alherya, saboreo su nombre, mirarla es placentero, es esbelta y pálida y huele a sangre y bestias, a cuero y hierbas… y a melancolía. Su voz es juvenil y alegre sin embargo, y me agrada su forma de pensar, es adorable comprobar que aún hay cierta ingenuidad en el mundo.

Cuando por fin dedico mi atención a los varones, mi vista pasa rápido sobre el acechador que aguarda en las sombras, emana indiferencia. ¿Un mercenario, un sicario… o alguien que ha visto tanto que languidece ajeno a su entorno? No me gusta lo que percibo de él, dispara mis alarmas y me obliga a tensarme, me giro levemente para no perderle de vista.

Y queda la pareja. Si, la pareja. Es algo que intuí sin meditarlo cuando les ví. Al principio creí que eran familia, pero yo misma deduje que estaba equivocada.

Ahti huele a ozono y emana una luz densa y electrizante que me provoca cosquillas cuando se acerca, su aura me afecta y eso que aunque me defino como no-muerta no soy un cadáver andante vulgar y corriente. Siento cierta animadversión en su lenguaje corporal hacia nosotros, animadversión y desconfianza. Gaheris y yo somos intrusos en su círculo de conocidos, se nota que aún no ha decidido si puede contar o no con nosotros, si le merecemos un respeto. Siento el impulso de enseñarle los dientes, pero me aguanto, no es ni educado ni elegante, y puede caerse el mundo y hundirse el maldito infierno pero no pienso perder la compostura.

Siempre me han repelido los siervos de la luz, los paladines y los devotos, supongo que es mutuo, aunque reconozco que he luchado a su lado y mi experiencia es positiva, sin embargo nunca he dudado que en caso de tener que elegir… salvarían antes a cualquier otro que a una nigromante. En épocas pasadas yo les devolvía el favor maliciosamente permitiéndoles seguir combatiendo una vez muertos… aunque eso era antes de perder mi poder. Ahora me temo que el llamado Ahti podría barrer el suelo conmigo antes de enunciar yo el primero de mis sortilegios.

Bueno, ya está bien, dejemos los pensamientos autoflageladores a un lado. Supongo que es mas interesante dedicarme a evaluar al brujo.

Pasa un rato y sigo con la mirada prendida en él, ya me ha mirado un par de veces ceñudo. Si. Creo que él lo percibe y no le gusta lo que ve en mi… sospecho que le desconcierto.

Tengo ganas de atacarle.
Tiene cuernos y apesta a vil.

He evitado fijarme en él al principio, tengo los nervios a flor de piel, todos los que aquí nos hemos reunido estamos marcados, estigmatizados. De una u otra manera hemos visto demasiado y las cicatrices de nuestras almas son indelebles, son parte de nosotros y nos definen. Las cicatrices de Theron son tan elaboradas como las mías, no tengo ni idea de cómo lo se, simplemente lo siento. Bueno, los espíritus que revolotean invisibles a su alrededor pueden tener algo que ver, se que sólo yo los percibo, mi don y mi maldición como médium me acompaña de forma perenne, afortunadamente lo primero que me enseñaron a hacer es a ocultarme de ese tipo de presencias.

Maldición. Acabo de oir el sutil y veleidoso gemidito de una súcubo seguido del chasquido inconfundible de una fusta. Mi mente conjura inmediatamente las imágenes de Zai y Disona, en otro tiempo súcubos a mi servicio. Demonios. Que suerte la mía.

¿Te disgusta algo? – Gaheris es observador, su pregunta me hace consciente de la cara de pocos amigos que debo estar exhibiendo en estos momentos, afortunadamente su voz y cercanía actúan como bálsamo y me relajo. Mi sonrisa es sincera cuando me vuelvo a él y le susurro un par de palabras tranquilizadoras. Luego me lo pienso mejor y añado un par de palabras que espero le sonrojen, pensar en súcubos tiene también su lado estimulante.

Theron Solámbar. Me fijo en él con mas detenimiento. Le descubro intercambiando con Ahti mas miradas de las necesarias. Me divierto elucubrando sobre ellos un rato. ¿Estarán liados o son realmente muy amigos? Tengo que superar mi animadversión por los demonios, al final estoy rodeada de ellos, trabajo con ellos y me relaciono con ellos. Mis pensamientos aletean hacia mi demonio particular, Baazel. Maldición, a algunos hasta les echo de menos.

Y todo este desvarío mientras presto atención a lo que se dice en la reunión, nos vamos a dedicar a investigar a caballeros de la muerte sospechosos, a indagar sobre sus actividades previniendo infiltrados del exánime entre nuestra gente. Nuestra gente… a veces me pregunto si yo tengo aún “gente” a la que considerar mía.

El plan me place, desenmascarar monstruos que se ocultan entre mortales era una de mis actividades en vida. La investigación, el rastreo, la caza, el duelo de ingenio y voluntades… ah… me siento nostálgica de pronto. Todo ello me recuerda a Valdor Skarth, y aún es demasiado pronto para que pueda superarlo, de hecho no deseo superarlo, quiero que me duela para siempre. Puedo convivir con el dolor, pero no con el olvido.

La reunión acaba y las conclusiones son sencillas, organización, una forma de comunicarnos y autonomía entre nosotros. Juntos pero no revueltos, me parece apropiado.

Al despedirnos noto el cruce de miradas, he averiguado que la mayoría de ellos se tratan a menudo, incluso conocen levemente a Gaheris, él nunca tiene problemas para relacionarse pero yo soy la extraña. Y encima soy una extraña borde y poco simpática. Intuyo que no he triunfado.

Nos despedimos y cada uno emprende su camino… Yo vuelvo al día siguiente, sola.
He decidido purgar el lugar de espíritus, si vamos a seguir reuniéndonos aquí, paso de tirarme horas escuchando los gemidos y susurros de dos mil almas asesinadas y atormentadas, una es médium con experiencia, pero la paciencia tiene un límite.




Nota del autor: Un guiño y un saludo al Oso y al Sangrevil.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Crowen (XII) Sangre en corona de Hielo II.

Bestia y elfa alcanzaron su destino jadeantes, realmente no necesitaban respirar ninguno de los dos, pero el reflejo seguían manteniéndolo, Crowen había observado que los que dejaban de hacerlo terminaban perdiendo el habla y con ello iniciaban un peligroso descenso que acababa en degeneración física y mental, así que se había condicionado para mantener el reflejo, mantenerse “vivo” siendo no-muerto era un ejercicio de inteligencia y voluntad. No todos lo conseguían.

Una hora después llegaban a su destino. La mujer descendió de un salto de su montura y se dejó deslizar sobre el hielo unos pasos, hasta el borde de pozo que se abría a sus pies, la superficie alrededor del agujero era como un espejo, a su gesto, Espina alzó la testuz y se quedó inmóvil, su pelaje cobalto se confundía con el hielo de Corona. La mujer se puso manos a la obra, de una de sus alforjas extrajo una cuerda delgada de seda, tejida y encantada por su aliada, Eyza, la sujetó con un nudo experto a la silla de montar de su talbuk y sin pensárselo demasiado se dejó caer por la fisura oscura que la aguardaba. Las entradas a las cavernas eran como bocas que bostezaban al cielo, algún movimiento sísmico había quebrado el hielo abriendo al mundo la singular maravilla que Corona guardaba en su interior.

Crowen sospechaba que eran parte de los pasadizos que antaño usaban los nerubianos, ahora, aislados del resto, iluminados ocasionalmente por un sol esquivo y alimentados por una corriente de agua termal inaudita, habían dado lugar a un laberíntico entramado de cavernas cristalinas y llenas de vida. La elfa no dudaba de lo efímero de su existencia, en cuanto fuera vox populi, la plaga lo arrasaría como había arrasado todo signo de vida hasta entonces.

La elfa se deslizó por la cuerda sin miedo, sus guantes y coraza la protegían de la fricción. Al llegar al final de la soga se dejó caer haciendo repicar su armadura de placas con el impacto. Crowen echó la capucha hacia atrás descubriendo su melena carmesí y aguardó en contenido silencio mientras sus ojos se habituaban a la penumbra.

Había aterrizado sobre uno de los islotes rodeados de agua, había mas vegetación que la primera vez, cuando había descubierto y explorado junto a Gaheris las cavernas, de hecho el descubrimiento se lo debía a él. Crowen sonrió levemente ante el recuerdo y lo guardó para sí, su memoria añeja estaba rota pero al menos las nuevas remembranzas no se las podía arrebatar nadie.

La elfa se irguió lentamente, la oscuridad se aclaraba y sus sentidos se agudizaban, sintió la presencia de algunos animales correteando curiosos y asustados. Ella plegó el brazo y alzó el puño, un grito y la energía se concentró de súbito en su palma para luego descender como un relámpago hacia la tierra, una oleada de sangre y energía manó de ella instanténeamente, una explosión de la cual ella era el epicentro, a su alrededor el hielo se volvió letal y decenas de pequeñas criaturas perecieron en un parpadeo, Crowen abrió los ojos, brillantes y fríos, nadie la molestaría.

La Ninfa de Sangre, tal y como la llamaba su consorte, un apelativo de alcoba que ella había encumbrado descaradamente como título, Crowen había llevado muchos a lo largo de su vida, La Desposeída, La Heredera del Grimorio, La Nigromante Púrpura, La Señora de la Atalaya… todos ellos habían arropado una época de su pasado. Ahora se sentía simplemente Crowen, La Ninfa de Sangre, era dueña de nuevo de su vida y estaba empeñada en doblegar su destino a su voluntad, su actitud era mas desafiante que nunca.

Crowen se desnudó por completo, clavó su espada cerca, a mano, pues nunca se sabe cuando aparecerían invitados inesperados. Y así, erguida, asentada sobre los pies, sin pudor ni ataduras, sin dudas ni temores, Crowen relajó su cuerpo, disciplinó su mente y alzando su diestra… invocó el Libro de Sangre.

Silencio.

Un intenso y sobrecogedor silencio se derramó desde ella en todas direcciones.

Un latido.

Un segundo de eternidad congeló el tiempo, aturdió los sentidos y sumergió su conciencia.

El Grimorio.

Su mano descendía, sus yemas rozaron las páginas de piel suave, el grimorio se abría ante ella como si reposara en un atril sin sustancia.

Crowen sintió entonces como la invadía la familiar sensación de encontrarse en casa, generaciones de nigromantes habían imbuído el libro con su esencia y conocimiento, como haría ella llegado el momento, todas esas voces y conciencias, individuales y fundidas al mismo tiempo se agolpaban bajo la superficie del libro. El Grimorio respiraba imperceptiblemente, vivo, consciente y hambriento de saber.

Crowen bajó la mirada, ante ella se desplegaba el árbol genealógico de su estirpe, remontándose a tiempos inmemoriables, una dinastía que empezó con cinco grandes familias, que terminó confluyendo en la suya, los Malarod, y que se desvanecería para siempre cuando ella fuera destruida. Sacrificada antes de tener descendencia, reanimada como no-muerta, con ella terminaba un linaje. Y ella le correspondía el deber de iniciar otro. El Libro de Sangre era un libro de secretos, pero su objetivo era transmitir el conocimiento, no atesorarlo, Crowen sabía que debía encontrar un heredero digno del Grimorio, Valdor compartía su carga, pero como ella, sería incapaz de engendrar, necesitaba un aprendiz al que formar y dejarle su legado. Pero antes debía reclamar su derecho sobre el Libro de sangre y demostrar que seguía siendo digna.

Al descansar su palma sobre la superficie de la página, sintió como si decenas de dientes diminutos se clavaran en su piel, recibió complacida la familiar visión de su piel quebrándose, abriéndose en escarificaciones rúnicas y sangrantes que terminarían cubriendo su brazo, su torso y el resto de su cuerpo cuanto mas tiempo dedicara al estudio y consulta del Grimorio Negro.

El ritual había comenzado.

El Libro de Sangre respondía al estímulo de su pensamiento, las páginas volaban hasta detenerse cuando ella enunciaba una duda, mostrando respuestas, conocimiento vertido en el libro durante milenios por sus antepasados, eruditos entregados al estudio del Arte, las artes oscuras en todos su amplio dominio, conjuros, rituales, maldiciones, invocaciones, leyendas, ensayos, experimentos, opinión, experiencias. Ante ella se abría la sapiencia de centenares de mentes brillantes cuyo saber se había consolidado en el Libro de Sangre.

Crowen inspiró profundamente, el dolor se extendía lacerante por todo su cuerpo y la pérdida de sangre la debilitaba, consultar el Grimorio siempre había sido una labor extenuante.

A medida que su comunión con la ominosa inteligencia que animaba el Libro se hacía mas profunda, los sentidos de Crowen se volvían hacia su interior, era consciente de cada fibra de su cuerpo, cada nervio, cada milímetro de su piel, la sangre fluía lentamente por sus heridas, laceraciones que se abrían paso en su carne como si un macabro tatuador estuviera dibujando runas con un afilado cuchillo. La mezcla extraña de sensaciones, el dolor sordo y constante, el aislamiento del entorno, percibido como si el aire se espesase a su alrededor hasta tornarse sólido, el frío y el olor de la nieve y el hielo mezclado con el de su propia sangre, el aroma del metal de su armadura yacente en el suelo, la humedad pegajosa de la caverna y el añejo perfume del Grimorio, una mezcla de cuero, papiro, magia y hogar, todo ello quedaba amortiguado por el éxtasis que la embargaba cuando se zambullía de lleno en los secretos del Libro de sangre.

¿Cuánto tiempo permaneció así? ¿Cuánto tiempo empleó en rehacer una a una todas las conexiones que la ligaban a sus antepasados, cuánto tiempo tardó en renovar su pacto vital con su legado familiar?

Cuando Crowen jadeó exhausta retirando su palma lacerada y en carne viva de las páginas del libro la noche era cerrada y una terrible tormenta arreciaba en la superficie. La elfa se derrumbó sobre el hielo y se removió hasta quedar tendida, con una medio sonrisa aleteando en la comisura de sus labios, Crowen medio suspiró medio gimió, satisfecha y dolorida.

Crowen (XI) Sangre en Corona de Hielo.

En Corona de Hielo hay unas cavernas donde la magia y la vida aún perviven a pesar de los estragos de la plaga, la inclemencia del clima y los ejércitos del exánime. Pocos son los que se han aventurado en su interior, menos aún los que han retornado.


Una mañana desapacible, helada y tormentosa sorprendió al solitario jinete que atravesaba la llanura de hielo y roca en dirección a los pozos de acceso a las cuevas de cristal helado.

La mujer tiró levemente de las riendas y su talbuk rezongó, de ninguno de ellos emanaba vaho o calor alguno, el talbuk alzo la testa y olfateó el aire, momentos mas tarde su balido reverberó en las paredes de hielo.

- Calla Espina, conseguirás atraer a las vermis, y te juro, como lo hagas te ofrezco de carnaza.

La voz de la mujer era profunda y llena de matices, su tono moderado parecía desmentir lo azaroso de la situación. Su mano enguantada palmeó el cuello tenso y duro de su montura desprendiendo diminutos cristales de escarcha del pelaje de la bestia.

- Es mas al norte Crowen. – Susurró en su mente la voz del espíritu que la acompañaba.

- Lo sé viejo amigo, pero no me gusta ese paraje tan abierto, seremos un blanco perfecto.

- Ni tu ni tu talbuk desprendéis calor, sois invisibles a los sentidos de los vigías. ¿No era ese tu plan?

Ella rió quedamente.

- No muertos en territorio de los ejércitos del exánime, un par mas entre miles, si. Pero no somos como ellos, y aunque la masa en general es estúpida no hay que subestimar a sus lugartenientes. Muchos de ellos son nigromantes tan poderosos como lo fui yo en su día, podrían sentir el Grimorio.

- ¿Para que lo traes tan cerca de él entonces? ¿Por qué arriesgarse?

La pelirroja no se volvió a mirar la etérea presencia de su guía y amigo, le sentía intensamente cerca y eso le bastaba. Sus ojos de un azul glacial recorrieron la línea sinuosa de ese horizonte dentado y frío una vez mas mientras sus labios esbozaban una de sus ambiguas sonrisas.

- Este es un lugar preñado de magia nigromántica en estado puro, lo sientes tan bien como yo. Mi dominio y poder sobre el Arte está mermado y necesito esta energía, si no sintonizo completa y profundamente con el Grimorio terminará negándome el acceso a sus secretos.

- Crowen… lo que dices suena peligroso. Ni siquiera estás completamente recuperada del trance de tu reanimación, tienes media memoria fragmentada y tus poderes son una sombra de lo que eran. ¿Qué te garantiza que si flirteas con la magia negra de este lugar no terminarás claudicando ante ella?

La mujer apretó los labios en una mueca de determinación, esta vez si que se volvió a mirar al fantasma de forma directa, su mirada fulminante y afilada lo atravesó literalmente.

- No hay recompensa sin sacrificio. – sentenció- Si mi voluntad no prevalece significará que no soy digna heredera del Libro de Sangre y su conocimiento será recogido por otro.

- ¿Pero cómo…?

- Si fenezco o enloquezco busca a Valdor y dile donde buscarme, sabrá recuperar el Grimorio, tiene poder para reclamarlo.

- …

El espíritu no podía componer expresiones pero todo su aura vibró por un instante, el equivalente a un suspiro exasperado.

- Pelirroja testaruda, hasta tu cabra de Nagrand tiene mas sentido común.

El talbuk le dirigió una mirada cristalina y veleidosa, sus ojos antinaturalmente resplandecientes le escrutaron con desdén caprino. El fantasma reprimió el impulso infantil de responderle con una mueca burlona.

La mujer alzó la vista y oteó el cielo plomizo y cubierto de nubes bajas, podría haber un ejército de malditas vermis sobrevolándola y serían invisibles a sus ojos. La alternativa tampoco era halagüeña, desandar el camino y rodear la llanura bordeando los riscos, senda peligrosa por los desprendimientos constantes y los acechadores ocultos en las grietas. Crowen se lamió los labios helados, contempló una vez mas la pista silenciosa, grisácea y solitaria que se desplegaba ante ella y con una orden seca espoleó con saña a Espina, su talbuk reanimado se encabritó, lanzándose al galope con su particular trote de saltos largos. Sus pezuñas hendidas eran ideales para el hielo y la roca, y su naturaleza como montura no-muerta la convertía en mas que apropiada para ese infierno helado. Crowen detestaba el destrero del Bastión, tan exageradamente siniestro y llamativo, se había decantado en su momento por las esbeltas monturas de los Maghar, tanto el malhadado Espina, muerto y reanimado hacía poco, como su malhumorado hermano Gazur eran su preferidos.

Espina cruzaba la planicie con trote rápido y rítmico mientras su amazona se inclinaba sobre la testuz mirando alerta a ambos lados, expectante ante cualquier movimiento sospechoso que anunciase una emboscada. Los cascos del talbuk repiqueteaban sobre el hielo de forma ominosa, Crowen tenía la sensación de ir anunciando su paso a campanadas, pero era la única manera.

La emboscada no se hizo esperar, en Corona no podías dar dos pasos sin pisar algún esqueleto quejica o cultor envalentonado, las sombras de los cadáveres reanimados se perfilaron entre la ventisca, la oscura figura del nigromante que los comandaba se recortó nítida contra el cielo plomizo y su voz rasgó el silencio con graznidos agudos, hambrientos y cargados de odio.

Crowen no se lo pensó dos veces, su rodilla derecha se desplazó hacia atrás mientras su izquierda se adelantaba presionando los costados de Espina, el talbuk giró obediente y bajó la testuz, estaban cargando directamente contra las filas de muertos que se alzaban, su objetivo estaba claro, el nigromante al mando. Crowen lió las riendas sobre el pomo de la silla y controlando a su montura con las piernas desenvainó a Sangre de Kandala, la imponente espada sin´dorei que portaba a su espalda.

Espina bufó y transformó su carga, la potencia del talbuk resultó inesperada, los esqueletos y cadáveres salieron despedidos o cayeron tronchados bajo los cascos del animal, Crowen no perdía de vista al nigromante, a una orden suya, el mago perdió la voz, un leve gesto y sus pies se congelaron al suelo, la pelirroja se irguió levemente para maniobrar mejor a Kandala y alzándola sobre su hombro la descargó con toda la potencia de su fuerza e inercia de su carga sobre el cuerpo del cultor. No se volvió a mirar el resultado, captó por el rabillo del ojo como la cabeza, unida a un hombro y un brazo, volaba describiendo una curva macabra hasta caer rebotando como un fardo informe sobre el suelo helado. Ni siquiera un no-muerto se recuperaba de eso. Y si lo hacía, tardaría un buen rato.

Crowen rió, la carga le había hecho hervir la sangre, adoraba batallar desde muy joven, ahora su magia y su espada eran sus armas, la sangre su alimento… muy diferente de la nigromante engalanada en púrpura y ébano que se había hecho famosa por su despiadada fiereza, hubo un tiempo en que ella sola podía transformar un osario en un ejército, su hambre devoraba almas y su voluntad doblegaba a los caídos sometiéndolos a su voluntad. Ahora no poseía ni una cuarta parte del poder de entonces, pero como su padre le había inculcado, lamentarse es para los débiles. Crowen exprimiría al máximo sus poderes, no solo pretendía recuperar lo que había sido, tenía la firme intención de explorar nuevas cotas de conocimiento. Pero antes… antes debía ganarse el respeto del Libro de Sangre. Era su destino, su herencia, sin el se sentía y se sentiría eternamente incompleta.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Crowen (X) Una boda, un crimen, un beso.

Juntos superamos el encuentro con un mundo pletórico de vida mientras nuestros cuerpos permanecían fríos. Juntos soportamos las miradas de odio y los gritos de horror y venganza. Juntos aceptamos la oferta de redención de Thrall. Mientras él se reinventaba a si mismo, yo buscaba una identidad a la que asirme.
Recuerdo que mantuvimos apasionadas discusiones, amargas y duras unas, positivas y esperanzadoras otras. Él se entregó a una visión teñida por el rojo de un amanecer carmesí y la hizo realidad. Yo vagabundeé por mis recuerdos, sentimientos y deseos mientras experimentaba con mis nuevos poderes y dones. Traté de asir de nuevo las artes nigrománticas… pero una vez muerta, no tenía ganas de andar rodeada de muerte y descomposición. Era una etapa de mi vida que deseaba superar.
Finalmente y con la supervisión de maestros de talento comencé a explorar la senda del hielo y la nieve, lo encontré… refrescante. Y me entregué al estudio. Pero mientras mi mente se mantenía ocupada mi corazón brincaba inquieto. Al reanimarme Valdor se había llevado consigo gran parte de mi esencia, mis recuerdos, mis sentimientos, mis experiencias… en cierta manera me había devuelto al mundo como una tábula rasa, a medida que pasaban los días me iba quedando menos a lo que aferrarme, comprendí que con el tiempo, los recuerdos de mi vida pasada pasarían a formar parte de una ensoñación, debía encontrarme a mi misma de una vez o me perdería.
Traté de relacionarme haciendo un esfuerzo. Gaheris no tenía ningún problema para integrarse entre los vivos, a pesar de su condición, emanaba vitalidad y alegría, era energía pura en acción. Yo sin embargo… miraba a unos y otros, contemplaba a las mujeres tratando de identificarme con ellas, miraba a los hombres, buscando una señal de reconocimiento, algo que me sedujera o me invitara. Al final acababa aburrida. Las preocupaciones de los vivos se me antojaban fútiles, mediocres… vacías.

Recuerdo que tras una reunión con los amigos de Gaheris, el vino a buscarme. Me increpó mi actitud, me desnudó el alma con precisión y dureza, me desgranó uno tras otros todos mis defectos. En aquel instante le habría decapitado gustosa. Al final consiguió inflamar mi rabia. Me puse colérica, incluso llegué a llevar las manos a la empuñadura. Es lo que él estaba buscando. Reconozco que me envolvió con su labia y al hacerme rabiar también me hizo sentir.

-No te niegues lo que te mantiene viva. Siente. –me dijo él.

-¿Por qué? ¿Por qué te molestas por mi?

-Porque me preocupo por ti. Deseo que estés bien.

Yo le miré y comprendí. Vivir, sentir, desear. Si no abría mi corazón a esas sensaciones me convertiría en un remedo animado y hueco.

-Estoy llorando a mi amor, Gaheris. ¿No puedes entenderlo?

-Hazlo. Pero no te niegues todo lo demás.

En aquél momento no salí muy reconfortada, pero sus palabras fueron actuando como un bálsamo que al cabo de los días sanó mi dolor y me permitió atisbar la paz.

Semanas mas tarde los acontecimientos se precipitaron. Gaheris y yo habíamos alcanzado un equilibrio de convivencia, disfrutábamos de una amistad naciente, aunque yo ignoraba entonces que él sentía algo mucho mas profundo por mi. Me invitó a acompañarle a la boda de una amiga y yo accedí complaciente. La novia se retrasó bastante y no puede evitar pensar que el prometido tenía muchas papeletas de quedarse compuesto y sin novia en el altar. Poco podía esperarme lo que sucedió a continuación. En al clímax de la celebración, cuando ella, Naryah, debía pronunciar sus votos, su voz se quebró y dejando caer el ramo al suelo se volvió a Gaheris y se le declaró.

Mentiría si dijera que me sorprendió la decisión. Gaheris ya me había hablado de ella y yo era consciente del carisma que mi amigo era capaz de desplegar. Gaheris y Naryah se evaporaron a caballo, dejando a invitados y comitiva con la estupefacción reflejada en el rostro. Yo me marché a mi vez, escabulléndome de una horda de invitados furiosos, en el fondo… adoro las sorpresas y ¿quién no disfruta con una hazaña descarada y romántica? En algún momento había tenido la sensación de que Gaheris me profesaba afecto y de hecho, en vida me sentí atraída por él, me pregunté qué pensaría hacer Gaheris ahora que la promesa de una vida y una relación de verdad habían llamado a su puerta. No tuve mucho tiempo para plantearme dudas ociosas, una sensación fúnebre me asaltó y en ese momento supe que Gaheris corría peligro, peligro de muerte. En ese instante si que sentí saltar del pecho mi corazón, la sangre hirvió en mi cuerpo y un grito se escapó de mi garganta.

-¡Gaheris! –exclamé. Tiré del enlace mental y busqué su mente, lejana y debilitada. Reuní toda mi fuerza de voluntad y la empleé en mantenerla consciente. Había sido asaltado, raptado y herido brutalmente. Querían ejecutarlo delante de la propia Naryah por despecho y rencor. No me había dado tiempo a alejarme demasiado así que deshice el camino a todo correr, mi destrero arrancaba la hierba del camino a su paso, exigí de él todo lo que podía darme.
Me acerqué a Gaheris guiada por mi enlace, y ya cerca, seguí las voces airadas y los gritos que me condujeron por un sendero hasta el claro donde un grupo de elfos y elfas peleaban sobre el cuerpo inerte de mi amigo. Desmonté de un salto, arma en mano, colérica. En su arrogancia, los atacantes me ignoraron, y como decía Valdor, no hay bien que por mal no venga. Su indolencia me permitió conjurar un portal al Archerus y huir por él con el cuerpo de Gaheris agarrándolo precariamente por una pierna. Algunos de ellos me persiguieron al Bastión de Ébano, e incluso convocaron de la nada a un poderoso Caballero Muerto. Los hechos se sucedieron a toda velocidad, yo cargaba con el cuerpo laxo de Gaheris a los hombros y su mente iracunda en la mía propia, conseguí llegar a los grifos cuando me interceptaron, intercambiamos acusaciones y amenazas. Algunos guardias se volvieron a mirar, pues el Bastión está plagado de presencia militar siempre en alerta. Decidí aprovecharme de esa circunstancia y opté por dar la alarma sobre una de las cosas que más temíamos en el Archerus.

-¡Guardias!¡Es un espía, un agente del Exánime!¡Prendedle! –exclamé con mi mejor voz de dama en apuros.

No me quedé a mirar los resultados, los guardias reaccionaron preventivamente lanzándose sobre él, y mientras el caballero y sus amigos trataban de contradecir mi aseveración, yo corté las riendas de uno de los Grifos, salté sobre su huesudo lomo y emprendí la huída. El viaje fue corto pero frenético, viajé hasta Entrañas donde me mezclé entre el gentío, afortunadamente es una ciudad en que llevar un muerto a la espalda no llama ni la atención. Salí de la urbe y emprendí un galope frenético hacia mi destino, el abandonado Castillo de Colmillo Oscuro donde las artes de la nigromancia se habían impregnado en la roca y el aire.
Necesitaba esa energía para lo que quería hacer. Mi rabia aumentaba mi poder, me abrí paso a mandoblazos, portando o arrastrando según podía el cuerpo de Gaheris, entre las alimañas que pululan por el baluarte hasta que finalmente llegué a la sala de invocación.
A Gaheris lo habían desangrado con dos golpes brutales en el cuello, pero como bien nos recordaban una y otra vez, ya estábamos muertos, ese estado de parálisis y laxitud lo había presenciado en otros no-muertos, como los vampiros. Su consciencia seguía conmigo, aunque atrapada. Restaurar una vida está mas allá de las posibilidades de un nigromante, reanimar a un mortal como no-muerto requiere de un poder tan grande como el que Valdor empleó en mi, no digamos ya un ejército, como ha hecho el Exánime… reanimar a un no-muerto está dentro del alcance de un maestro nigromante y aunque mi poder estaba muy mermado, como decía mi padre: Es cuestión de voluntad. Y yo deseaba, quería… necesitaba que Gaheris viviera.

Hay varias escuelas de nigromancia, yo era experta en la senda de la sangre, de ahí mi sobrenombre, Ninfa de Sangre. Esa noche decidí que era tiempo de volver a ganármelo, era momento de reclamar mi legado, ésta era mi vida, este era mi Arte.
Tendí el cuerpo de Gaheris sobre la piedra fría y silenciosa, todo el Castillo aguardaba sobrecogido, como paralizado, conteniendo la respiración. Me desprendí de hierro, placas y armas, exponiendo la piel de mis brazos. No dudé al cortar de un tajo ambas muñecas. Gaheris necesitaba sangre. Le dí la mía.
Mi memoria recurrió a conocimiento largo tiempo olvidado, guardado en lo mas recóndito de mi ser, mi ensalmo susurrado reverberó en la estancia, mis ojos se tiñeron de carmesí y mi sangre se derramó sobre Gaheris. Le invité a beber, a recuperarse y liberé su consciencia. Gaheris se agitó, debilitado pero ávido y se sació en mi. A medida que el se fortalecía yo me debilitaba, pero no me importó, el sacrificio siempre era necesario para los que seguimos la senda de la sangre.
Todo debe guardar un equilibrio. Gaheris vivía de nuevo, reanimado, regenerado. Ambos estábamos exhaustos, me dejé caer a su lado, sin fuerzas para moverme.

Que presa mas sencilla habríamos sido en aquél momento. Él trató de hablar, pero al igual que yo, no tenía aliento. Yo tomé su mano en la mía, la apreté en un gesto genuino de afecto. Había temido perderle, la sola idea me había enloquecido. No lo permitiría. Él se movió con esfuerzo y pasó una mano sobre mi cintura, yo no rehuí el contacto, demasiado cansada como para hacer otra cosa que concentrarme en mantenerme despierta, sin embargo no puede evitar sentir que me embargaba un gran sentimiento de nostalgia. Recordaba ese gesto en otro momento y lugar, mi corazón tembló de añoranza.

-Nunca… me he reprimido. –escuché que se esforzaba por decir. - Ni voy a hacerlo ahora. Gaheris cogió aire y se acercó un poco mas a mi. -Te quiero.

Me quedé paralizada. Sentí como si emergiera del frío al calor, mi pecho estalló en oleadas de sentimientos confusos. Miedo, deseo, ira, pasión, añoranza, alegría, inquietud. Aguardé sin saber que decir o que hacer durante segundos que se arrastraron como horas. Tuve que recurrir a toda mi determinación, me volví lentamente, necesitaba mirarle a los ojos, necesitaba asomarme a su alma. Me enfrenté a su mirada sincera y vivaz, le desnudé con la mía, abrasadora e intensa. Era cierto. Sus ojos me lo confirmaron. Gaheris me amaba.
Mi mirada le atravesó implacable y pude notar como su expresión se tornaba por un instante desconcertada, desconsolada ante mi escrutinio. Sentí las primeras punzadas de dolor en mi pecho. Me había negado a amar, amar dolía demasiado. Pero había miradas que hacía que mereciese la pena. Descarté el temor y el miedo, descarté la duda. Me dejé llevar por un pálpito, un deseo oculto y grandioso que se abría paso de forma visceral.
Mi mano, aún ensangrentada como consecuencia del ritual se deslizó a su nuca, le atraje a mi con ímpetu y le besé con pasión desmedida. Creo que volqué en ese beso todo el sentimiento amordazado del último año, todo mi anhelo, todo mi deseo.

Fue una revelación, el culmen de una transformación que se había iniciado aquél anochecer sangriento y se completaba bajo el auspicio de un alba carmesí. No sabía lo que me deparaba el destino, pero me proponía averiguarlo con coraje y voluntad. Con Gaheris a mi lado.


Soy Crowen Skarth, la Ninfa de sangre.

Crowen (IX) Y aquí comienza una nueva historia.

Me encontraba en el Archerus, aún asimilando mi nueva condición. Había sido reanimada por Valdor. Él había purgado de mi los rastros de energía vil y me había devuelto a la vida, pero el Libro de Sangre siempre exige un precio y se había llevado parte de mi esencia, de mi alma. No estaba ni viva ni muerta y tenía que adaptarme a mi nueva situación.
Andaba ensimismada en mis pensamientos cuando una voz conocida me devolvió a la realidad y despertó en mi cierta remembranza.

-¿Crowen? Me volví temiendo y deseando al mismo tiempo lo que iba a encontrarme.

-Gaheris.

Nuestras miradas se iluminaron por el reconocimiento. Ambos sonreímos con cierta ironía. Supongo que no esperábamos encontrarnos de nuevo ni en esas circunstancias. Recordaba perfectamente a Gaheris. Su forma de hablar, su idealismo, su sonrisa angelical que desmentían sus ojos inteligentes y pícaros. Recordé que hubo un tiempo en el que fue un apoyo esencial para mantener mi integridad y cordura, no sé si el destino estaba sin determinar como Valdor me había asegurado, pero ésta era una señal que me resistía a ignorar.
Nos convertimos en inseparables, Gaheris estaba sometido en aquél entonces al influjo del Rey Exánime y su pensamiento era sombrío y cruel, sin embargo yo atisbaba en él su auténtico yo, adormecido pero latente. Las circunstancias quisieron que fuéramos asignados bajo el mando de Darion Mograine y es de todos conocido el enfrentamiento que protagonizó con Arthas y la posterior liberación de sus tropas del dominio del Rey Lich. Al romperse el vínculo con el Exánime, nuestro enlace mental se restableció y Gaheris y yo permanecimos juntos a pesar de las vicisitudes.
Él me había ayudado en vida permaneciendo a mi lado cuando deambulaba perdida y atormentada y puedo tener muchos defectos pero una de mis mayores virtudes es la lealtad y estaba decidida a permanecer a su lado mientras considerara que era mi deber.

Crowen (VIII) Mi muerte ritual.

Tras mi encuentro con Gaheris mi confianza en mi misma estaba algo mas restaurada, traté de enfocar mis esfuerzos a perfeccionar los dones que en ese momento poseía, procuré imponer mi voluntad a las sombras, hacerlas retroceder, dominarlas, darles forma. Pero cuando mas me esforzaba mas invadida me sentía.
En aquella época comencé a plantearme la idea de sacrificar mi existencia, pero aquello era una especie de rendición, y mi carácter, aunque quebrado, se resistía a la derrota. Supongo que la debilidad me volvió en aquella época mas “humana”, mas mortal… pero cuanto mas sensible me tornaba, mas vulnerable quedaba ante la influencia de la oscuridad vil.
Una noche trataba de realizar una invocación de un demonio mayor, no recuerdo bien lo que aconteció, mi mente se niega a aceptarlo. El demonio me exigió un sacrificio. Los corazones de dos hombres enamorados, de dos inocentes. Y yo… accedí. No recuerdo haberlos asesinado, pero si recuerdo mis manos ensangrentadas tendiendo mi macabro tributo hacia las fauces de la terriblemente hermosa súcubo, Disona. Aquella noche perdí mi alma y lo que quedaba de la antigua Crowen, la oscuridad me invadió casi por completo. Abandoné el Alba de Plata, me asocié con una compañía de asesinos y mercenarios, Los Lobos Sanguinarios… y durante un tiempo me entregué a un baño de sangre y poder delirante… siniestro.

Supongo que me habría ido hundiendo cada vez mas y mas en esa espiral de violencia y atrocidad. Pero tal y como Valdor había prometido… volvió a mi. O mas bien debería decir que me reclamó. Sentí el tirón mental de su orden psíquica. Sin poder evitarlo, con mi voluntad mutilada por la influencia demoniaca, me arrastró hacia él, hacia los páramos helados. Yo obedecí sin resistencia, su contacto me había devuelto parte de mi consciencia y el recuerdo de los crímenes cometidos recientemente me flagelaba dolorosamente. Recuerdo que llegué a él en pleno atardecer, tras un viaje que duró días, no me permitió ni comer ni guarecerme ni descansar. Trepé por rocas y ventisqueros con el cuerpo aterido hasta llegar a él en su refugio en plena montaña nevada. Cuando le vi mi mente se aclaró de súbito, fué como una revelación.

Valdor había recuperado todo su poder, su cuerpo se había regenerado y aunque aún mantenía los rasgos demacrados con que le había conocido, su enseña personal, sus ojos volvían a brillar con ardor helado.

-Crowen.

Yo le contemplé y sentí vergüenza. Él me había pedido que me mantuviera íntegra y no había sido capaz. Me había convertido en lo que ambos odiábamos, una sierva de la oscuridad vil, rendida a la voluntad de sus demonios.

-Ya no lo soy. – Le dije.- La Crowen Malarod que conociste no existe.

El me miró y sus ojos brillaron.

-Lo volverás a ser. No permitiré que tu alma sea devorada por el Vacío. Debe ser entregada al Libro de Sangre.

Yo parpadeé… y entonces lo sentí. El grimorio estaba de su parte, era su nuevo siervo y señor.

-Entonces haz lo que debe ser hecho. –le contesté.

Al decirlo, por primera vez en mucho tiempo me sentí en paz. Él me acogió entre sus brazos y me tendió sobre la nieve, sus dedos acariciaron mi rostro y mi piel por última vez.

-Que se cumpla lo que está escrito. –sentenció él. Pues Valdor conocía la profecía por la que ambos sabíamos que tarde o temprano moriría por su mano.
Valdor se inclinó sobre mi y sus dientes rasgaron mi piel, sació su sed de sangre en mi como nunca lo había hecho antes, sin contención, sin control alguno, drenó mi cuerpo hasta dejarlo exánime y cuando las últimas gotas de calor y vida me abandonaron me miró a los ojos, su rostro, su mirada intensa y cargada de devoción fue lo último que contemplé antes de expirar. Sentí la necesidad de decirle cuánto le amaba, tenía… debía decírselo. Mi garganta emitió un leve quejido, mis labios formaron las palabras, el ultimo aliento se transformó en una declaración muda.

-Valdor…

Nunca llegué a pronunciarlo. Morí mecida entre los brazos del único hombre a quien había amado, envuelta en hielo y nieve, bajo la mirada de un astro rojizo e impasible que se ocultaba en el horizonte, ajeno a sentimientos y tragedias, ajeno al amor y a la redención. Valdor envolvió mi mente con la suya, manteniéndome anclada a él mientras iniciaba el ritual. Me tendió sobre la nieve y con su sangre dibujó los círculos de protección y las runas de poder.

-Es cuestión de voluntad.-decía mi padre. Y la voluntad de Valdor era inconmensurable.

Valdor aquél anochecer volcó todo su conocimiento y poder, catalizado y aumentado a través del Libro de Sangre. Su voluntad se impuso a la oscuridad vil que teñía mi alma y la purgó, limpió mi sangre, aún rugiendo en sus propias venas, restauró mi mente, herida y atormentada, sanó mi cuerpo, lacerado e indefenso. Volcó en mi toda su esencia, todo su sentimiento. El Libro de Sangre latía, hambriento. Y Valdor pagó generosamente su precio.

-Vive, Crowen.

Valdor se inclinó sobre mi y selló mis labios con los suyos, regalándome su hálito. Mi mente se precipitó de nuevo a su dueña, mi consciencia se expandió por mis miembros, volví a sentir y el dolor me inundó, obligándome a arquear mi espalda y clamar al cielo mientras mis ojos se abrían desorbitados, virando brutalmente el iris de vil esmeralda a fuego helado en un instante. Estaba sumergida en una tormenta de sensaciones que amenazaba con enloquecerme, pero Valdor permanecía a mi lado, poderoso, incólume, como un ancla de realidad y templanza.

-¡Valdor! –recuerdo que grité.

El sonrió, me atrajo hacia él, me abrazó y me besó con ímpetu.

-Eres mi Ninfa de Sangre. Ni la mujer que fuiste ni la que temías ser. Una criatura nueva, con una nueva existencia. Vive, Crowen.

Le miré, aferrada a él y entonces volví mi vista al grimorio. Todo tiene un precio había dicho mi padre, cuidado con lo que le pides pues él es guardián del equilibrio.

-Te reclama. –adiviné.

Valdor asintió, sereno.

-Soy su señor, pero me debo a él. Debo continuar la obra que inició tu padre. Soy el guardián de sus secretos.

-¿Te volveré a ver? El me miró, sus ojos eran dos astros azules e imperecederos, me abrasaban.

-No hay nada escrito. Tu destino lo forja tu voluntad.

Supe que era una despedida. El Libro de Sangre y Valdor se habían fusionado y yo por ahora… no era digna de los secretos del grimorio ni de su poder. Debía recorrer de nuevo la senda que me conduciría a ellos. Pero hasta entonces, estaría sola. Le vi marchar a través de uno de los portales que tantas veces había convocado cuando vivíamos juntos, un paisaje extraño aguardaba al otro lado. Fuera donde fuera, se marchaba lejos de mi alcance. Él me miró, sonrió de medio lado. Era el gesto con el que se despedía siempre que cruzaba el portal, confiado en volver.

-Te amo, Valdor. – le dije a la soledad de la montaña mientras el portal se cerraba. Pero las rocas sólo me devolvieron un eco hueco. Bajé la vista triste, mis ojos se encontraron con dos palabras escritas en la nieve: Yo también.

No pude evitar sonreir.

Pasé la noche al raso. Al día siguiente me crucé con una patrulla de Caballeros de la Muerte, eran tropas del Rey Exánime y me uní a ellos.

Crowen (VII) Gaheris en vida.

Traté de mantenerme íntegra, me involucré en las actividades de una Orden Religioso-Militar que abogaba por la tregua entre horda y alianza y comencé a participar en reuniones diplomáticas, fue en aquella época cuando conocí a Gaheris.
Por aquél entonces un conflicto había estallado entre la horda y la alianza, el arzobispo Benedictus había sido secuestrado y retenido por los renegados . La orden a la que pertenecía, el Alba de Plata, colaboró en las negociaciones que se mantuvieron entre ambos bandos. Como séquito de una de esas comitivas, coincidimos Gaheris y yo.
Supongo que congeniamos desde al principio, era un elfo inteligente e idealista, su visión de la vida era tan positiva que me sentí atraída por primera vez en la vida hacia la luz. Cuando estaba cerca del paladín, la oscuridad que acechaba en mi interior parecía replegarse. Las negociaciones fracasaron y se terminó solucionando de forma militar. Aunque no participé directamente en el asalto si fui testigo del mismo.
Posteriormente se nos ordenó a Gaheris y a mi escoltar a un poderoso mago, Daerloth, que había ayudado a liberar al religioso de la alianza ganándose de esa forma el odio indiscriminado de un gran sector horda. Su vida corría peligro así que le ocultamos y velamos por él durante varias semanas. En ese tiempo Gaheris y yo nos conocimos mejor.

Él es de esas personas que emanan confianza y sinceridad, notaba mi continua turbación, mi lucha interior. Siempre he sido muy reservada, pero en aquella época atravesaba un momento de gran debilidad y confusión y me sinceré con él. Gaheris me prestó su atención, su apoyo y su luz. Veló mi sueño y espantó las pesadillas, no pudo curar mi alma pero mitigó el dolor. Entre los dos se instauró un sentimiento de gran intensidad, indeterminado y desconcertante, pero real y palpable. No ocurrió nada entre nosotros, pero la intimidad forjó un lazo que mas tarde reafirmamos con un enlace mental imperecedero y firme, como el que había mantenido con mi padre, con Valdor y con Baazel. Tras aquello nos separamos, pero ninguno de los dos olvidó.

Crowen (VI) Corrompida por demonios. Descenso al infierno personal.

Ignoro cuanto tiempo permanecí inconsciente. Pudieron ser días, semanas. Desperté en una isla extraña, con Baazel a mi lado. Mi mente estaba fragmentada, destrozada, mi memoria hecha añicos, apenas era consciente de qué era y quién era. Mas tarde descubriría lo precario y terrible de mi situación, de nuestra situación.
Yo estaba impregnada de energía vil, había sido contaminada en cuerpo y alma. Mi conocimiento estaba perdido en las lagunas de mi memoria, mi poder… mermado y corrupto. Baazel tampoco recordaba quién o que había sido, había adoptado la forma de un elfo de sangre, aunque sus manos seguían siendo de sombra, detalle que le desconcertaba. De alguna manera extraña estaba unido a mí, se sentía impelido a acompañarme y protegerme.

En los días venideros descubrí con horror que mis poderes habían cambiado, mi lazo con los espíritus había menguado, así como mis habilidades psíquicas, sin embargo había adquirido poder sobre las criaturas demoniacas. Me había convertido en algo que detestaba, lo que conocemos como una invocadora, una bruja. Traté de bucear en mis recuerdos, algo dentro de mí me impelía a buscar a alguien, una noche su nombre emergió de entre las brumas de mi memoria, Valdor Skarth.
Al pronunciarlo, sentí que nuestro enlace mental se restauraba, sentí su voz en mi mente y sin pararme a pensarlo acudí a su encuentro.

Recuerdo haber caminado descalza sobre la hierba hasta la cripta donde se ocultaba. Me sentía débil, rota y perdida… Me detuve estremecida y flébil y en ese momento vislumbré en la penumbra una figura encorvada y renqueante que se acercaba a mi. Supe que era él al instante. Valdor se acercó a mi con reticencia, temeroso de mi reacción, pero era lo único real y seguro que había a mi alrededor, me eché en sus brazos angustiada por la vil oscuridad que amenazaba constantemente con devorarme desde mi interior. Al tocarle noté huesos donde antes había carne, sus dedos eran falanges al descubierto, su rostro estaba destrozado y ciego. Mi corazón se encogió, mis manos se alzaron a su cara, no sentía pena ni rechazo, le amaba, le amaba por encima de todo. Nunca se lo había dicho, nunca habían pronunciado mis labios esas dos simples palabras. Y en aquél momento de desazón, tampoco lo hice.
Valdor se encogió ante mi contacto, humillado, dolorido y triste, yo llevé sus manos esqueléticas a mi rostro, a mi piel.

-Mi hermosa Crowen. –murmuró acongojado, retirándose de mi contacto.
-No me importa Valdor. – Había lágrimas en mis mejillas, pero no le permití rehuirme, besé suavemente sus labios descarnados y en ese mismo instante una avalancha de recuerdos arrasó mi mente. Todo lo que había sido, lo que fui e hice se volcó en mi de forma caótica. Caí al suelo aturdida, Valdor me envolvió en sus brazos como tantas otras veces había hecho a lo largo de noches de eterna vigilia.
-Eres mi consorte, mi amante, mi señor. No te dejaré, Valdor. –mis palabras se susurraron trémulas pero decididas, mi lealtad para con él era inquebrantable. El se desprendió de mi y negó lentamente, sin poder verme.
-No así Crowen. Deseo estar contigo, acariciarte, tocarte, mirarte. Pero no como una ruina de hombre. Valdor me confirmó lo que yo temía. El Libro de Sangre me había rechazado al corromperme la energía vil, energía que terminaría devorándome, poseyéndome y el estaba demasiado débil como para utilizarlo. -En el norte hay un poderoso nigromante, un lich al que llaman el exánime. Voy a unirme a sus filas, mi plan es recuperar mi poder… y volver a ti. –me explicó.
-No se si quedará algo de Crowen cuando vuelvas, la sombra demoniáca que hay en mi me está anulando, mi integridad se disipa, me estoy convirtiendo en un monstruo despiadado y cruel, en una asesina sin corazón.
-La Crowen que conocí no se rendiría. -No permitas que me convierta en aquello que mas odio, Valdor. Prométemelo.

Él sabía bien a qué me refería. Me estrechó contra su pecho y asintió en silencio.
Cuando le vi marchar me quedé vacía y sin fuerzas. Creo que por primera vez en mi vida me eché a llorar.

Crowen (V) Baazel el demonio y la concubina del Rey Sombra.

En una de nuestras investigaciones liberé por accidente a un demonio, un príncipe exiliado, el inefable Baazel Yamaniel.
Algo en su nacimiento le había marcado de forma distinta, aunque nunca me lo reveló yo sospeché siempre que no era un demonio puro. Baaazel nos reveló los planes de su padre, un demonio peligroso conocido como el Rey Sombra. Los detalles de la amenaza son complejos y macabros, nos llevó casi un año de enfrentamiento silencioso, el demonio rey había sometido a un nutrido grupo de cultistas liderados por una ambiciosa mortal llamada Misao. Pretendían abrir un portal a nuestro mundo, cómo tantos otros mortales, la hechicera ambicionaba el poder y la inmortalidad que el demonio la prometía, pero fue una adversaria admirable, por derrotarla sacrifiqué todo lo que era y todo lo que tenía.
Hice lo que mi padre siempre me enseñó que no debía hacer, firmé un trato con un demonio. Baazel resultó ser un aliado y un adversario al mismo tiempo, no era tan malvado como sus “familiares” pero seguía siendo un demonio. A veces debía recordármelo. Trató de tentarme, seducirme y poseerme por todos los medios, si no hubiera contado con Valdor es posible que hubiera caído en sus redes. Teníamos un mismo objetivo aunque nuestros motivos fueran diferentes.
Durante cerca de un año reunió un ejército de demonios bajo su mando y yo convoqué a mis antiguos aliados.
Les recuerdo a todos… aunque sus rasgos comienzan a diluirse en mi memoria. Recuerdo a la hermosa y trágica Iset, la guerrera que mas tarde sería conocida como la Reina Triste, una criatura que no podía pertenecer a este mundo, que como yo, sacrificaría mucho mas tarde todo lo que amaba por un bien mayor.
Recuerdo a los dos hermanos, Elric y Kumara, el primero un hechicero mujeriego de fachada cínica poseedor de un oculto y gran corazón, la segunda, una sacerdotisa niña que en los momentos mas difíciles demostró mas arrojo y valentía que muchos grandes héroes.
Krayten el poderoso gigantón de las tierras del sur, Kryena la audaz, Samuel, un mago natural de impresionante talento y la peculiar pareja formada por Sirkani, la elfa criada entre lobos y su esposo, el vacilante, sonriente y encantador Persival, un bardo urbanita y una cazadora salvaje que me demostraron fidelidad mas allá del deber.

Les recuerdo a todos, a todos.

Pero están casi todos muertos.

La batalla fué brutal. Jamás he vuelto a participar en otra igual. Mi mente se niega a recordar mucho de lo que en aquél lugar de pesadilla aconteció. Luchamos, perecimos, vencimos.

Vencimos… pero a costa de un gran precio. Aquella noche se perdieron muchas vidas, Baazel y yo nos enfrentamos al Rey sombra y su consorte mortal. Estábamos muy igualados, ambos sabíamos que no podíamos prolongar el combate o seríamos destruidos, nos miramos y nuestros pensamientos se entremezclaron, entre nosotros existía ya un vínculo formado a causa de nuestro pacto. Se trataba de vencer o morir.
Recuerdo haber pensado en aquél momento que mi padre estaba equivocado, que mi destino me había alcanzado antes de tiempo. Mi mente voló hacia Valdor, mi consciencia le dedicó una caricia en forma de pensamiento…

-Eres el Señor de la Atalaya. –le dije a modo de despedida. Sentí su negativa, sentí su dolor y desesperación. Le sentí gritar “¡NO!” Pero no existía alternativa, no sé rendirme. Baazel y yo unimos nuestro poder y nos sacrificamos en un despliegue de voluntad para destruir a nuestros adversarios. Nos habían subestimado. Y lo hicimos, vencimos. Yo también había subestimado el sentimiento que Valdor me profesaba. No se conformó con mi decisión, con mi adiós. Reunió todo el poder del que era dueño y lo amplificó a través del Libro de Sangre.

-Es cuestión de voluntad. –me había revelado mi padre. Y la voluntad de Valdor Skarth era formidable.
Utilizó el poder del grimorio para preservar mi mente y mi cuerpo. Pero el Libro de Sangre exige siempre un sacrificio. Valdor me protegió a costa de su propia integridad, aquella tarde el cielo se tiñó de rojo sangre, el grimorio cobró su precio… y mi consorte, mi amigo, mi amante… me salvó la vida a costa de su cuerpo y su poder.

Crowen (IV) Comenzando de nuevo. Encuentro con Valdor Skarth.

Abandoné la Atalaya, pagué a los mercenarios, liberé a mis siervos y agradecí su ayuda a mis amigos, mi lealtad para con ellos fue inquebrantable mientras vivieron y en algunos casos también después de muertos.
Durante mis viajes había encontrado el lugar perfecto para empezar de nuevo, lugar que guardo en secreto pues son muchos los misterios que allí he dejado y ocultos deseo que permanezcan. Como mi padre antes que yo, me convertí en maestra y guardiana, velando por el equilibrio, investigando sobre “El Arte”, garantizando protección y asilo a aquellos que no eran bien recibidos en otros lugares, como los trágicos y malditos cazademonios. Me convertí en una experta en maldiciones y era requerida para anularlas, combatirlas y contrarrestarlas. Asesoré y aconsejé a mis aliados, colaboré en guerras y batallas, afiancé lealtades y sellé pactos.
En pocos años me había labrado una reputación y me sentía tranquila, tenía un par de aprendices mas dispuestas que habilidosas, pero al menos eran leales. Sin embargo me sentía incompleta, solitaria. Comprendí entonces a mi padre, muchas de sus lecciones tomaron sentido entonces, creo que hasta ese momento le había admirado, respetado… en aquél entonces comencé a quererle.
Quizá ese sentimiento fue lo que me preparó para el encuentro que cambiaría mi vida.

Por fin conocí al hombre del que terminaría enamorándome. Le conocí en una reunión casual de sabios en Dalaran, no era partícipe, ni siquiera invitado, se había hecho un hueco gracias a su labia y personalidad. Mis ojos se cruzaron con la mirada aguda e irónica del renegado Valdor Skarth y algo se agitó en mi interior. Mi primera conversación con él fue memorable, no me fijé en el tono cerúleo de su piel, ni en las marcas de la degeneración postmortem que señalaban su cuerpo, no me impresioné cuando trató de tomar el pelo a un elfo remilgado desprendiéndose el brazo a forma de saludo. Me fascinó la forma en que funcionaba su mente, era aguda, brillante… simplemente genial. Valdor no recordaba quién era ni qué lo había transformado, no era un hijo de la plaga, sino algo diferente, pero había encontrado aceptación entre otros renegados y se presentaba como uno de ellos. Yo percibí lo único de su naturaleza y no me planteé dudas, le invité a mi nueva Atalaya.
El buscaba lo que yo le estaba ofreciendo, una erudita que le ayudara a desvelar los misterios que envolvían su transformación y estado actual, dedicamos años a investigar sobre su naturaleza y pasado, de hecho averigüé quien era en su anterior vida, Daniel Branning, un humano oriundo de la antigua Lordaeron, un investigador independiente que se había acercado demasiado a un secreto de traición y que había pagado el precio de su osadía con su vida. Aunque esa …es una historia para otro momento. Se convirtió en mi aprendiz, el mas notable de todos cuantos tuve.
Junto a él alcancé las cotas máximas de mi investigación, combatí a las criaturas mas temibles y alcancé los mayores logros de mi vida.
Llegó un día en que como maestra me sentí superada por mi aprendiz y aquello me reconfortó. Nuestro trato era distinguido, cortés y profesional, aunque con su humor corrosivo e indirectas subidas de tono no ocultaba la atracción que sentía por mi, yo aleteaba cerca sin caer en sus brazos. Fue un juego que prolongamos casi dos años.
Finalmente tomé una decisión importante. Le di acceso a mi grimorio, al Libro de Sangre y quedamos ligados mística y psíquicamente, en el mismo ritual, le tomé como consorte. No pasaría mucho tiempo hasta que consumamos nuestra unión convirtiéndonos en amantes. Valdor no sentía, sus nervios estaban muertos de la misma forma en que lo estaba su cuerpo, su piel era fría y áspera, pero a mi me enloquecía. El se alimentaba de mi sangre, literalmente, yo de la suya, compartíamos un vínculo profundo e íntimo que trascendía cualquier unión mortal.

Supongo que pocos entendían nuestra relación, pero nos convertimos en una pareja formidable.

-Soy dominante, caprichosa e infiel. –recuerdo que le advertí .
-Eres mi Ninfa de Sangre. Eres perfecta. –me contestó él.

Rememoro aquella época con nostalgia, son los únicos recuerdos que aún hoy me hacen aflorar las lágrimas y me quiebran el alma. Valdor era tan esencial para Crowen, como yo para él. Nos compenetrábamos, nos espoleábamos e inspirábamos. Sólo he sentido eso con tres personas en mi vida, mi padre, Valdor… y alguien que conocería mucho tiempo después.

Crowen (III) Huída y vuelta a la Atalaya

Durante aquél tiempo viajé, investigué y profundicé en mis estudios pero también me dediqué a experimentar, a vivir y a disfrutar. Era joven, había vivido encerrada toda mi vida, debo reconocer que me entregué a los excesos y durante un tiempo me abandoné a una vida disoluta y hedonista. Me mantuve lejos de los hombres, no quería favorecer aquella profecía que anunciaba el fin de mis días, pero no me privé de nada mas.
Apenas recuerdo aquella época, en mi memoria es como un borrón de colores luminosos y sensaciones embriagadoras, sólo permanece en mi cierto regusto a vacío. Fuera lo que fuera, aquella vida me hastió, me aburrió. Había llegado la hora de reclamar mi legado, los años pasaban y yo me acomodaba.
Por casualidad conocí a una nigromante con cara de niña, recuerdo su nombre, Faia, era una mujer notable, se convirtió en mi maestra y compañera de batalla, me presentó a aquellos que mas tarde me ayudarían a reconquistar mi atalaya, un grupo variopinto de aventureros, La Orden del Amanecer se llamaban, liderados por la inolvidable Kirya, hoy apenas queda ninguno de ellos con vida, pero fueron grandes amigos y aliados.
Durante un año preparé el asalto a mi Atalaya, la noche del asedio me erigí en comandante de una tropa dispar de mercenarios, asesinos, guerreros y no muertos.

Los recuerdos de la batalla son confusos, no fue distinta a otras en las que he participado. Muerte, muerte y mas muerte. Actos deleznables y hazañas heroicas, gritos, sangre, terror y dolor. La Atalaya estaba tomada, el asedio y el ataque había se había saldado con nuestra victoria, o bien mis hermanos me habían subestimado o yo les había sobreestimado, fuera como fuere la facilidad con la que ganamos me dejó… insatisfecha.
Se que fue imprudente, pero en un acto de arrogancia ordené a mis tropas aguardar mientras yo entraba sola en la torre de mi padre donde mis hermanos se atrincheraban. Recorrí en solitario los pasillos de piedra con los fantasmas y el eco de mis pisadas como única compañía.
En la base de la torre me enfrenté a mi hermano Grissarth, siempre había sido el menos listo de los dos, evidentemente nuestro hermanito mayor le había mandado por delante. Había temido que al encontrarme con ellos flaquearía, no he sido ni seré nunca una asesina a sangre fría, mi padre me inculcó unos rígidos principios sobre honor y lealtad, fue esa parte de mi la que le hizo decantarse por su hijita ... pero al mirar a los ojos al que era mi medio hermano no vi sino oscuridad, odio, ansia de destrucción. Se había convertido en aquello contra lo que mi padre me enseñó a luchar. Ni siquiera me digné a contestar a sus provocaciones y chillidos, combatí con él en silencio. El enfrentamiento fue breve… decepcionante. Le abrasé con mis primeros golpes, su piel se desprendió, sus ojos estallaron, en pocos segundos era una masa humeante que gemía en el suelo revolcándose en sus propias cenizas. No tardó en morir y cuando su espíritu se liberó, lo destruí enviándolo al olvido. No quería fantasmas furiosos rondando en las inmediaciones. La escalera de acceso al santuario de mi padre era irregular y peligrosa, nada mas poner un pié en ella sentí el latido del Libro de Sangre, fue como si el espacio se plegara sobre si mismo, la reverberación me atravesó como una onda rompiendo al superficie del agua calma. El Libro me llamaba. Ascendí resuelta, vigilando donde colocaba mis pies, espoleada por el latir de mi grimorio, de mi herencia. Moelthas me aguardaba enloquecido en el santuario, en su delirio aterrado había convocado para que le guarecieran demonios, sombras y otras criaturas del vacío abisal a cada cual mas terrible. Fué un juego de niños romper sus protecciones y dejar que sus propios siervos lo devoraran. Contemplé su agonía impasible, con cierta conciencia sobre el concepto de justicia poética, aunque aquella carnicería no tuviera nada de poético.

Exorcizar el lugar, purgarlo de sombras y devolver a los demonios al infierno de donde habían salido fue otro cantar y me llevó casi dos días con sus dos noches. Al amanecer del segundo día, me erigí triunfal sobre las ruinas de mi baluarte y me proclamé Señora de la Atalaya de los Muertos y sierva del Libro de Sangre. Poco sospechaba que diez años mas tarde la muerte me encontraría. Tras la batalla, el baluarte se había convertido en un osario de muerte y descomposición, algunos supervivientes se arrastraban entre las ruinas humeantes, los fantasmas y espíritus de los muertos chillaban desesperados. La Atalaya era un lugar de pesadilla. No había nada que me atara a aquél lugar y no quería edificar mi futuro sobre huesos y cadáveres.
Tuve que renovar mi comunión con el Libro de sangre, el grimorio que había permanecido cerrado para mis hermanos, el libro que había absorbido la esencia de mi padre. Podía sentirle al acariciar sus hojas, al bucear en sus secretos, era la obra de su vida y a ella se había entregado en muerte. Al reclamarlo, la consciencia del grimorio despertó y fue entonces cuando alcanzó su verdadero potencial.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Mi Origen (II) En La Atalaya

Durante siglos, con paciencia infinita, los seguidores de Heronen investigaron sobre demonología, magia, nigromancia… instituyó una escuela a la que llamó sencillamente “El Arte”, se especializaron en contramedidas, en luchar contra la Legión, los seres mas temibles del vacío abisal y las criaturas mas espeluznantes, muchos se transformaron en cazademonios, otros en brujos de inconmensurable poder que controlaban y esclavizaban seres demoniacos para luchar contra la propia Legión. Fue por aquella época en que mi padre entró en contacto con un espíritu primigenio con cuya ayuda y conocimiento comenzó a escribir lo que mas tarde sería conocido como el Libro de Sangre.

Heronen no se casó, pero tuvo muchas amantes y concubinas, obsesionado por engendrar vástagos que reunieran las características que el consideraba esenciales para continuar su obra: voluntad, determinación, coraje e inteligencia, eligió para si mismo las mujeres mas notables de entre sus aprendices. Con el tiempo, ser seleccionada por Heronen como compañera se convirtió en una posición codiciada por las magas de la Atalaya, pues el rumor de que aquella que le diera un heredero digno recibiría el conocimiento del Libro de Sangre se extendió. La Atalaya, anteriormente un núcleo de investigación y estudio, se fué transformando en un nido de víboras como consecuencia de la ambición y las intrigas.

Un día una forastera llegó a la Atalaya, era una bruja de notable habilidad y conocimiento, fué recibida con hostilidad y desconfianza cuando aseguró venir buscando al maestro Heronen. Era muy extraño que se acogieran extranjeros en la Atalaya, pero algo debía tener, pues llamó poderosamente la atención de Heronen y mi padre la aceptó.

Los años que sucedieron a la llegada de mi madre, Elthalyn, a la Atalaya, fueron oscuros y crueles, la congregación se escindió en varias escuelas, los asesinatos y las rencillas se convirtieron en habituales, durante esa época nací yo.

No se que hubiera sido de mi creciendo en ese ambiente de no ser por mi padre. Siendo aún una infante demostré haber heredado no solo el cabello pelirrojo de mi progenitor sino también su notable capacidad psíquica, aquello junto con mi carácter curioso y apasionado, me marcó como favorita y elegida de Heronen. Desde el instante mismo en que me nombró su heredera, mi vida estuvo impregnada de muerte. Apenas recuerdo esos años, pero lo que recuerdo me marcó para siempre, las muertes se sucedieron caóticamente en la Atalaya a lo largo de los años, muchos murieron, entre ellos mi madre, aunque los acontecimientos que envolvieron su muerte serán contados en otro momento. Mi padre me acercó a él, crecí y viví hasta mi juventud encerrada en su torre.

Fui una niña extraña, vivía aislada de todo, sumergida en mi mundo de espíritus y magia junto a mi padre y maestro. Siendo adolescente me inició en los secretos del Libro de Sangre, un grimorio que contenía todo el conocimiento que había adquirido y acumulado mi padre sobre “El Arte” a lo largo de milenios. No era un libro de conjuros y fórmulas, era un libro de secretos, la naturaleza de su creación lo había ligado a mi padre de forma mística, mi iniciación comprendió sacrificio en sangre y una entrega total. Yo deseaba satisfacer a mi padre a quien admiraba profundamente, y acepté y seguí cada una de sus exigencias.

Dicen que un autentico nigromante no ve la muerte como un fin, sino como una transición a otro estado de existencia y que muchos de ellos son capaces de predecir o conocer el momento exacto en que se producirá esa transición.

Mi padre lo conocía y estaba preparado.

Recuerdo vívidamente ese momento, de hecho, creo que es mi primer recuerdo consciente. Hasta entonces, mi vida era como una ensoñación, esa noche desperté. Yo estaba estudiando en el Libro de Sangre, un proceso doloroso y extenuante, pues el grimorio cobraba su precio, mientras las páginas volaban de un lado a otro sirviendo a mi pensamiento, mis brazos se llenaban de escarificaciones y heridas en forma de runas, mi sangre goteaba sobre el libro y este la bebía con deleite y avidez.

-Crowen.

La voz de mi padre interrumpió mi comunión con el Libro, y por su tono sabía que era algo importante, lo que me reveló a continuación me dejó helada y perdida.

-Crowen, esta noche tus hermanos Grissarth y Moelthas me asesinarán. Debes marcharte ahora y volver cuando seas digna de reclamar tu legado.

Así era mi padre. Directo, cortante, implacable.

-Si lo sabes… ¿por qué no lo evitas?
-Si me preguntas eso es que no has aprendido nada.

Sus palabras me hendieron profundamente, no agaché la mirada, pues era orgullosa, busqué en mi interior la respuesta a la pregunta que yo misma había formulado y entonces comprendí.

-Entiendo padre. Haré como ordenas.

Él me miró, su semblante era pétreo, pero sus ojos brillaban. No temía al destino, lo aguardaba impaciente. Mi mirada se desvió hacia el Libro de Sangre, mi padre la siguió y asintió, complacido.

-Sólo aquellos que él considera dignos pueden acceder a su conocimiento. Recuérdalo. Y ahora, vete.

Recuerdo haber mirado a mi padre a los ojos, él nunca me tocaba ni demostraba afecto, mi relación con él estaba basada en la disciplina, el respeto y la superación personal.

-Crowen.

Noté que su voz dudaba levemente, me volví desconcertada.

-Morirás por mano del hombre al que ames bajo la luz de un atardecer sangriento.

Mi corazón estuvo a punto de detenerse en ese instante, mi padre me acababa de revelar el momento y circunstancias de mi muerte, un conocimiento que era a su vez un don y una maldición. Me marché de la Atalaya en plena noche, con lo puesto, silenciosa, solitaria y turbada.

Tardaría años en volver… casi dos décadas.

Crowen (I) Mi padre.

Nací en la Atalaya de los Muertos, un baluarte secreto de exiliados altonatos entregados al estudio de las artes oscuras. Mi padre, que en su día había sido consejero de la propia Azshara, se había autoexiliado antes incluso de los acontecimientos que desembocarían en la destrucción del Pozo de la Eternidad. No era un hombre ni generoso ni tolerante, algunos dirían que incluso cruel, pero era un hombre de principios.

Fue de los primeros en investigar los secretos del Vacío Abisal, de entrar en contacto con demonios y otras criaturas temibles, de desentrañar los principios de la nigromancia. Tenía un talento natural para comunicarse con el mundo de los espíritus y gracias a ese talento pronto adquirió ventaja sobre sus colegas. Cuando en aquella época alzó la voz contra aquellos que pretendían abrir el portal que permitiría el acceso al mundo de la Legión Ardiente, fueron muchos los que lo acusaron de cobarde y traidor. Mi padre se autoexilió seguido de aquellos que le eran fieles por aquél entonces y terminó estableciéndose en un baluarte ruinoso perdido entre las nieves del norte.

Poco después el mundo cambiaría para siempre, el pueblo elfo se dividiría de la misma forma en que se quebró el mundo, algunos marcharon hacia el mar, otros se transformaron en monstruos de piel escamosa y otros buscaron reconstruir su entorno bajo la protectora mirada de la diosa lunar.

Para mi padre y su séquito aquello ya poco significó, se habían entregado a la investigación y conocimiento de la magia en su lado mas oscuro. Mi padre, Heronen, estaba convencido de que para derrotar al mal debía conocerlo en profundidad, pero también era consciente de que solo los mas fuertes resistirían a la tentación de caer en brazos de las tinieblas.

Acabo de Despertar

A veces tengo la sensación de haber empezado a vivir después de morir.

He sido reanimada como lo que han dado en llamar un Caballero de la Muerte, apelativo eufemístico y poco original, por cierto. Supongo que pretenden darle un aire honorable a esta caterva de no-muertos que ahora deambulan por las ciudades entre los que me incluyo sin complejos.

Si, estamos muertos, lo miremos como lo miremos no somos muy distintos de los renegados, vástagos de la nigromancia, cadáveres ambulantes en mayor o menor estado de degradación. Algunos caminan como almas en pena, otros, pobres ilusos, tratan de integrarse y recuperar sus vidas pasadas, otros ni recuerdan quién eran y la gran mayoría nos hemos transformado en armas asesinas. He visto caballeros tan consumidos por la sed de venganza y el odio hacia el exánime que se hunden poco a poco en el delirio, he conocido a aquellos que malviven atormentados por el recuerdo de los crímenes cometidos bajo el dominio del rey lich, unos pocos, sin embargo, hemos abrazado esta nueva existencia como una nueva oportunidad.
No me engaño, se que sólo es mi voluntad lo que me mantiene íntegra y mi conocimiento y experiencia lo que ayuda a asimilar los cambios en mi cuerpo. He convivido con la muerte y la necromancia desde que nací, en cierta manera, siento que mi condición actual no es sino aquello en que tarde o temprano debía transformarme.

Mi memoria está fragmentada y me cuesta recordar mi vida anterior de forma coherente, supongo que los recuerdos se irán diluyendo a medida que pasen los años, las décadas, siglos quizá, no deseo que se pierda, deseo recordar quien fui.

He aquí mi historia.

CROWEN MALAROD

Datos reseñables.

Crowen es una mujer distante e irónica en el trato casual, sus movimientos son elegantes y enérgicos a la vez, su voz es grave, llena de matices que sabe modular a su antojo. Su carácter es dominante, en ocasiones caprichoso y voluble, un trato mas prolongado con ella nos descubre una mujer que no duda en rendirse a las emociones. Es apasionada, vehemente y se mantiene fiel a sus propios principios.

Físicamente nos encontramos ante una mujer de belleza atemporal, sus rasgos parecen cincelados en hielo y nieve, destacando sobre la blancura de su piel su cabello de un rojo intenso y brillante el cual suele llevar suelto, liberado sobre los hombros . Se siente cómoda enfundada en su armadura, pero sabe lucir prendas femeninas con garbo y estilo natural. Amiga de la conversación audaz e inteligente, es menos propensa a otro tipo de ocio banal.

Descripción psicológica.

Crowen sólo cree en la voluntad. Su peregrina educación ha conformado una mujer de ética dispar, es fiel a unos principios cuya base es la lealtad y el honor, pero acrisolados por un concepto muy particular del bien y del mal. Su visión de mundo se asienta en la creencia de que debe mantenerse un equilibrio natural, que todo en el universo debe tender a mantener un equilibrio, cuando ese equilibrio se inclina demasiado hacia un extremo es cuando debemos intervenir. Esta moralidad la ha situado indiferentemente a un lado u otro de la balanza cuando así lo ha creído necesario. Detesta el abuso de poder, la ambición desmedida y la traición, siendo el último el peor crimen que puede cometerse contra ella. No es una mujer cruel, pero puede resultar implacable con sus enemigos no dudando en destruirlos de forma imaginativa si considera que es lo apropiado. Con aquellos que le demuestran lealtad se porta de forma intachable, tiene pocos aliados, pero aquellos que la conocen saben que no les fallará.

Sus relaciones de pareja han sido siempre observadas en tono de igualdad, su concepto del afecto fue sesgado por la relación con su padre, que alternaba concubinas y amantes con indiferencia y que la trató siempre con disciplina y respeto pero sin demostraciones externas de cariño. Exige lealtad y compromiso espiritual y emocional, pero no le da importancia a la fidelidad carnal pues no entiende el concepto de “pertenecer” a otra persona. Crowen es una mujer misteriosa, que no se da a conocer con facilidad, se siente atraída por las mentes brillantes y las personalidades únicas y no se suele fijar ni dar importancia al aspecto físico.

Como datos reseñables podemos añadir su peculiar talento psíquico, nació médium, lo que la ha mantenido siempre en comunión con el mundo de los espíritus y el entrenamiento al que fue sometida por su padre le permitió desarrollar una habilidad única, la capacidad de crear enlaces mentales con otras criaturas que accedieran a ello de forma voluntaria.

[Crowen es un personaje con una larga trayectoria, ideada y creada sobre una hoja de papel para una partida de rol de mesa, evolucionó hasta convertirse en una pelirroja nigromante que me acompañó por las tierras de Cantha, Tyria y Elona y mas tarde dió el salto a las tierras de Azeroth con sus recuerdos algo cambiados.]

Galería de Imágenes de Azeroth



Crowen, forjando alianzas con los dragones de Sombraluna.



Galería de Imágenes de Tyria, Cantha y Elona



Crowen en su época de mayor explendor
poco antes de la batalla en los infiernos.



  Crowen y Valdor, en sus inicios.



Valdor y Crowen con el cuerpo cubierto de runas de sangre.



Crowen, con armadura kurzick.