jueves, 15 de octubre de 2009

Crowen (XXI) Memoria Oculta. 2ª Parte.

Y siento la soledad que me atenaza y me envuelve… hasta que una voz reverbera en mi subconsciente.

- ¡No! Crowen ¡No!

Es Valdor quién grita, y su ansiedad desquiciada me obliga a abrir de nuevo los ojos. El mundo gira a mi alrededor, el paisaje cambia, mis manos ya no aferran una esperanza olvidada sino mis armas de batalla, mis dedos se cierran en torno a la piedra lisa cuyos ojos de cuervo me devuelven la mirada. De pronto el volumen del ambiente, ahogado por los ecos en mi mente, despierta y se incrementa hasta ensordecerme.

Baazel a mi lado, herido, consumido, clamor de combate que impregna la atmósfera. Mis sentidos se expanden, escucho el rugido del trueno y siento la lluvia de fuego descender de un cielo oscuro repentinamente iluminado, la magia de Elric reclamando la furia de los elementos, aullidos de demonios que se retuercen atrapados en la vorágine de devastación convocada por el mago. El canto de Iset, la Reina Triste, avatar de los cinco, al igual que yo, la última de su linaje, su canto de batalla corta el espacio con la misma precisión que su guadaña encantada cercena demonios arracimados en torno a ella, la atmósfera se electrifica cuando libera su poder haciendo vibrar la tierra y ondular el aire, arrojando lejos de su posición a las huestes convocadas por el Rey Sombra. Y bajo el rugido de las bestias las oraciones de Kumara, bendiciones de luz y calor que restañan la carne y aligeran el alma, un soplo de energía que refresca la sangre y despeja la mente arrastrando el cansancio y el terror. Soldados, caballeros, reclamos de Kryena, las órdenes de Krayten, todos ellos han acudido a mi llamada.


Baazel a mi lado, Valdor en la Atalaya. Y en ese momento descubro que todo es una trampa.

Misao va a por Valdor, a por la Atalaya, el Libro de Sangre y Asur, un niño de pecho, el primogénito de la Reina Triste, que se oculta en mi baluarte bajo mi protección. Misao ha traicionado al Rey Sombra, no deseaba convertirse en la concubina de un demonio, desea convertirse en un dios, una diosa oscura de muerte y sombra, un avatar del vacío.

Y no se lo voy a permitir. Ante mi se yergue el Rey Sombra, en tablas con su propio hijo, Baazel y él se han enfrentado salvajemente mientras yo encaraba a Misao, el combate se empieza a decantar hacia su lado, los demonios no cesan, el Rey Sombra extrae su poder de sus siervos, incansable, Baazel no puede competir con ello. Yo me enfrento a Misao, la mujer que fingió ser nuestra aliada y amiga, que engañó a Iset y a Sirkani, que jugó con su corazón, su vida y esperanzas. La mujer que asesinó a cientos de inocentes en rituales profanos, que arrancó no-natos del vientre vivo de sus madres y los entregó a la sombra, la mujer que se arrancó la carne de los huesos y se inmoló en un último sacrificio para trascender su forma mortal y abrazar el poder que tanto ansiaba, la mujer que abrió puertas a la locura y sedujo a un demonio mayor, la bruja despiadada que iba a sacrificar al hijo que crece en sus entrañas por pura ambición.


Misao acaba de traicionar al Rey Sombra abandonándole a su suerte. Y va a por Valdor, a por mi centro de poder, a por lo que soy.

Y se cuál es mi destino. El que yo elija. Y elijo prevalecer. Elijo vencer. Sé lo que he de hacer. Miro a Baazel, no es rival para su padre, pero yo si. Si le consumo, seré rival para ambos.

Nos miramos, mientras me despido de Valdor.


- Ahora eres el único Señor de la Atalaya.
- ¡Crowen, essspera!¡Crowen, no!

Una caricia en su mente, trémula y cariñosa, las caricias que nunca compartiré, los besos que nunca regalaré, los momentos que no recordaré se anudan en mi pecho y me roban el aliento.

Baazel me ofrece su poder y voy a utilizarlo. Me cierno sobre él y me impongo violentamente, le sujeto por lo hombros y él se aferra a mi mientras sello sus labios con un beso, un único despiadado y letal último beso que despierta mi hambre inhumana, que consume mi alma mortal y devora el príncipe demonio entre mis brazos. Baazel y yo somos uno, el vínculo con Valdor se debilita mientras la energía vil me invade.

Y extiendo mis brazos entregada a mi hambre, siento como mi cuerpo se expande desbordado por la energía oscura y ardiente de Baazel, me hago inmensa, mis ojos se inyectan en sangre y los fijo en el Rey Sombra, alto señor de las huestes infernales. El demonio se gira, me encara y revela su forma inhumana. Una montaña gargantuesca de rasgos simiescos, hombros cargados y zarpas reptilianas, un demonio de sombra y calor que emana fuego y llama vil. Y entonces río, esa risa cruel que me embarga en mitad de la batalla, cuando libero mi poder, mi sed, mi hambre… y me zambullo hacia él asumiendo las consecuencias. Y sigo riendo cuando él me atrapa y hunde en mi sus garras, y sigo riendo cuando me desgarra… cuando quiebra mi espalda… y siento sus fauces cerrarse sobre mi cabeza y siento los dientes arrancar mi carne. Y entonces sucede.

Y ya no soy Crowen, y no soy Baazel y soy ambos y soy el Rey Sombra, y río mientras devoro mi propio cuerpo y robo la esencia del vil monarca.

No tengo carne, soy sombra y fuego, no tengo huesos, soy ceniza y pensamiento, no soy humana, no soy elfa, no existe el tiempo, mi voluntad doblega la realidad. Siento hambre, siento sed, siento anhelo y deseo, no hay paz ni final… así que exijo, reclamo, reclamo lo que es mío. Y devoro las huestes del rey demonio, y me transformo en puro vil. Mi voluntad prevalece, soy muerte.

*Misssao*

Soy Crowen, soy Baazel, somos muerte.

Reclamo a mi concubina, reclamo a Misao , soy tu rey, acude obedece humilla ven… AHORA.

Y tiro de ella y ella tira de mi. Misao grita, se enfrenta, sus garras me hieren, mis dientes mastican. Y ella grita y yo río, porque estoy disfrutando porque me gusta devorarla, porque voy a matarla, voy a matarla a matarla a MATARLA, PARA SIEMPRE, POR SIEMPRE, ¡QUIERO SU ALMA!

El tiempo se detiene, yo lo detengo. Es mío y me pertenece. Escucho mi risa, me escucho tragar, deglutir, devorar… saboreo su esencia. Y de pronto ya no hay nada, no hay nadie, se marcha el sonido y los gritos, se atenúan los colores y formas, no hay aire ni cielo ni tierra ni roca ni hambre…

¿Hambre? Aún tengo hambre… ¿cuándo se calma el hambre?

*Lo conssssumirás todo*

Soy vil. Respiro vil. Siento Vil. El mundo se torna glauco, se oscurece, esmeralda, diáfano… es una sensación inquietante, insatisfecha, huidiza…

*Eresss Crowen*

¿Quién?

*Eresss Crowen, linaje de nigromantesss, heredera del Libro de Sssangre*

Crowen…

*Eresss Crowen, mi consssorte, mi Ninfa de sssangre*

Soy Crowen…

*Vuelve, ssse mía, mi Ssseñora de la Atalaya*

Valdor.

*Esss cuessstión de voluntad*

Y la voluntad de Valdor es formidable. Y siento su mente rasgar la mía a cuchillo. Valdor penetra mis defensas como un ariete afilado, rompiéndome en mil pedazos, y destruye y desmorona mientras me retuerzo en agonía, y aúllo y grito y me defiendo y le ataco y lloro y grito y dioses diosesss… EL DOLOR. SU DOLOR.

- ¿Me deseas? –pregunta la pelirroja insinuante, apoyada en su pecho, ambos sumergidos en una tina de agua caliente, rodeados de vapor y humedad.
- Ssssi. Te dessseo.
- Pues aplícate. –ríe ella- No me acuesto con aprendices.

¿Valdor?

- Te dessseo. –dice él.
- Te advierto que soy dominante, voluble e infiel. –le dice la pelirroja.
- Eress mi Ninfa de Sssangre. Eresss perfeta.

Y pasan años. Y siglos. Y sueño. Y vagabundeo perdida sin rumbo. Una eternidad, un instante. Y entonces parpadeo.

- ¿Crowen?

Una voz a mi lado, abro los ojos, despierto, desnuda, indefensa, aturdida.

- ¿Quién? –mi voz se arrastra rota e inaudible.
- ¿Eres Crowen? –la voz de él insiste, apremiante.
- ¿Lo soy? –inquiero confusa.
- Sé que eres Crowen. ¿Quién soy yo?

Ahora si centro mi mirada, mi visión se aclara y enfoco por fin el rostro de ojos verdeantes y piel alba que me observa inclinado sobre mi.

- Eres Baazel. –afirmo con seguridad mientras siento su alivio.
- ¿Qué ocurre, qué hacemos aquí?

Me incorporo y observo el entorno, alzo la vista a las ruinas blancas que hay cerca, comienzo a percibir el rumor del mar y el roce de la brisa, el aire sabe a sal. No sé donde estoy, no se quién soy. Baazel me tiende la mano y me ayuda a levantarme, nos observamos con curiosidad, desnudos en cuerpo y mente, confusos...

- Soy Crowen. –digo por fin.
- Crowen Malarod. –acuña él.
- Crowen... Crowen Skarth.


Y en ese momento, me hago real.


Crowen (XXI) Memoria Oculta. 1ª Parte.

Me ahorro preguntarme con teatralidad el habitual ¿dónde estoy? Sé perfectamente donde estoy. Derrengada e indefensa en brazos de un príncipe demonio en mitad de un desierto pedregoso mientras me cuezo lentamente dentro de mi armadura. Pero sabía que eso ocurriría… lo sabía ¿verdad?


No. No estoy en las Mil Agujas. Estoy en la Atalaya, en mi hermosa cama de caoba con dosel, en mi antigua alcoba de piedra y tapices, de cortinajes pesados y altas ventanas de coloridas vidrieras. Recorro con la vista mi entorno, dioses, siento ganas de levantarme y acariciar cada mueble, el viejo escritorio cargado de libros y apuntes, el diván barroco donde Valdor habitúa a leer recostado, el baúl a los pies del lecho, las esculturas, tallas y pinturas que he ido recopilando a lo largo de estos últimos años, regalos, tesoros, trofeos, reliquias de otros tiempos impregnadas de la esencia de aquellos a quienes pertenecieron. Las pareces de roca oscura, sillares de piedra gris encajados con precisión matemática y sin embargo dueños de cierta irregularidad que hace único cada rincón de la estancia, las pieles de oso que cubren el suelo, las exóticas alfombras de Kandala, regalo de nuestro querido Mariscal, ese gigantón llamado Krayten. Mi báculo de negra obsidiana reposa cerca de la cabecera, un imponente bastón tallado en piedra azabache coronado por un cuervo de alas plegadas, solemne y observador, el arma que me identifica y me acompaña desde que se lo arrebaté de los dedos muertos al Señor Lich en el impenetrable Bosque de Piedra. Y no estoy sola. Siento el cuerpo de Valdor a mi vera, está recostado entre los almohadones, con un manuscrito de aspecto ajado entre las manos, estudiando, como siempre. Le rodeo la cintura con mi brazo y repto insinuante sobre su pecho, el aparta el incunable y me mira regalándome una de sus habituales medias sonrisas, ambigua y mordaz, la mueca de quién siempre parece reírse de una broma secreta lejos de tu alcance.

- Buenosss diasss Ninfa de Sssangre.

Su acento de eses arrastradas y sibilantes me envuelve como una caricia confortable y familiar, me incorporo sobre él, percatándome de mi desnudez cuando las mantas de piel resbalan de mis caderas, sintiendo que todo es como debería ser siempre. Sonrío, sé que sonrío aunque mi boca no pierde tiempo en buscar la suya, sé que sonríe mientras me rodea con sus brazos apartando de si el libro pronto olvidado. Siento despertar mi hambre e inflamarse mi deseo, volátil, insaciable y violento como una súbita tormenta de verano. Siento sus dedos clavarse en mi carne cuando le contagio mi excitación. Ambos somos dominantes y cada encuentro se transforma en una lucha fogosa que no siempre acaba donde empezamos. El recuerdo me hace reir, colmada de salvaje alegría, me impongo sobre él, le agarro de las muñecas y trato de someterle mientras mi mente invade la suya. Mi consorte carece de sistema nervioso, no siente dolor alguno, pero tampoco placer. Es capaz de desprenderse un brazo del hombro sin pestañear, mis caricias ni las siente… por ello, por ello hace ya tiempo que le dejé compartir mis sensaciones, que dejé que invadiera mi mente y sintiera a través de mi, mis manos son sus manos, sus dedos en mi piel, mi piel es su piel, mis besos son sus besos son mis besos, mi aroma que embriaga y se mezcla y me muerde y es suyo mi dolor y le araño y paladea el tacto de mis yemas y siente el contraste de texturas acariciarme, las sábanas, las pieles, el aire, su piel, me mira me ve, le miro le deseo y se funde conmigo y con él, está en mi y estoy en él, tan entrelazados que no hay forma de saber quien muerde y abraza, quien besa y presiona, le someto, me domina, me invade y siente conmigo su embestida y grito con su voz y escucho mis gemidos, quiero devorarle y ser devorada porque en ese momento no me importa nada puesto que tengo todo, poseo todo, quiero todo.

Y si terminamos sobre la alfombra en un nudo de cuerpos y mantas enredadas tan solo sonrío, jadeante, feliz, entrelazada con él mientras el tiempo continua detenido, doblegado bajo mi voluntad, nuestra voluntad. Sus dedos despejan cabellos rebeldes de mi rostro robando besos livianos tras cada roce, le miro y me pierdo en sus ojos sabios, viejos y atemporales, eternos. Su rostro de rasgos hundidos, pálido y ojeroso, mortecino e inquietante. Sus piel es fría y cerúlea, y me estremece al tocarme, aunque en ocasiones, como hoy, está caldeada por el fuego que arde animado en la chimenea de piedra labrada, ese fuego perenne que Mai Lin se encarga siempre de mantener avivado. Mi mente vuela rauda hacia mi aprendiz, la malhadada Mai Lin, hermosa mujer desfigurada por los celos de un hombre malvado (que una servidora convirtió en un charco humeante de materia orgánica), la mujer que quiso entregarse a Baazel a cambio de un rostro sin cicatrices. El recuerdo me asalta. Irremediablemente seguido de otro mas intenso, olvidado…

- Puedo ayudarte a engendrar un hijo de tu consorte, un heredero para tu casa, para tu linaje y para el Libro de Sangre.

La oferta del demonio retumba ominosa en mis oídos mientras el escenario de mi alcoba se disipa en un sueño junto al contacto de Valdor. No aúllo ni me lamento, sabía que era una ensoñación, una visión que debía terminar tarde o temprano, saboreo el rastro de Valdor en mis labios y en mi mente, sin tener nadie de quién despedirme.

- ¿A cambio de qué?
- Quid pro quo. Quiero engendrar en ti a mi primogénito. –Recuerdo las palabras de Baazel perfectamente, como reptaron por mis entrañas hasta aferrar mi vientre y robarme el color del rostro. No reaccioné cuándo su mano de dedos largos caminó desde mi barbilla hasta mi pecho, en un gesto tan provocador como posesivo.
- Te daré dos hijos, me quedaré con uno.

Cuando conocí a Valdor no me planteé el futuro, supe desde el principio que como no-muerto sería incapaz de engendrar vida, no me preocupó, no había pensado todavía en que hacer con mi vida en ese sentido, si tener o no descendencia. Mas tarde, habiéndole tomado ya como consorte, acepté que nunca daría a luz un niño. Sólo de Valdor hubiera querido un sucesor, de nadie mas.

Lo que Baazel me proponía iba a poner a prueba mi moral, mi alma y mi voluntad. Y lo terrible de todo esto, es que yo estaba dispuesta a firmar el contrato, lograr lo imposible mediante un impío pacto, estaba dispuesta a acunar a un bebé en mis brazos y a entregar otro a un príncipe demonio que lo educaría como su heredero. ¿Habría sido capaz finalmente? Nunca lo sabré, pues Valdor se negó a aceptar.

Me llevo las manos al vientre estéril, tan frío y solitario como el resto de mi cuerpo, mis dedos se entrelazan bajo mi ombligo, temblando de añoranza, nostalgia y deseos inhibidos. Sueños secretos que jamás serán revelados ni compartidos.
 
(Sigue...)

Crowen (XX) Saludos, Baazel.

Aquí hace un calor de mil demonios, Espina, mi malhumorado talbuk, está de acuerdo. El aire sabe a tierra, tierra cuarteada y rojiza que se pega a mi armadura como un tenue sudario. Un sudario polvoriento que mas tarde tendré que cepillar de los recovecos de las filigranas grabadas sobre el acero negro, la perspectiva no es precisamente alentadora. Alzo la mirada y los rayos del sol me ciegan, hostiles, abrasadores. Este no es mi lugar, no pertenezco a este cañón primigenio que guarda el recuerdo de un río evaporado hace milenios, no pertenezco a este paisaje agreste de lagartijas correteando entre rocas, arbustos raquíticos reptando entre grietas y depredadores silenciosos de pelaje dorado. No, soy una criatura de hielo azul y nieve blanca, de sangre brillante y piel helada. Este paraje me debilita y me consume.

Un lugar ideal para una cita con un demonio.

- Crowen.

La madre que le parió.

Baazel acaba de aparecer a mi lado, tan cerca que puedo rozarle con los dedos si alejo levemente la mano de las riendas. No es que se haya acercado, no, se ha materializado, hace un instante no había nada, sólo silencio, luz y sombras recortadas y ahora le tengo al lado observándome con esos ojos oscuros y voraces que no consiguen ocultar su verdadera naturaleza para quién sabe lo que está viendo. Baazel es alto, muy alto para ser sindorei, cuando desciendo del lomo de Espina mi cabeza queda a la altura de sus hombros y eso que no soy pequeña. Cuando le conocí su cabello era tan rojo como el mío, y su porte elegante como el de un sofisticado aristócrata acostumbrado a las intrigas de la corte. Lo que nos ocurrió también le cambió a él, su cabello y su piel perdieron el color, como si la sangre se hubiera retirado de su carne, su semblante albino me observa ahora superponiéndose a esa otra imagen que guardo de él. ¿Sentirá el lo mismo? ¿Recordará a la mujer que fui? ¿A esa pelirroja de coletas irreverentes, mirada arrogante y porte dominante? ¿Recordará la mujer vestida de encaje y fastuosos vestidos de púrpura y azabache?¿La nigromante que jugaba con las vidas y los destinos de sus aliados y amigos, que estaba dispuesta a sacrificar aquello que fuera necesario para salvaguardar su preciado equilibrio? ¿Qué queda ahora de todo aquello?

- Tus ojos. Han vuelto a cambiar. –me dice- Parecen azules, pero aún percibo el destello del vil agazapado en el fondo, cuando me fijo son turquesas. Interesante.

Venga, no me fastidies. Resisto el impulso histérico de sacar un espejo y comprobar la veracidad de su primer juicio al verme tras mi transición a no-muerta. Pero no, no me puedo permitir darle ventaja alguna ni dejar traslucir inseguridad o desasosiego, mantengo mi expresión en modo “conversando con Baazel”, una mezcla de indiferencia y aire ofendido, como si sintiera fastidiosa su presencia y no le encontrara nada nada interesante o atractivo.

- ¿Me has hecho venir hasta aquí para componer sonetos sobre mi mirada?

Él ríe levemente, esa risa resonante y pagada de si misma tan suya.

- No. He venido a recordarte quién eres pues al parecer lo has olvidado.
- Sé perfectamente quién soy, Baazel. Ni la mujer que fui ni la que estaba destinada a ser, soy la que he elegido .
- No te lo crees ni tú. – Lo dice en un susurro sibilante, oscuro y profundo, uno de sus dedos se desliza bajo mi melena, antes no se atrevía a tocarme. Maldito.
- ¿Quieres comprobarlo? – no necesito esforzarme para teñir mi voz de amenaza, él sabe que no hablo en vano, nunca me rendí a sus tentaciones ni acepté su juego, aunque cierto es que gracias a Valdor en mas de una ocasión. Ahora soy mas fuerte, me estoy haciendo mas fuerte, la soledad me está cincelando.
- La pregunta es: ¿Quieres comprobarlo tú?

Baazel me observa desde su privilegiada envergadura, sus iris son dos pozos oscuros que me producen vértigo, se que sumergirme en ellos es peligroso e imprudente. Cuando extrae de no se sabe dónde, con un vaivén de prestidigitador, la pequeña petaca de plata labrada ya he asumido que voy a aceptar el riesgo.

- ¿Qué me provocará? – no me interesa lo que es, alguna mezcla infame, seguro, como es habitual entre demonios, un mejunje amargo que me abrasará la garganta, en eso lamentablemente son bastante predecibles, todo un clásico.
- Hará emerger los recuerdos que se han apagado en tu mente. Te hará dormir, pues no puedes restaurar tu mente sin sueño y ahora estás condenada a una vigilia eterna.

Así que es eso. Debía haberlo imaginado. La mente se restaura a si misma durante el sueño, es mientras dormimos cuando fijamos el aprendizaje de lo experimentado, ordenamos recuerdos y rememoramos en sueños, nuestro cerebro se cura a si mismo mientras el cuerpo reposa… algo fuera del alcance de los que caminamos sin descanso.

Sé que me oculta algo, algo importante. Sé que aquello que me oculta es la victoria que va a lograr sobre mi. Pero en esta batalla no me queda otra que entrar en su trampa y confiar en ser capaz de salir de ella. Tomo la botellita, caliente al tacto, envuelta en el calor residual de Baazel, que siempre parece febril… y no me lo pienso, ingiero su contenido de un trago largo.

Identifico el brebaje inmediatamente, su sangre, la sangre de Baazel, espesa y caliente, un sabor penetrante que estalla en mi boca empañando otros sabores… mi sangre, mi sangre cuándo la vida aún animaba mi cuerpo ¿Cómo diablos la habrá conseguido? Y otros ingredientes diluidos en pequeñas cantidades, hierbas, polvo arcano y a saber qué mas.

Es como esperaba, el líquido quema, siento perfectamente como desciende por mi garganta hasta el diafragma, como se extiende perezosamente por mis venas, como invade mi cuerpo y se enrosca en mis nervios, de pronto el sol parece mas caliente, el aire mas seco y mi equilibrio mas vacilante.

- ¿Y ahora…? –inquiero arrastrando las palabras en un siseo digno de un borracho.
- Ahora es cuando te desmayas en mis brazos.
- Yo no… Ungh…

Maldición.

martes, 13 de octubre de 2009

Crowen (XIX) La sonrisa del demonio.

Acabo de ver a Valdor. Ha venido a buscarme. Sentí el tirón en mi mente, convocándome a su presencia, pero finalmente fue él quien se apareció a mi vera, dueño del secreto de los portales, tan intrínseca y profundamente fundido con el Grimorio Negro que ya no necesita de su presencia física, accede a él de forma simbiótica y permanente, el Libro de Sangre lo ha aceptado como su señor y su siervo. Lo mismo que yo ansío conseguir algún día. O eso creo…


Me ha revelado lo que sabe sobre las andanzas de Zai Yimissa. La muy zorra está replicando los rituales que en su momento consumara Misao para acceder al poder del Rey Sombra, siempre supe que era un demonio ambicioso, obsesionada con el poder y la posesión, pero me sorprende que haya reunido coraje para iniciar esta senda, es uno de los procesos mas oscuros y perversos que conozco. Zai ha completado la primera fase de los asesinatos y sacrificios rituales, el primer paso en una espiral de creciente maldad que abrirá las puertas que desea cruzar. Valdor teme por mi, pues puedo tener poder sobre ella aunque renunciara en su momento al pacto de sangre que la sometía al servicio de mi linaje, la amenaza de mi existencia siempre la acosará y sabe que tratará de poseerme o destruirme, mi consorte sospecha que las pistas que ha ido dejando tenían como objetivo atraerme. Es cierto, Zai se ha hecho notar y sus pistas en apariencia sutiles me resultan burdas y evidentes, esa guarra imita a Misao pero carece de la aterradora inteligencia de mi vieja enemiga. Tsk… pensar en ella me llena la boca de un regusto amargo.

Esto es tremendamente inoportuno, pero no puedo ignorarlo, cuanto mas tiempo le permita fortalecerse, mas difícil será luego acabar con ella. Y hay alguien que puede ayudarme, alguien que la tuvo a su servicio en los últimos tiempos. Debo… debo avisarle. Y debo atraerle de nuevo a mi causa. A mi seductor, elegante y malicioso príncipe demonio particular, Baazel Yamaniel.

De pronto me sobresalta un escalofrío.

¿Estoy temblando? Si. Lo estoy. La remembranza de Valdor me invade, me abruma. Ha sido una reunión breve y sin embargo me siento saturada de un poderoso e insaciable deseo insatisfecho… Efímero, distante y angustioso, así podría describir nuestro encuentro. Aún me estoy preguntando por qué no he tomado las riendas y he cambiado las tornas, por qué he dejado que él marque el ritmo, tan solo sentirle cerca ha hecho tambalearse mi mundo haciéndome consciente dolorosa y cruelmente de lo incompleta y vacía que me siento sin él. Pero él no es para mi. Él lo sabe, yo lo sé. Lo que tuviéramos, lo que éramos… ha cambiado. Valdor se ha entregado a su destino y yo debo asumir el mío.

Tengo ganas de matar a alguien, de destrozar algo, de destruir, de consumir… siento la ira abrirse paso a dentelladas desde mi interior, masticar el despecho, la tristeza, triturar sentimientos y anhelos. Ahora no puedo, no debo… no debo volver a caer en ese pozo negro de desesperación. Una voz pequeñita gime desde el fondo de mi mente, un hilillo de esperanza incierta que frente a todo pronóstico ha logrado sobrevivir. La ilusión infantil e ingenua que a veces me hace desear en lo mas profundo, recóndito y apartado de mi ser… que todo vuelva a ser como antes, es un pensamiento confortable al que aferrarse cuando todo lo demás se vuelve intangible y lejano. A pesar de que me obligo a no aferrarme a ello, me faltan agallas para romperlo de una vez por todas, Gaheris tiene razón, aunque haya estado a punto de golpearle cuando me lo echó en cara, vivo irremisiblemente atrapada por mi pasado, por lo que fui… por lo que tuve, por lo que una vez sentí, Gahe se ha hecho notar toda la mañana inquieto y lúgubre en el fondo de mi mente, inquieto e incluso dolido por saber que estaba con Valdor. Evidentemente Valdor lo ha percibido y se ha partido el pecho de risa con el asunto, y me ha aguijoneado con sorna empezando a llamarle “mi rival”. Dioses, para ahogarles a todos.

Y como colofón de un día tenso me encuentro ahora mismo en la tesitura de contactar con Baazel. Son tres los vínculos que mantengo, Valdor, mi consorte por toda la eternidad, Gaheris, mi amante díscolo y rebelde y Baazel… Baazel, el demonio que hace años liberé y nunca mas me abandonó. El demonio que me conoce, me desea, me incita, me tienta, me protege, me reclama… un guardián a su manera, alguien que vela por mí… pero que también desea devorarme, alguien en quién jamás he podido confiar y sin embargo nunca me ha abandonado, Baazel, el demonio de sombras fascinado por los mortales, que cuando tuvo que elegir en el momento crucial, eligió morir a mi lado.

Así que me armo de paciencia y despejo mi mente, preparada para el habitual duelo de ingenio morboso al que me somete cuando hablamos… tiro con fuerza de nuestro enlace psíquico y deslizo en él una sola palabra.

“Baazel.”

Su respuesta se hace esperar unos segundos.

“Hum… Crowen. Que inesperada sorpresa.” Le imagino perfectamente, esbozando esa sonrisa peligrosa y ambigua teñida de intencionada provocación.

“Tenemos que hablar.” Le digo, siento de pronto su curiosidad preñada de ironía.

“Querida, es mal momento. Tengo un asunto entre manos en este instante” Ríe tentador.”De hecho tengo dos. Dos gemelas viciosas y entregadas que se sentirían decepcionadas si las ofendo con un desplante”. Encima se regodea y me permite comprobar que es cierto volcando en mi mente, sin permiso, una catarata de sensaciones explícitas. Le gusta jugar conmigo, con todos, así que le sigo el juego sin demostrar turbación.

“Egoísta, podías avisar.” Se ríe, le encanta que entre al trapo y no me arredre, él conoce una parte de mi que no suelo mostrar, pero bueno, me acompañó en mi descenso a la corrupción del vil con entusiasta abandono, así que ha sido testigo de mi fachada mas oscura y degenerada. Y al maldito le encanta. Benditas lagunas de memoria…

“Únete.” Lo dice en serio. Lo peor de todo es que la idea me seduce… pero no. Baazel es un demonio, siempre será un demonio, una cosa es tontear con su ingenio y otra caer en su red. Algo que aprendí por las duras.

“Tengo en mente otra dama a la que someter y dominar, Baazel.” Le contesto.”Zai Yimissa ha vuelto y está reproduciendo los rituales de Misao.” Siento cierto placer al notar que le corto el rollo y me permito sonreír con esa mueca inocente que nunca me sale creíble.

Hum… ¿estás sobre su rastro?” Está digiriendo la información, su pregunta es intencionadamente redundante, se le nota que está pensando a toda prisa mientras intenta mantenerme ocupada hilvanando una respuesta. Demonios, nos conocemos bien, le contesto con datos que seguramente ya ha deducido por si solo.

“Si. Se oculta pero actúa dejando miguitas que me llevan a ella, es evidente que quiere tenderme una trampa y eso te apunta a ti como posible objetivo.” Siento cómo medita mientras las gemelas refunfuñan olvidadas entre sus brazos.

“Te veo en el Pulgar del Diablo, en Mil Agujas, mañana al atardecer.” Me anuncia de pronto.

“¿Y que cuernos se me ha perdido allí?” Le pregunto sorprendida, solo estuve allí una vez, de camino a Gadzetan y no recuerdo que hubiera ningún nexo de poder ni nada especial.

“Hace tiempo que quiero hablar contigo y entregarte algo, lo que me revelas vuelve acuciante el que nos veamos.”

“No iré si no me dices para qué.” Nunca dejes que un demonio te seduzca con promesas vagas y explicaciones crípticas, exige respuestas, exige transparencia, bastante peligroso es dialogar con ellos para encima conformarte con una conversación enigmática. Siento su risilla, reconoce mi intención y la aprueba.

“Mi querida Crowen Malarod…” Él usa siempre mi nombre original. “…hace meses que comparto tus sueños. Sé lo que te atormenta y lo que te distrae, lo que te angustia y debilita…” Que gracioso, yo no duermo, lo que viene a descubrirme que invade de forma consciente mis pensamientos, maldición, otra secuela de tener la memoria fragmentada. “…has perdido recuerdos clave que tienen la respuesta a tus preguntas, yo te los devolveré.” Si aún respirara me habría quedado sin aliento, bueno, de hecho me olvido de respirar durante varios minutos mientras me trago con dificultad el dulce envenenado que me está ofreciendo.

Se me ocurren mil razones por las que no confiar en su regalo. Y otras mil por las que si hacerlo. Baazel desea algo de mi, eso es evidente, pero también desea que prevalezca, no somos enemigos, al contrario, soy lo mas cercano a una amiga que puede tener. Toda mi experiencia y sentido común comienzan a gritar con las manos alzadas: ¡No!¡Di que no!¡No aceptes! Son impertinentes, así que las acallo de un portazo. Al fin y al cabo, esto es lo que esperaba ¿no? Es lo que buscaba.

“Allí estaré.” Mi respuesta es serena y firme, aún así cuando cierro el enlace percibo el brillo del triunfo en sus ojos, la sonrisa de depredador en sus labios y la excitación en sus nervios. Disfruta al llevar ventaja cuando juega conmigo.

jueves, 8 de octubre de 2009

Crowen (XVIII) El cazador en la nieve.

El dragón alza la testa y husmea el aire helado de Gelidar, inquieto, parece buscar algo, sus ojos vidriosos recorren huraños el entorno nevado, el vaho se acumula en nubecillas sobre su morro mientras la bestia resopla. Darlygos, cazador de magos, acechador del vuelo azul, entrenado para rastrear, asesinar y descuartizar conjuradores, sobre todo elfos, no sabe muy bien por qué pero disfruta especialmente masacrando orejas largas. El dragón observa atento los alrededores hasta que por fin recoge el sinuoso cuello  contra su pecho y cloquea, es su forma de reír mientras inclina la reptiliana cabeza sobre los restos de la elfa que yace aplastada bajo su garra. Una presa fácil y mediocre que apenas opuso resistencia ni supuso un reto, ni siquiera puede catalogarla de entretenimiento. El dragón humilla el morro y mordisquea de nuevo la pierna de la muchacha que esta vez no reacciona. Apenas queda nada reconocible de ella, jirones de carne y hueso prendidos del tronco de lo que hace unos minutos fuera una hechicera del Kirin Tor.

*Alguien se acerca*

Darlygos se remueve intranquilo y despliega las alas con ese peculiar restallar que hace reverberar sus membranas, siente una presencia extraña en las inmediaciones pero no la localiza, un aliado o acompañante de la maga quizá… el dragón se imagina al mortal temblando de miedo, agazapado tras unos matorrales cubiertos de escarcha rezando a sus estúpidos dioses para que el depredador remonte el vuelo y le deje vivir un miserable día mas. Pero no, no hoy. La caza ha sido insatisfactoria y Darlygos necesita, desea… ansía mas. Un chasquido a su espalda le hace girarse violentamente, preparado para descargar su aliento de muerte escachada, un chorro de cristales helados que arranca el calor de la carne y desprende la carne de los huesos.

*Nadie*

El dragón se enfurece. ¿Quién se atreve? ¿Acaso osan jugar con él? Sea quien sea, Darlygos se jura a si mismo que le hará disfrutar de una tortura prolongada e imaginativa, la baba sisea en sus fauces al imaginarlo y su lengua repasa los bordes afilados de su dentadura…

¿qué demonios…?*Algo le ha atravesado una membrana*

Darlygos arquea el cuello incrédulo y al torcer la testa se encuentra de morros con la elfa semidescuartizada enganchada a su ala… no puede ser. La elfa le observa con lo que queda de la mitad de su rostro, el otro medio es una masa informe de sangre coagulada y pelo enmarañado, pero hasta el ojo que oscila fuera de su cuenca parece mirarlo destilando odio.

Por primera vez en su dilatada existencia el dragón da un respingo mezcla de susto y asco, cuando las leyes de lo que es racional se quiebran no hay criatura que no experimente un instante de shock mientras su mente procesa y acepta que lo imposible está sucediendo.

- ¡!…goyyy… muegueeees gonmigoooo… gassstagdoooo…igoobutaaaaa… ¡!

…Por los cuernos de Malygos, la zorra muerta está gritando… ¿cómo…? *Mi sangre arde.*

Darlygos siente de pronto la náusea que invade su cuerpo, el veneno que se derrama ardiendo en sus entrañas, el borboteo hirviente que coagula el lecho de nieve y hielo bajo sus garras… y la risa. La risa que aterra más que cualquier blasfemia o maldición, que cualquier grito guerrero. La risa clara, cortante y helada que rasga el aire, la risa que se acerca inexorable y cruza como un borrón delante de él cortando piel y escamas.

*Joder. Mierda. Joder… putos nigros.*

El dragón se revuelve y de un bandazo se deshace del cadáver farfullante que termina estrellándose contra un pino joven a sus espaldas provocando una mini avalancha de nieve en polvo, delante de él se encuentra la auténtica amenaza, inspira rápida y entrecortadamente, tan solo necesita un golpe, un golpe y su atacante será historia. Pero la sombra de acero negro se mueve veloz rodeándole, demasiado cerca para poder acertar con su chorro letal de escarcha, suficientemente lejos para poder esquivar su garra.

El dragón se revuelve sobre la nieve, frenético, sus garras buscan encajar un zarpazo pero sólo encuentran aire y la tela aleteante de la capa que se desprende cuando por un momento sentía que la presa era suya.

*Necesito altura.*

Darlygos no duda, esa es su ventaja, el luchador es demasiado hábil en tierra y tiene experiencia luchando con dragones, busca continuamente su vientre donde las escamas son mas pequeñas y la piel mas flexible y delgada, donde la espada corta con insolente certeza y se agitan sus vulnerables entrañas. Pero él es un dragón, vuela, y desde el aire el más poderoso guerrero no es sino una bola de metal indefensa anclado al suelo.

El dragón flexiona sus ancas y salta con toda la potencia de sus músculos, las fibras restallan y se tensan bajo su piel y el dragón se impulsa como un resorte hacia las alturas. No puede evitar mostrar los dientes en una sibilina y despiadada sonrisa de colmillos afilados, el combate es suyo…

*¡No!*

Algo se ha enredado en su lomo, un haz de sombra, una garra de humo y energía oscura tan firme como un cable de buena saronita templada. Como un pájaro atado a un cordel por un niño desalmado el dragón es derribado dolorosa y brutalmente sobre la roca y el hielo, de espaldas, la magia infame le atrapa y atrae inexorablemente su mirada hacia su verdugo. Una mujer embutida en una armadura de filigrana y acero negro se encarama sobre él y alza su espada demasiado cerca de su sinuoso y largo cuello. Darlygos la golpea con las garras, como gato panzarriba, desesperado. La mujer resiste el embate, y cuando trata de amagar una dentellada algo se cuelga de los cuernos de su testa y fuerza su cabeza hacia atrás, dejándolo impotente unos segundos, a merced de la temible espada de la mujer. Los ojos del dragón voltean y vuelven a encontrarse con el cadáver animado de su reciente víctima, la maga gorgotea de manera espantosa aullando de rabia y odio, un esperpento de carne roja y brillante, de hueso descarnado y sangre congelada, la última imagen que se lleva Darlygos del mundo es la de la elfa desquiciada y destrozada arañando sus ojos mientras una espada se hunde en la carne blanda bajo su mandíbula.

Crowen hinca la hoja con fiereza cortando piel, tráquea y hueso, hasta que la punta del arma asoma por la nuca del dragón. No se confía hasta que siente el estertor final estremecer el cuerpo de la vermis bajo sus botas, contempla recuperando la calma como el vaho se arremolina sobre las heridas abiertas del dragón, nubecillas humeantes que se enfrían con sorprendente rapidez bajo la mordedura del gélido aire que les rodea.

La elfa echa hacia atrás su capucha descubriendo el cabello rojizo, que ahora lleva recogido, una pincelada de rojo fuego, impertinente y audaz en ese paraje de nieve blanca y piedra azul, su mirada se vuelve hacia el cadáver animado de la elfa, sus ojos la observan meditabundos.

- Te di lo que pedías, venganza. Ahora debes marchar.
- …no guiego… -la elfa farfulla con los restos descolgados de su mandíbula, lastimeramente.
- Si quieres. Descansa, cierra los ojos. Está muerto, nunca más hará daño a nadie.
Ambas elfas se miran, en silencio, largo rato, sumidas en silenciosa conversación. Finalmente, la elfa descuartizada se derrumba sobre la nieve, una carcasa vacía, un testimonio de dolor y tortura que se congelará olvidado entre la nieve y el hielo.

Crowen cierra los ojos y suspira. El roce herido del espíritu se desvanece envuelto en un leve sollozo del cual sólo ella es testigo, un alma trasciende y la nigromante vuelve a quedarse sola, rodeada de muerte, como es habitual. Se acerca al cuerpo caído dejando huellas en la nieve, apelmazada y sucia por la lucha, y rebusca entre los restos ya fríos de la muchacha, un colgante de delicada manufactura quel´dorei se abre con un hermoso tintineo mostrando el retrato de un joven y una niña, ¿hermanos, un novio, un marido y una hija… quién sabe? En el reverso un nombre grabado, aunque ella ya lo conoce, Para mi Amya, ¿servirá como consuelo a quién reciba la noticia de su muerte? A su mente acude el recuerdo de otro medallón similar, pero no es un recuerdo placentero y lo espanta con el regusto de los celos en la boca, un sentimiento casi desconocido para ella.

Crowen se vuelve hacia el dragón, no era casualidad que se hubieran encontrado aquí hoy, ambos estaban de caza y como depredadora era hora de reclamar su trofeo. La elfa rodea el cuerpo del dragón mientras su mano enguantada se desliza sobre el pecho de la imponente bestia dejando rastros de sangre adheridos durante la lucha. Cuando calcula que se encuentra sobre el corazón, apoya la punta de la espada y ayudándose del peso de su cuerpo sobre la empuñadura troncha piel y costillar hasta llegar al corazón aún caliente, la sangre fluye sobre el vientre de escamas blanquecinas, brillante y espesa, saturada de magia residual.

Sangre de dragón. Veremos si con esto basta para empezar a saciarme.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Crowen (XVII) Necesito mis recuerdos.

Acabo de recuperar el conocimiento pero sigo sin poder moverme. Estoy tendida sobre las tablas de madera de una cabaña perdida en las nieblas del tiempo, en el antiguo Hyjal. Mi último y mas reciente refugio al menos desde que Valdor me advirtiera de la presencia de Zai Yimissa rondando de nuevo por el mundo.
Valdor…
El recuerdo duele.
Las heridas rituales que me recorren el cuerpo también duelen. He perdido tanta sangre que no tengo fuerzas ni para incorporarme, sigo tendida, desmadejada, en el lugar donde me desvanecí. Tengo las piernas dobladas y la falda enredada en ellas, las laceraciones no se han cerrado, síntoma de lo débil que estoy pues como magus de sangre ya deberían haber regenerado.

Giro mi cabeza y siento pinchazos tras los ojos, me detengo abrumada por el vértigo, esta vez me he extralimitado. ¿Cuántas horas pude dedicar a consultar y bucear en los secretos del Libro de Sangre? ¿Quince… veinte…? Lo ignoro. ¿Me estoy castigando de alguna forma? No suelo ser tan descuidada. Medito largo rato sobre lo ocurrido, sobre lo que he averiguado y lo que he deducido yo misma con la información obtenida. No, no es castigo… es simple y llanamente: miedo.

Mi memoria se fragmentó cuando fui prácticamente destruida en el enfrentamiento contra el Rey Sombra y esa zorra de Misao, Valdor me salvó la vida, salvó cuanto pudo de mi… pero las secuelas aún me afectan. No conseguí encontrar una cura para mi mente quebrada y trascendí a mi estado como no-muerta con esa lacra. No quise darle demasiada importancia hasta que los sucesos han empezado a volverse preocupantes, estoy olvidando fragmentos de mi vida… se disipan en la oscuridad, cuando comienzo a explorar en mi memoria encuentro lagunas, incoherencias, dudas… siento que pierdo el asidero con el mundo real.

Mi memoria se degenera. Y eso me aterra.

Siento congoja en el pecho, demonios… ¿eso es un sollozo pugnando por salir? Yo no lloro. No lloro. Así que lo estrangulo, estrangulo el miedo y la tristeza, la soledad, la rabia… estrangulo la angustia que trata de derramarse por mi cuerpo ahora mismo inerte e indefenso.

Mantenerse íntegro y funcional siendo un no-muerto es un ejercicio de inteligencia y voluntad. Soy plenamente capaz de lograrlo, de hecho lo estaba llevando bien. Mantengo mis reflejos fisiológicos como respirar, suplo la falta de sueño con trances reparadores que alivian mi mente y sosiegan mi espíritu, me alimento con exquisitez, tras investigar alternativas, la sangre es lo que tradicionalmente da mejor resultado y ya estaba acostumbrada a ella, mi cuerpo la asimila de forma natural, la magia, la energía vital son otras fuentes de alimento que tomo en dosis delicadas y cuidadas, con control, control para que no se transforme en una adición. Mantengo mi mente despierta y alerta, ocupada, y experimento con mis limitaciones. El Libro de Sangre exige un gran sacrificio y lo acepto gustosa, su presencia es un nexo poderoso que me centra y me mantiene ligada a mi herencia y a todo lo que soy.

Pero nada de eso es suficiente si pierdo los recuerdos que conforman mi identidad. ¿Qué me está ocurriendo?

Me he olvidado de alimentarme y no me he dado cuenta.
La certeza de lo ocurrido se cierne sobre mi como la hoja de un cuchillo. No, no puede ser. ¿Tan mal estoy?
No. Trato de hacer memoria pero soy incapaz.
No. Es imposible, nunca soy tan descuidada. El reflejo de una joven de cabellos oscuros me asalta. La seduje, me alimenté de ella, lo recuerdo. Pero… ¿cuándo?
La angustia se transforma en rabia. Me incorporo furibunda. Algo va mal… ¿pero qué?

El Grimorio negro me aguarda, su presencia me envuelve y siento un gran peso sobre los ojos, sobre la frente… estoy demasiado débil. Podría extraer energía de fuera, alimentarme de la vida que siento en el exterior, dejar que la chispa vital fluyera hacia mi, este lugar está saturado de ella, puedo sentirlo y la tentación es deliciosa, sugerente y terriblemente perturbadora.

NO.

Siempre he sacrificado el poder de mi misma, nunca lo he tomado de otros, esa es la senda de los mediocres y los charlatanes y a la larga te limita. Ser un maestro implica compromiso, sacrificio, entrega, los caminos fáciles son trampas para los maulas.
Busco retazos de fuerza en mi interior y descubro con desazón que estoy extenuada, así que no me queda otra que recurrir a mi terquedad e imponerme por pura y bestial voluntad, cierro mi mano sobre las páginas del Libro mientras estas comienzan a volar respondiendo a mis pensamientos, cobrando su tributo.
Apenas necesito unos minutos para hallar la respuesta pues tan sólo era necesario hacer la pregunta adecuada, cuando siento mis huesos volver a golpear el suelo al caerme de nuevo, ahora si que voy a pasarme un buen rato derrumbada sobre las tablas contando telarañas del techo. Bah… ni siquiera hay telarañas, estos elfos lo tienen todo demasiado limpio.
Me he estado alimentando si, pero no bien. La sangre de los mortales ya no es suficiente para mi, he de cambiar mi presa y encontrar otras que me sacien. Es algo que cabía esperar con el tiempo, aunque no esperaba que me ocurriera tan pronto. Por un lado es un incordio, por otro… es una muestra del incremento de mi poder. Sonreiría si no estuviera tan cansada, además… uno de los problemas parece aparentemente resuelto… pero el asunto de mi memoria aún me atenaza.
Debo hacer algo. Necesito mis recuerdos intactos, preservarlos es preservar mi conocimiento, mi experiencia. Los necesito para mantenerme cuerda, los necesito para enfrentarme a Zai, los necesito. Mi mente vuela buscando soluciones y la imagen de Baazel se aparece nítida en mi mente, casi como una revelación.

Tengo que hablar con el demonio.
Cuando vocalizo el pensamiento siento la certeza de haber dado en el clavo. Pero antes debo recuperarme, es suicida hacer tratos con un demonio en mi estado actual.

martes, 6 de octubre de 2009

Crowen (XVI) Encuentros y Desencuentros.

Si vuelve a insistirme una vez mas en lo de volver a la vida le ahogo.

Hemos vuelto a discutir. Hace ya semanas que Gaheris ha revivido, se ha recuperado sorprendentemente bien. Aunque tuvo cierta decepción al comprobar que la Luz le había abandonado, ha conseguido domar su poder y enfocarlo de manera sorprendente, su senda del Caballero Rúnico continúa perfilándose, y gracias a la experimentación y la disciplina, ha logrado dominar la escarcha y la sangre con sorprendente habilidad. Como maestra siento orgullo y satisfacción por sus logros, como amante… estoy hasta el moño de sus ataques continuos a mi Arte.

Normalmente me lo tomo con humor, conozco su carácter impulsivo, y su devoción, la pasión con la que enfrenta cualquier aspecto de su vida. Hasta estoy aprendiendo de él, al menos en esgrima, su técnica es precisa y elaborada, muy versátil y demuestra día a día que puede igualarse a cualquier adversario aún renunciando a parte de su poder natural. Sinceramente, es loable.
Pero esa misma pasión la vuelca en mi cuando trata de seducirme para su causa, y mis respuestas no le convencen.

Repaso mentalmente nuestra última conversación y tengo que controlarme para no gritar de rabia.
- Eres maestra en la senda de la sangre, no necesitas profundizar en lo profano, abandona esa práctica. – insiste él una y otra vez.
- Soy nigromante, no caballero rúnico. Te recuerdo que fui yo quien te inició en la necromancia blanca, para mi es una rama de estudio, mi Arte engloba todo, todo.
- Pardiez Crowen, lidero una escuela de necromancia, los Caballeros Rúnicos son mi enseña, mi vida, creo firmemente en ese camino, es un camino de redención. Si ahondas en las prácticas mas oscuras… ¿Qué te diferencia de los nigromantes de la plaga?
Mis ojos se entrecierran y mi voz se torna peligrosa, ha conseguido irritarme.
- Dímelo tu. – Le espeto. Llevamos varias conversaciones del estilo, y no tengo ganas de terminar a gritos de nuevo así que convoco un portal al Archerus, un lugar que él ha jurado no volver a pisar, y me largo.

Es una buena forma de estropear una hermosa velada… en fin. Sé que tenía pensado visitar a Naryah, la pizpireta actriz le tiene encandilado y mas ahora que siente que puede corresponderla como se merece, no me importa, al contrario, en cierta forma me alivia, le hará sentir bien, se lo importante que es sentirte aceptado o al menos tolerado sin que estén continuamente poniendo en tela de juicio tus motivaciones, tus sentimientos o tu integridad. No quiero flagelarle, puedo ser cruel y despiadada pero no quiero serlo con Gaheris, le quiero demasiado, así que me contengo. Pero esto pinta mal, se está radicalizando… y yo comienzo a personalizar todo aquello contra lo que lucha, hoy he visto asomar la decepción en su mirada, este hombre está acostumbrado a conseguir lo que quiere pero como le he recordado una y otra vez, no pertenezco a nadie. Bueno… excepto al Libro de Sangre, pero eso es otra historia.

Cuando me doy cuenta de que llevo mas de una hora andando por Lunargenta sin rumbo fijo termino suspirando exasperada. Necesito hacer algo. Me miro y vuelvo a suspirar, uno de los problemas de marcharse dando un portazo en estas discusiones es que te vas con lo puesto, en este caso, una toga de andar por casa. Genial, perfecto, estupendo. Tengo ganas de matar a alguien.
- Buenos días, Crowen.
Me doy la vuelta al oír mi nombre y me encuentro con Theron Nadir Solámbar. En mi mente aún aletea mi último pensamiento y las circunstancias me hacen sonreír ambiguamente, no se como lo interpretará el brujo pero corresponde a su vez con otra sonrisa.
- Vaya, que sorpresa, buenos días Theron.
Por unos segundos se establece el típico silencio de dos conocidos que al encontrarse y saludarse se percatan de pronto de que no saben nada uno del otro y no tienen nada que decirse. Pero prefiero cortarme las venas antes que comentar el buen tiempo que hace en Lunargenta, con el hechizo perenne de clima que rodea la ciudad es de gilipollas mentarlo.
- ¿Cómo tu por aquí? – el brujo debe haber pensado lo mismo que yo y ha pasado directamente a la segunda posible pregunta del manual sobre como iniciar una conversación trivial.
- Pertrechándome. Quiero salir en breve hacia Rasganorte. – descubro con sorpresa que es verdad. Deseo salir de aquí y en los envilecidos hielos del norte me siento como en casa, qué le voy a hacer, la cabra tira al monte.
- ¿Tienes deberes que cumplir allí? – el elfo ensancha su sonrisa, parece relajado, sus ojos están inyectados en verde y a pesar de ello reconozco los signos de la fatiga propia de una noche en vela y no dedicada precisamente al estudio y meditación.
- ¿Quién no los tiene? Siempre hay algo que hacer, basta con tener el poder para hacer algo que marque una diferencia como para de forma automática asumir la responsabilidad de hacerlo.
Él me mira de pronto de forma peculiar, noto que ahora si me mira, si, me mira por vez primera, hasta ahora simplemente me había “visto”, ahora me mira.
- Ser consciente de que debemos hacer lo que debemos hacer, ¿cierto? Es algo intrínseco en nuestra naturaleza, imposible de explicar o justificar pero tan natural como respirar. Forma parte de uno mismo y de lo que nos convierte en lo que somos.

Ahora es mi turno, no es una réplica formal, sus palabras han sido pronunciadas con convencimiento, somos dos extraños que acaban de descubrir que tienen algo en común, y no cualquier cosa. De pronto, decido fijarme en él de verdad. Su rostro es juvenil, aunque sus ojos son sabios, tiene esa expresión fácil de reconocer en gente joven que ha visto demasiado. Sus rasgos son agraciados y aún carecen de ese carácter que esculpe ángulos en los rostros de los hombres, lo que le otorga un aire adolescente y encantador, algo de lo que es consciente y lo utiliza; al igual que yo, Theron es un maestro mostrando sólo aquello que quieren que vean de él, su expresión es ambigua y todo ello le otorga un aspecto andrógino que seguro causa estragos en el público femenino, de sus logros como soldado apenas se nada pero de sus numerosas conquistas de alcoba bastante he oído, así te paga la fama en Lunargenta.

Sin embargo empiezo a sospechar que los rumores son arbitrarios, Theron tiene algo, algo que le hace diferente, y no son sólo los cuernos que sobresalen de su frente y que él lejos de disimular muestra con total arrogancia, casi de forma desafiante, algo que le gana mi respeto al menos en ese aspecto. Theron es mucho mas de lo que aparenta, y acaba de permitirme atisbarlo con una frase.
De pronto la conversación trivial desaparece sustituida por un diálogo propio de escuela de filosofía, no nos cuesta esfuerzo deslizarnos hacia el debate y antes de percatarnos estamos hablando de deber y voluntad… voluntad. La voluntad de moldear el mundo, de doblegar al destino, de salir airoso de las pruebas a las que te somete la vida. Hablamos sobre pérdida y resarcimiento, sobre lealtad y entrega. Nos sumergimos en recuerdos que compartimos de forma sutil y que nos permiten atisbar en el otro un reflejo de experiencias y decisiones que de pronto nos acercan recíprocamente y de forma insólita.
La ciudad se difumina a nuestro alrededor, se desdibujan los detalles y se amortiguan las voces circundantes, nos hemos parado en mitad de la acera y no nos hemos movido del lugar desde que cruzáramos la primera palabra. Los viandantes nos rodean, algunos nos observan descaradamente al pasar pero estamos tan enfrascados en nuestra conversación que ni nos percatamos.

- Es cuestión de voluntad. –concluye.
- Es cuestión de voluntad. –afirmo.
Hemos hablado a la vez.

La impresión me hace volver en mi, emerjo de nuevo a la realidad como quién sale de una tina de agua caliente y siente el frío ambiente pellizcarle la piel. Por la expresión que descubro en él, sospecho que comparte mi sensación.
- Vaya… ha sido…
- …sorprendente y revelador. –termino por él.
Ambos sonreímos aún desconcertados, pero las horas han pasado, la mañana se ha convertido en tarde y de pronto recordamos que teníamos cosas que hacer, así que nos despedimos con una cortesía teñida de cierta calidez o complicidad, no sabría describirlo, y cada uno emprende la marcha por su lado.

Reconozco que me he quedado intrigada, no todos los días se encuentra uno con alguien… con alguien con quién conectas de forma tan intensa. La sensación de haber arañado sólo la superficie de un alma terriblemente compleja e interesante me acompaña danzando de forma intrigante todo el camino. Estoy tan distraída que termino pagando de mas por ciertas prendas y pertrechos, aunque me doy cuenta ya de viaje hacia Rasganorte. Al menos, maldiciendo al comerciante estafador se me pasa el trance y puedo por fin concentrarme en mi próxima misión, sin embargo la sonrisa de medio lado me acompaña todo el trayecto.

lunes, 5 de octubre de 2009

Crowen (XV) ¡Gaheris, vive!

Gaheris está agonizando.
A mi se me desgarra el corazón.

Lo tengo comprobado. No sé amar. En mi vida ha habido personas a las que he acompañado con lealtad y devoción, con respeto y entrega, personas por las que he arriesgado todo, por las que he dado todo, a las que me he consagrado en un compromiso, en un vínculo que ha llegado incluso a trascender la muerte, que ha superado las pruebas, el dolor o la desesperación. Y sin embargo, he tenido que perderlas para descubrir lo que realmente significaba esa emoción, ese sentimiento que saboreaba de forma inconsciente sin hacerme preguntas, sin ahondar en su significado.

Es sorprendente, con lo hábil que soy para leer en las emociones de los demás, en sus motivaciones y mentiras, con la capacidad que poseo para desnudar un alma, arrancarle sus secretos o manipular a mi antojo una voluntad. Es sorprendente, si, lo ingenua y ciega que soy en ocasiones ante los gritos y señales de mi propio corazón.

Tengo los brazos doloridos, mi espada golpea una y otra vez los elementales pétreos que se arremolinan a nuestro alrededor, atraídos por el núcleo de salvaje energía vital que han conjurado Seldune y Gaheris en la cima del Pilar Sangrevida. Lo que queda de la montaña tiembla rítmicamente enviando oleadas de poder a través del subsuelo de Sholazar, dicen que esta jungla fue en su tiempo la cuna de la vida en Azeroth. Con sinceridad, viendo las energías que se están liberando de forma natural a nuestro alrededor, me inclino a tomar por válida la teoría.

Mi mirada se detiene en Gaheris un instante, está gritando, su cuerpo convulsiona arqueado de forma inverosímil mientras sufre la purga de toda la energía negativa que hasta ahora le animaba, Seldune, la áurea paladín de Quel´thalas, ha convocado todo su poder sobre él, atravesando su cuerpo con riadas de Luz cálida y tintineante, sobre su pecho el fénix que tanto quebradero de cabeza costó a Gaheris, el fuego que ha buscado y perseguido durante meses y la clave de su revivificación, aletea gorgojeante, expectante y poderoso.

Todo a mi alrededor fluye henchido de vida y luz, un torrente de vitalidad, una avalancha imparable.

Soy el único elemento discordante en esta danza de luz y calor. Una esquirla de hielo oscuro que sin embargo protege con sus armas el ritual que arrancará de mi lado al hombre que me enseñó de nuevo a amar.

Afianzo los pies al suelo y me lanzo furiosa contra los elementales ávidos de energía, son como sanguijuelas que acuden sedientos a un festín, pero su hambre puede comprometer el éxito del proceso, y el fracaso tendría como consecuencia la muerte definitiva de Gaheris, una vez iniciada la revivificación no hay vuelta atrás, sus lazos con la energía necromántica han sido segados, nada hay ya que alimente su cuerpo. La Luz restaura sus tejidos y sana su carne, la energía vital desplaza a la sombra y el frío, el fénix aguarda paciente su momento, pues él será la chispa vital que descargue en un único pulso el hálito que decidirá si Gaheris vive o… cierra los ojos para siempre.

No quiero llorar, nunca lloro. Otra cosa que no sé hacer. Llorar es para los frágiles, para aquellos que se refugian en el quebranto y la impotencia. Yo actúo. Yo lucho, libero mi cólera y dejo que la ira me abrase, los elementales de piedra arcillosa no tienen oportunidad contra mi, mi espada cercena, quiebra y pulveriza sus cuerpos una y otra vez. Mi lamento se traduce en un grito de batalla, si quiero gemir de dolor, aúllo con rabia.

No se tragarme las lágrimas, pero soy experta en masticar mi despecho y transformarlo en violencia. Tsk… es un tanto excéntrico, lo reconozco, pero a mi me funciona.

Todo empezó hace meses, al poco tiempo de fundar el Alba Carmesí, al poco de embarcarnos en esa cruzada por la vida, la libertad y la destrucción de lo que amenazara a ambas.

Gaheris es pura luz e ingenio, energía y carisma arrolladoras, no sabe dosificarlas y las derrama sin control, allá donde va es imposible que pase inadvertido, atrae la atención como un faro en una noche tormentosa, incansable, imbatible y voluntarioso hasta sus últimas consecuencias.

Está comprometido con su visión y defiende sus ideales contra viento y marea, no conformándose con verse reflejado en su círculo de confianza, lo comparte y muestra a todo aquél que quiere escuchar. Su audacia le ha ganado enemigos y detractores por doquier, pero cuando mas sibilinas e insidiosas son las críticas, mas azuzan su iniciativa y tenacidad.

Sin embargo algo lo consumía por dentro. El frío de sus entrañas lo devoraba gradualmente sumiéndole poco a poco en la melancolía y el remordimiento. ¿Cómo voy a ser un adalid de la vida si mi corazón habita inerte en mi pecho? –alguna vez me preguntó.

Creí haber sosegado su desazón al hablarle del camino de la Necromancia Blanca, una senda compasiva que en ocasiones he visto practicar a los creyentes en la Luz, una forma amable de enfocar la relación de algunos médiums con el mundo espiritual, una senda dónde al igual que los chamanes se trabaja en armonía e igualdad con los espíritus. Gaheris pareció deslumbrado cuando le hablé de los caminos que conducían a su praxis y no sólo se identificó sino que fué mas allá sacrificando gran parte de su poder y comprometiéndose en una nueva escuela de necromancia que bautizaría como los Caballeros Rúnicos. Sus enseñanzas, audaces y atípicas escandalizaron a gran parte de los comunes y se atacaron fieramente sus fundamentos y legitimidad, pero como siempre Gaheris, lejos de amilanarse promulgó su visión a los cuatro vientos y ya son multitud sus seguidores.

Y ahí comenzaron nuestros desencuentros.

Gaheris quiso que compartiera su visión, su credo, que me uniera a su causa, que abrazara la Luz y luchara por el propósito último de alguien con tales convicciones, la vuelta a la vida, un acto de fé y voluntad que redimiría mi corazón, mi cuerpo y mi alma.



Aún siento el impacto del golpe que apagó su entusiasmo cuando le respondí simple y despiadadamente: No.

No puedo. No quiero. No voy a volver.

Su mirada incrédula, traicionada, herida… esa mirada me lacera por dentro. Pero lo que me pide, aquello a lo que me incita a renunciar es todo lo que yo soy.

Para Gaheris, paladín de la Mano de Plata en vida, un guerrero heraldo de la Luz caído mientras luchaba contra la plaga, un hombre de corazón y alegría inmensos, ese camino, esa senda era su meta natural y coherente. Volver a ser él mismo, volver a sentirse pleno, volver a sentirse vivo, respirar, beber, amar, llorar, sentir y disfrutar de una vida mortal.

Yo soy nigromante, nací nigromante, vivo entre dos mundos desde que tengo uso de razón, en vida era una maestra, una erudita una guerrera infatigable, una guardiana de secretos y celadora del equilibrio natural. Vigilar, intervenir, preservar, ese es mi deber, mi proyecto vital, mi razón de ser.

Mi no-vida actual, en la frontera entre dos estados de existencia, ni muerta ni viva, ni viva ni muerta… esto es lo que quiero, lo que soy, lo que me define y me da un lugar en el mundo.

Para Gaheris sin embargo, es una aberración, una farsa, una máscara terrorífica y macabra, una burda imitación de los vivos y el regalo envenenado de un ser malvado, oscuro y cruel.

Si bueno… después de decirme esas lindezas fué cuando me declaré. Si, lo reconozco, se me da mejor cercenar cabezas que abrir corazones y acertar con el momento adecuado. ¿Pero qué momento es el adecuado? Saber que vas a perder a alguien porque tiene una idea terriblemente equivocada sobre ti, saber que esa persona por la que estás dispuesto a sacrificarlo todo no te entiende, no comprende… ¿Es ese el momento de callar o el de sincerarse? ¿El momento de llorar o de actuar?

No. No soy de las que lloran. Pero a veces siento ganas.

Y fue allí, hace meses, en las ruinas salinas de la costa de Tethyr, rodeados de mar, piedra y pinares, donde Gaheris me pidió que le acompañara en su búsqueda vital, y yo le animé a marchar aún sabiendo que en ese momento había empezado a perderle.

Y aquí estoy, contemplando como Gaheris, el hombre que me entregó su corazón, está apostando todo en una única mano de suerte, valor y voluntad. El hombre que prefirió arriesgarse a la muerte definitiva antes que subsistir como una parodia de vida, el hombre que prefirió ser coherente consigo mismo, con sus ideales, que fue fiel a sus principios por encima de todo, que lo arriesgó todo, todo… por una segunda oportunidad.

¿Cómo no amarle? ¿Cómo no apoyarle? ¿Cómo no estar con él y junto a él?

Siento el pálpito que arrasa el cuerpo del fénix cuando se sumerge en el pecho de Gaheris, un latido que detiene el tiempo, que congela el flujo de vida y lo concentra, Seldune invoca todo su poder mientras el suelo se estremece, el aire ondula y se espesa a nuestro alrededor… la atmósfera está tan cargada de energía que crepita al contacto con nuestra piel.

Y entonces…

Entonces… Gaheris… respira.

Cierro los ojos y siento el alivio inundarme, una sensación reconfortante y extraña que me embarga, que me mece y me sostiene.

Le miro desde lejos, aún alerta a las amenazas que nos acechan, consciente de forma extraña de todo nuestro entorno, mi retina absorbe los detalles con endemoniada nitidez, la realidad es tan real que satura mis sentidos, todo parece mas vivo, mas brillante, mas… mas corpóreo.

La sensación es turbadora y desconcertante y me hace sentir fuera de lugar.

Gaheris se incorpora, desnudo, tembloroso, su cuerpo ha sido restaurado pero se tambalea, desprovisto de la fuerza sobrehumana que hasta hace poco alimentaba sus músculos, se lleva la mano al pecho y la abre sobre el pectoral, sonrío al verle sonreír, al verle disfrutar de la sensación de la sangre rugiendo en sus venas, del corazón bombeando en su pecho. Inspira y mira alrededor, me encuentra y reconozco esa sonrisa ingenua y angelical tan propia de él, el Gaheris que conocí una tarde de verano, el paladín encantador que me escoltó y reconfortó con su sonrisa y su optimismo.

- Ha funcionado. ¡Lo conseguimos! ¡Vivo! ¡ESTOY VIVO!
Él abre los brazos y clama al cielo su alegría, abraza a Seldune que se muestra sorprendida y estirada, como es habitual.
- ¿Cómo te sientes? –le pregunta ella.
- ¡Hambriento y sediento! – exclama él jubiloso, débil, pero regocijado.
Recién despertado hizo gala de una vivacidad difícil de ignorar, arrastrándonos con él de vuelta a su amada Lunargenta, reconozco que aún sonrío al recordar la gula con la que devoró cuanto plato y copa de vino cayó a su alcance, como si hiciera meses que no comiera, famélico, hambriento, deseoso de descubrir y experimentar.

Cuando Seldune nos dejó, exhausta a su vez, Gaheris me secuestró sin derecho a réplica, contagiándome pese a mi renuencia de su buen humor. En mi alma se agazapaba el oscuro presentimiento que anunciaba pérdida y dolor, pero en ese momento decidí anegarlo inspirada por el alborozo de mi Caballero Rúnico revivido.

Me llevó con él bajo los árboles blancos de Canción Eterna mientras la tarde languidecía tiñendo de dorado y carmesí las sombras, me hizo caminar descalza sobre la hierba, me inundó de vitalidad y energía contagiándome su risa, su anhelo, y su pasión.

Y cuando sus dedos se enredaron en mis cabellos y su boca buscó la mía, me rendí risueña al sentimiento y me permití amar y sentirme amada, me permití abandonarme al momento y despejar las sombras, abracé la euforia hasta sentirme ahíta y me asomé sin miedo a sus ojos buscando el reflejo de mi mirada.

Amar duele demasiado. Lo sé. Pero no soy de las que lloran.