Nací en la Atalaya de los Muertos, un baluarte secreto de exiliados altonatos entregados al estudio de las artes oscuras. Mi padre, que en su día había sido consejero de la propia Azshara, se había autoexiliado antes incluso de los acontecimientos que desembocarían en la destrucción del Pozo de la Eternidad. No era un hombre ni generoso ni tolerante, algunos dirían que incluso cruel, pero era un hombre de principios.
Fue de los primeros en investigar los secretos del Vacío Abisal, de entrar en contacto con demonios y otras criaturas temibles, de desentrañar los principios de la nigromancia. Tenía un talento natural para comunicarse con el mundo de los espíritus y gracias a ese talento pronto adquirió ventaja sobre sus colegas. Cuando en aquella época alzó la voz contra aquellos que pretendían abrir el portal que permitiría el acceso al mundo de la Legión Ardiente, fueron muchos los que lo acusaron de cobarde y traidor. Mi padre se autoexilió seguido de aquellos que le eran fieles por aquél entonces y terminó estableciéndose en un baluarte ruinoso perdido entre las nieves del norte.
Poco después el mundo cambiaría para siempre, el pueblo elfo se dividiría de la misma forma en que se quebró el mundo, algunos marcharon hacia el mar, otros se transformaron en monstruos de piel escamosa y otros buscaron reconstruir su entorno bajo la protectora mirada de la diosa lunar.
Para mi padre y su séquito aquello ya poco significó, se habían entregado a la investigación y conocimiento de la magia en su lado mas oscuro. Mi padre, Heronen, estaba convencido de que para derrotar al mal debía conocerlo en profundidad, pero también era consciente de que solo los mas fuertes resistirían a la tentación de caer en brazos de las tinieblas.
CXVI .- Interludio: Noche de tormenta
Hace 13 años
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