miércoles, 27 de enero de 2010

Crowen (XXXII) Epístolas desde el desierto.

Soledad.
Sentada bajo la sombra de una roca inclinada, releyendo mi correspondencia reciente, paso las horas más calurosas de la jornada paladeando la palabra mientras reflexiono sobre lo que significa, lo que conlleva. Supongo que este paraje desértico invita a dicha reflexión. He vuelto al sur, a las arenosas planicies de Tanaris y llevo aquí una buena temporada, semanas quizá, viajando tras las pistas de Zai mientras trato de afianzar una frágil alianza con los Guardianes del Tiempo, los dragones que habitan en las cavernas del este.

Hace poco me hablaron en profundidad del Vuelo Bronce, desvelándome algunos de sus secretos, conocidos sólo por aquellos que los propios dracos han admitido como aliados honorables… o al menos aliados. Saber de las paradojas temporales a las que se tiene acceso desde las Cavernas del tiempo ha abierto ante mí un mundo de posibilidades, posiblemente sean la clave parar vencer a Zai Yimissa, pero antes debo ganarme la confianza o como mínimo, el cauto respeto de sus celadores.

Bajo la vista al delgado fajo de cartas que descansan sobre mis piernas cruzadas, siete misivas en siete días… todas firmadas por quién me ha revelado tanto sobre el Vuelo y el desierto… y por qué no decirlo, también sobre la soledad: Enarhíon.

Es curioso como suceden las cosas. Durante mucho tiempo el llamado Tejemuerte y yo podríamos haber sido considerados si no enemigos, al menos rivales enfrentados. Siempre que he podido me he mantenido al margen de políticas y leyes terrenales, ya fui consejera de gobernantes y grandes señores en el pasado y acabé cansada de las intrigas de la corte y por ello la primera vez que yendo en compañía de Gaheris Hojasangre me presentaron a Enarhíon, le asocié sin demasiado entusiasmo con la clase dominante de Lunargenta, una facción de la capital que lejos de interesarme, repudiaba. En aquella época yo trataba de apoyar a Gaheris y su revolución social, me vi inmersa en juegos de traiciones y contubernios que gustosamente habría dirimido a golpe de sombra y espada. Gaheris pasó como un terremoto por la sociedad sin´dorei, agitando sus conciencias y espoleando su ánimo y aunque pagó el precio siendo tachado de idealista y agitador, consiguió despertar a la adormecida raza elfa. Su pasión le granjeó la antipatía de los poderosos que vieron amenazado su estatus y se le persiguió a él y a los que le somos leales por medios legales y también turbios, teníamos enemigos tanto en la guardia como entre los asesinos contratados, sin embargo ni unos ni otros tuvieron arrestos y valor para enfrentarnos, algo que a día de hoy aún nos provoca hilaridad. Lanzaron a los perros tras nosotros y cuando llegaron a nuestros pies resultaron ser meros caniches ladradores. En fin, si he de recordar los sucesos con una sonrisa marcada de desdén, lo haré, pero poco o nada se merecen minutos de mi pensamiento.

Pasaron los tiempos de agitación y la leyenda de Gaheris y su visión permaneció, sintiendo que era menos necesaria y acuciada por la presencia de Zai yo me volqué en mis asuntos privados, además, la senda iniciada por Gahe había radicalizado su postura frente a la nigromancia que yo practicaba y nuestras desavenencias respecto al Arte nos habían distanciado, aunque soterradamente siguiéramos ligados por lazos de afecto imperecedero.

La segunda vez que vi a Enarhíon no cruzamos palabras urbanitas y civilizadas… cruzamos espadas y miradas. No entre nosotros, sino unidos circunstancialmente contra la Alianza invasora.

No suelo pisar mucho la capital, Lunargenta no consigue ocultarme el hedor de la masacre de hace medio siglo y para una médium como yo, no es más que el camposanto de cientos de miles de almas asesinadas por el malhadado príncipe Arthas. Puede que los demás no las perciban, pero para mí es un ejército de espíritus aún hoy aullando su dolor desesperado, aunque bloquee y disimule mi presencia, las siento, soy consciente de ellas… y en ocasiones es más de lo que estoy dispuesta a soportar.

Pero aquella noche estaba allí, acababa de recoger mi armadura reparada y me disponía a partir cuando soplaron las cornetas de los guardias y se escucharon las llamadas de alerta en las puertas.

“¡Forajidos! ¡Bandidos a las puertas!” Gritaban los vigías.

Ignoro que demencia o locura impulsaba a aquellos mercenarios a asaltar a la ciudad dormida aquella madrugada, pero como siempre que escucho una llamada a la batalla, algo en mi se agita y enciende mi sangre, me es casi imposible no acudir.

Y allí le volví a ver, cubierto de sangre ajena y propia, repartiendo sablazos mientras azuzaba gritando consignas a pleno pulmón, como un líder nato, a los voluntarios que nos habíamos congregado a reforzar las defensas.

Fue una batalla dura y desigual y los bandidos se cobraron muchas vidas antes de retirarse. Yo le había reconocido y si intercambié alguna frase con él, no fue nada que hubiera de recordar tiempo más tarde. Una vez rechazado el ataque, los voluntarios nos disgregamos partiendo cada uno por su lado.

Dos semanas mas tarde recibí una inesperada misiva.

“No he podido olvidar ni vuestra mirada ni vuestra voz, siguen prendidas dulce y angelicales en mi memoria”.

Enarhíon.

Cuando recogí la carta tuve que releerla varias veces para asegurarme que ponía lo que ponía. Luego comprobé el remitente y el destinatario, casi segura de que aquello debía ser un error o una broma. Sin embargo no recordaba yo al Tejemuerte dueño precisamente de un gran sentido del humor. En un primer momento pensé en dejarlo pasar y olvidarme. Pero no lo hice.

“Me temo que os equivocáis de mujer y guerrera, pues ni mi mirada es dulce ni mi voz angelical, sino más bien todo lo contrario.”

Crowen

La envié sin esperar respuesta, pero para mi desconcierto, aquella misma tarde, justo cuando recogía los pertrechos encargados, me llegó un nuevo mensaje.

Enarhíon volvía a escribirme, reconocía que había redactado la primera misiva con intención de captar mi atención, y se extendía algunas líneas mas, compartiendo pensamientos e inquietudes.

Creo que consiguió transmitir verazmente lo que sentía y sus intenciones. Había sentido un reflejo en mí, un reflejo a lo que él mismo era, un guerrero que combatía en soledad, y de solitario a solitario iniciamos una intensa correspondencia que duraría meses.

Durante todo el verano, los halcones y mensajeros trasladaron nuestras cartas lacradas a lo largo y ancho del mundo. Yo investigaba en el sur, el combatía en el norte. A veces me llegaban varias cartas juntas, manchadas de sangre o incluso emborronadas por la humedad y el transporte. Yo respondía a todas.

Enarhíon me habló de la búsqueda de paz y redención y yo le hablé de venganza y retribución. Escribimos sobre responsabilidad y deber, de soledad y añoranza, compartimos deseos y visiones, e incluso llegamos a confiar inquietudes y tribulaciones.

Hace unos días recogí su última carta, sus pasos le han llevado en una búsqueda personal hacia las agrestes tierras de Silithus donde acechan enterradas reliquias y oscuros poderes. No hace mucho que yo misma teñí de carmesí las ocres arenas de la tierra de los insectoides, el regusto metálico de la matanza se conjura en mi boca con inusitada potencia al releer las frases cargadas de poesía oscura.

Enarhíon es un alma compleja, al igual que yo, camina abrazado a la sombra sin mirar lo que deja atrás, pero sin permitirse olvidarlo. Su día a día está sembrado de muerte y destrucción, de dolor e ira. Sin embargo sueña con un mañana tranquilo donde hallar solaz y descanso. Alguna vez me ha confiado un sueño recurrente, en él se ve a sí mismo hundiendo los dedos en la tierra verde y húmeda, bajo la sombra de un gran árbol, desprendido de armas y armadura, acompañado tan solo de sus recuerdos y de la esperanza de un merecido bienestar.

Ignoro si será capaz de hacer realidad ese sueño, los míos no son tan apacibles, como le he hecho ver a mi vez. Mi sueño del mañana es rojo y oscuro, mi futuro es la lucha constante, la eterna batalla. Saborear la sangre en mi lengua, sentir la sombra en mis venas, el acero en mi mano. No deseo descanso ni paz contemplativa, mi lugar, mi razón de ser, es la vigilia constante, como defensora o guardiana de secretos, como protectora de mi sangre o heredera de mi linaje. No hay descanso para Crowen Malarod, no hay paz para Crowen Skarth. Por ello no debo tener miedo a la soledad, porque quien querría semejante compañera. Mi pensamiento aletea hacia Valdor, mi otrora alma gemela, hacia Gaheris, mi contrapunto de luz, hacia Theron, mi demonio cautivador. Hace tiempo que abracé la soledad como compañera, al igual que mi hambre y mi voluntad, se que ellas siempre caminan a mi vera.

¿Qué pensará Enarhíon de mi pasión por la sombra, la soledad y la espada? Lo ignoro, quizá se lo pregunte en mi próxima carta.