lunes, 29 de octubre de 2007

Iset Devadoris. La sangre nos llama.(IV)

-Iset, nunca dominarás el canto si no dedicas a ello todo tu corazón, querida. – La Ama de Novicias del Templo del Alba reconvenía a su pupila mas dotada por sexta vez aquella mañana. -Lo hago bien. –Respondió ella, tozuda.
-Cariño, puedes subir tu voz una octava, es un canto de alegría a la vida, no un himno de guerra. La voz debe fluir suave como la brisa de verano, no profunda como el retumbar de un cuerno de batalla…
-Pero, ama, a mi me sale así…
-Pues debes practicar más. – Sentenció la maestra algo irritada.- Tienes la mejor voz del grupo, y sin embargo hay novicias que te aventajan. No toleraré la pereza entre mis alumnas.
Iset bajó la mirada y contuvo su lengua. Apenas había cumplido los diez años y ya superaba en una cabeza a todas las niñas de su edad. Sin embargo apenas conseguía aventajarlas en las labores o tareas que les encomendaban. Quemaba la comida, sus bordados eran un auténtico estropicio, eso, el día que no partía las agujas, su danza era demasiado enérgica y su porte desgarbado. Sin embargo su talento curando enfermos era notable, y le gustaba trabajar al aire libre en el huerto, donde podía dar salida a toda la energía que sentía acumulada en su interior. Prefería mil veces que la enviaran a recolectar fruta o a cavar la tierra que a bordar un emblema o amasar pan. Le gustaba llevar mensajes, pues disfrutaba teniendo una excusa para correr por el templo, aunque por alguna extraña razón casi nunca la dejaban salir al exterior. Las visitas de Keremir o de alguno de sus hombres eran para ella una auténtica fiesta. Pero al cabo de los años se habían ido espaciando en el tiempo, y ahora apenas la visitaban mas de tres veces al año. Iset sentía que no pertenecía a ese lugar. Compartía la fé en Dwayna, la señora de los inocentes y los desamparados, la mensajera de los dioses y dueña del viento… pero no era la faceta amable de Dwayna la que comulgaba con ella, sino la cara oscura que desataba vendavales y castigaba el campo con tormentas. No eran pensamientos que compartir con sus compañeras. Durante su estancia en el templo había conocido representantes de Melandru y Lyssa, y había aprendido de ellos los principios de su fe. Pero como le ocurriera con Dwayna, era la faceta mas oscura de los dioses lo que la atraía… la fiereza salvaje de la diosa de la tierra, la pasión desmedida de la diosa de la magia y la belleza. Una y otra vez volvía su mirada a los recuerdos de su infancia en el templo de Balthazar. Añoraba el continuo repicar de las armas en el patio durante el día, el bullicio del comedor en las comidas o las ceremonias atronadoras de los sacerdotes guerreros. En el Templo del Alba todo era paz y armonía. Le pedían que cantara como canta un pájaro la bienvenida a la primavera, y ella se sentía un como un halcón intentando imitar los gorjeos de un jilguero. Su voz era potente, la voz que necesitaba una doncella guerrera para imponerse al rugido de la batalla y llegar con toda su fuerza a los corazones de los guerreros, enardeciéndoles con su música. No deseaba estar allí, y no sabía como escapar.

Aquella tarde la enviaron en castigo por su molicie en la clase de canto a transportar agua para regar los frutales del huerto de la colina. Iban con ella dos novicias y la Maestra de Bodegas que quería examinar el estado de las viñas. Iset iba contenta, pues aunque seguía en los terrenos del templo disfrutaba de la libertad que da el cielo abierto y calmaba su necesidad de acción con la caminata. La Maestra iba explicando a sus pupilas las labores de recogida que se estaban desarrollando en los campos, pues era temporada de siega. Se veían a ambos lados del camino grandes montones de trigo apilados en haces, y ella les contaba lo que se haría a continuación, como se separaría el grano de la paja y se seleccionaría según su calidad.
El trayecto estaba resultando ser una agradable excursión, cuando de pronto, la mujer y las niñas se detuvieron sobrecogidas. A apenas diez pasos de donde se encontraban, en el campo de trigo, había un cuerpo tendido. La mitad superior la ocultaban las altas espigas aún sin segar, las piernas sobresalían ensangrentadas sobre el campo ya cortado. La Maestra ordenó a las niñas que no se movieran y se acercó apresuradamente al hombre caído… quizá su magia curativa pudiera salvarle. Al arrodillarse junto al cuerpo no pudo evitar estremecerse, alguien había quebrado su columna como si de un muñeco se tratara, el hombre estaba literalmente casi partido en dos. Gritos a su espalda la hicieron volver a la realidad. Sus alumnas, haciendo caso omiso a sus instrucciones la habían seguido. Iba a regañarlas cuando se percató de que las muchachas no miraban al cadáver, sino que sus ojos se dirigían espantados a algo situado a su lado en el trigal. Por el rabillo del ojo tuvo el atisbo de una sombra que se erguía ante ella… su mente apremió a la magia, sus manos se prepararon para ejecutar un hechizo… pero nunca llegaría a lanzarlo. Sintió que el cielo volcaba y su rostro cayó al suelo caliente entre la paja recién cortada. No sintió nada mas. Iset contempló el cuerpo decapitado de la Maestra de Bodegas y sintió que una calma fría la invadía. Miro al demonio o lo que fuera aquello que había asesinado a la vieja sacerdotisa. Los brazos de la criatura eran exageradamente largos y acaban en una especie de gruesa uña afilada. “Necesito un arma”. Su mirada examinó el suelo en busca de una piedra o palo, y se toparon con la abandonada guadaña de siega del campesino muerto. No era un arma diseñada para luchar, pero era un arma. Los gritos aterrados de sus compañeras llamaron la atención del monstruo, que volvió su simiesca cabeza en dirección a ellas. Las muchachas pusieron pies en polvorosa y el monstruo se tensó para saltar sobre su presa. Iset se desplazó un paso, recogió la guadaña y sin saber muy bien lo que hacía la hizo girar sobre ella para darle impulso. Un crujido y un tirón le confirmaron que había impactado. El monstruo se había quedado congelado en el sitio… segundos mas tarde se desplomó con la hoja de metal sobresaliéndole del cráneo. Iset miró al monstruo y se miró a si misma, la sangre la había salpicado la túnica blanca y azul de novicia. Se sorprendió a si misma pensando que aquello estaba bien. Sangre en la ropa, el corazón acelerado, la excitación del combate, el enemigo vencido a sus pies… eso es lo que ella deseaba. Aquello era para lo que había nacido. Aquella tarde fue un hervidero de acción en el templo de Dwayna, la noticia de que había monstruos campando a sus anchas por los campos sobrecogieron a la población local y se hizo acudir a los Lanceros del Sol. Durante horas, tuvo que repetir a diferentes personas y autoridades su versión de lo acontecido. No tuvo problemas en ello, recordaba todo perfectamente, como siempre. Se sintió halagada cuando la Capitana de los Lanceros alabó su valor y determinación. Y extrañada cuando descubrió que las otras novicias la observaban con temor. No se había quitado su túnica manchada, de hecho no la molestaba. Exhibía orgullosa la prueba de su victoria. Al amanecer del día siguiente se celebraron los funerales por la sacerdotisa asesinada. E Iset rezó por ella de corazón.

Días mas tarde, Keremir, la Capitana de exploradores del Templo Septentrional se pasó a verla por el templo pues la noticias había llegado hasta ella. No tenía órdenes precisas al respecto, pero sabía lo que tenía que hacer. Cuando se encontró con Iset no se sorprendió al verla con un hatillo a sus pies preparada para el viaje.
- Quiero volver contigo. – le dijo la niña. Keremir no objetó nada. Habló con la Madre Priora del templo y tras intercambiar información y recibir algunos consejos, cogió a Iset de la mano y marchó con ella.

Así fue como Iset se convirtió en la novicia mas joven del Templo Septentrional de Balthazar , años mas tarde se había convertido en una guerrera tan excepcional, que la autorizaron a consagrarse con sólo trece años como Sacerdotisa Guerrera al servicio del dios de la guerra. Durante mas de una década sirvió en el templo bajo la tutela del Gran Maestro de Armas que al conocer su regreso se había hecho cargo de su educación y entrenamiento. Los años la hicieron mas fuerte, mas letal y también mas hermosa. Pues Iset había sido bendecida por los dioses en muchos aspectos. Pero su voluntad y su devoción la mantuvieron distante e inalcanzable para todos aquellos que intentaron acercarse a ella. Algún tiempo mas tarde llegó el día en que Iset volvió a coincidir con la Capitana de los Lanceros, ahora Mariscal, que se encontrara con ella en el Templo del Alba y la mujer, recordando el valor de aquella niña de cabello y ojos plateados la invitó a unirse a sus filas, pues se acercaban tiempos de incertidumbre y todo buen guerrero sería bienvenido. Iset, deseosa de experimentar y aprender, pidió la bendición a su maestro y marchó con los nuevos reclutas hacia Istán. El Gran Maestro de Armas, Thanos, la vio marchar con orgullo y tristeza entremezclados. En el templo, donde todos la conocían desde niña, siempre había estado protegida en cierta manera, ahora se enfrentaría no sólo a monstruos y peligros, sino a la maldad y la ambición del hombre. Thanos, recordando la noche de su venida, entornó los ojos para mirar al ardiente sol. -Sólo espero, viejo colérico, -le dijo al dios- que sepas lo que haces con ella. Durante años habían indagado sobre el pasado y origen de la muchacha, y lo que habían descubierto les había obligado a jurar voto de silencio sobre el asunto. Sólo el Sumo Sacerdote y él mismo conocían la verdad sobre Iset. El viejo sacerdote se preguntaba cuando llegaría el momento en que los secretos dejarían de serlo, e Iset debiera afrontar la verdad.

Iset Devadoris. Diez años después. (III)

-Debemos decidir qué hacemos con la niña, señor. –Insistió el Sanador Jefe.
¿No hemos hablado ya de esto, Farius? –Volvió a contestar el Sumo Sacerdote. El Gran Maestro los observaba a ambos. Estaban reunidos en el Salón del Mapa, la sala donde se discutía la intendencia del templo en tiempos de paz, y la estrategia de batalla en tiempos de guerra. No había sillas, ni libros, ni adornos… sólo un gran suelo de mármol donde un hábil cartógrafo artesano había combinado las piezas de colores hasta recrear las tierras de Elona con todo el detalle que permitía el conocimiento de la época. Además del Sumo Sacerdote, el Sanador Jefe, y el Gran Maestro de armas, asistían a la reunión la Capitana de Exploradores, el Capitán de Suministros y el Sargento de la Guardia. La seis figuras constituían la cabeza de jerarquía, no sólo del Templo Septentrional, sino de toda la iglesia de Balthazar en Kourna y sur de Vabbi. En el lugar mas inhóspito se forjaban los mejores guerreros, y estos guerreros dirigían a su hermanos. La Capitana de Exploradores era la encargada de mantener el contacto y hacer llegar las noticias, sus patrullas montadas en grande lagartos del desierto, recorrían incansablemente los caminos y los senderos transportando nuevas, información y órdenes.
-Si, pero no hemos llegado a ninguna conclusión. La niña va a cumplir seis años y un templo lleno de monjes guerreros no es el mejor entorno para ella.- Sentenció el Sanador Jefe.
- La niña crece fuerte y sana, no ha enfermado ni una sola vez. Ríe y juega como cualquier otra niña de su edad y es obediente y disciplinada. – Intervino la Capitana.- ¿Por qué os empeñáis en alejarla de nosotros? Aquí viven mas de cincuenta mujeres, sacerdotisas, sagradas páragon, derviches, sanadoras…
- Habláis de mujeres adultas que han venido aquí por voluntad propia. Guerreras al servicio de Balthazar. Esta niña, esta huérfana… debería estar entre las devotas de Dwayna, no entre hombres y mujeres de guerra.
- Su destino bien pudiera ser permanecer en el templo.¿Acaso olvidáis las señales de la noche de su llegada? –Recordó el Gran Maestro de Armas.
- Yo también estaba allí, Thanos. – dijo molesto el Sanador Jefe.
- Los hombres la han cogido aprecio, mi señor. Se ha convertido en la hija y la hermana pequeña de cada uno, nos recuerda porque entrenamos, porque luchamos. – Afirmó el Sargento de la Guardia.- Nos recuerda lo que dejamos atrás… o aquello que perdimos.
- No creo que ninguno de esos sentimientos sea beneficioso para el espíritu de los guerreros del templo. Esa niña nos recuerda continuamente aquello a lo que hemos renunciado. Es turbadora para la disciplina y ablanda los corazones de los guerreros. –El Capitán de suministros exponía así su opinión.
Todos habían hablado, así que se volvieron hacia el sumo Sacerdote en busca de una respuesta o una orden definitiva. El viejo sacerdote había escuchado atentamente los argumentos de sus consejeros y hermanos de armas y había tomado una decisión.
-Keremir, Capitana, mañana llevaréis con vos a la niña y la dejaréis al cuidado de las sacerdotisas de Dwayna, en el Templo del Alba. – Alzó una mano para callar la protesta del Gran Maestro.- Quiero que os intereséis por su estado al menos una vez cada dos meses. No puedo ignorar las señales de la noche de su llegada, pero bien es cierto que este templo marcial no es lugar para que crezca una niña. Mas tarde, si es su deseo, podrá ingresar en nuestra orden. El Sumo Sacerdote había hablado y no había mas que discutir.

El Capitán de Suministros expuso algunos temas de intendencia sobre los que había que debatir y los demás opinaron y aportaron soluciones a los distintos problemas. Al día siguiente, la niña montó a la grupa del lagarto de Keremir y por primera vez en su corta vida abandonó el Templo de Balthazar. Sus extraños ojos plateados no se apartaron del que había sido hasta entones su único hogar, y no volvió la vista al frente hasta que la estructura del templo-fortaleza dejó de ser visible en el horizonte. Muchos fueron los que aquella noche se habían acercado a revolverle el pelo o a susurrarle unas palabras de afecto. Muchos eran los que en la mañana madrugaron para verla marchar y dedicarle un breve adiós. Aquella niña de pelo plateado que nunca lloraba había cambiado sutilmente los corazones de aquellos hombres y mujeres belicosos. Y ellos sabían que extrañarían su presencia.

Iset Devadoris. Su llegada. (II)

Algo inquietaba al Gran Maestro de armas del Templo mas septentrional de Balthazar en Kourna, una estructura militar perdida en lo mas inhóspito del gran desierto ente Kourna y Vabbi habitada por hombres belicosos y duros, que dedicaban su vida a conseguir la perfección marcial. Las tormentas eléctricas llevaban días azotando la región, sin descargar una sola gota de lluvia, lo cual tampoco era demasiado extraño en esa época del año, pero esa noche estaba siendo la peor del verano. Balthazar debía estar de un humor de perros para arrojar tanta cólera sobre el mundo. Desvelado y sin poder concentrarse a causa del continuo retumbar de los truenos decidió bajar al comedor común donde sin sorprenderse encontró a gran parte de la guarnición, incluidos novicios, sacerdotes guerreros, derviches y elegidos. Los hombres habían cambiado una noche de insomnio por una buena juerga nocturna, alguien había abierto los barriles de vino consagrado para las celebraciones del verano y lo hacía correr generosamente. El gran maestro, como haría cualquier buen devoto de Balthazar, en lugar de horrorizarse ante esta falta, se sirvió una jarra y se acercó a la chimenea que ardía con un fuego alegre, pues las noches son frías en el desierto y esa noche era desapacible en grado sumo. No bien se había acomodado en un buen banco cuando un revuelo en la entrada del comedor acaparó su atención. Un vigilante de la muralla entraba corriendo, llamando a gritos al Sanador Jefe, que evidentemente también se encontraba allí. El Gran Maestro se levantó y siguió curioso al grupo que salía apresuradamente por la puerta. Atravesar el patio de Armas requirió valor, pues parecía que el cielo iba a caer sobre sus cabezas.
Allí, en la garita de los vigilantes del portón principal, estaba la razón de tanto revuelo. Un hombre de piel blanca como la leche empapado en su propia sangre se había derrengado sobre el catre de los guardias… o mas bien lo habían arrastrado hasta allí, por los rastros de sangre que había en el suelo. El Sargento de Guardia estaba explicando los hechos al Sumo Sacerdote, que escuchaba con atención. El Gran Maestro de Armas se acercó al hombre herido y lo examinó por encima del hombro del Sanador Jefe. Era un hombre alto y musculoso, un guerrero, su cabello era blanco… no, mas bien parecía plateado, aunque la suciedad y la sangre no ayudaban a discernir el color. Tenía los ojos entreabiertos y respiraba trabajosamente… con cada soplo de aire se le escapaba un poco de vida… tenía el cuerpo cubierto de terribles heridas. Heridas que no haría un arma normal, mas bien las garras de una bestia. Y el Gran Maestro sabía que bestia era la responsable. No pudo evitar estremecerse.
- Unnnnggg…. El hombre gemía, se estaba ahogando.
-No puedo hacer nada por él. Está mas allá de cualquier curación posible. Sus heridas no responden a mis plegarias. – concluyó el Sanador Jefe. En su voz había frustración.
-¿Y la criatura?- Preguntó entonces el mas joven de los vigilantes con voz temblorosa.
-¿Qué criatura?- inquirió el Gran Maestro de Armas sorprendido.
-Este guerrero se ha arrastrado hasta la puerta del templo con un bebé en brazos. – Le aclaró el Sumo Sacerdote. El Gran Maestro se fijó entonces en el bulto que sujetaba el vigilante joven contra el pecho. Sin dudarlo cruzó la pequeña estancia de dos pasos y descubrió al niño. “No. La niña” se corrigió. Una niña de piel blanca, cubierta también de sangre. Sangre del guerrero moribundo… y de algo mas. La niña se volvió a mirarle, y él se estremeció…. “¿Cómo es posible?, si parece recién nacida” Al principio creyó que era ciega, pero tras la primera impresión se dio cuenta de que sus ojos eran plateados, no glaucos.
El Gran Maestro se volvió y observó la estancia. Observó a los hombres devotos allí reunidos. Grandes hombres de armas, valerosos guerreros, fieles compañeros. Observó al hombre que moría poco a poco en compañía de desconocidos. Y observó al bebé. Ese bebé que había llegado a ellos en medio de una noche que mas tarde sería conocida como “La noche de la cólera de Balthazar” pues la tormenta fue tal que los rayos arrasaron la región, incendiaron poblados, cristalizaron la arena y la roca, abrasaron bestias, hombres… y extraños monstruos de pesadilla cuyos cadáveres humeantes fueron encontrados a lo largo de los días siguientes por las patrullas de exploración del templo. Justo en ese momento el hombre herido gruñó de dolor. El Gran Maestro se acercó a él de manera instintiva. El hombre volvió unos ojos que ya no veían hacia él, y su mano se crispó como una garra en el antebrazo del Gran Maestro… su contacto abrasaba. Y el gran maestro sintió la energía del dios recorrer su cuerpo.
-Ella… última sangre…Grenth… sálvala… Y después, agotado. Murió.
-¿Qué os ha dicho, Thanos?- preguntó el Sumo Sacerdote. El Gran Maestro repitió las últimas palabras de aquél hombre desconocido a su silenciosa audiencia.
-¿Y ahora qué? – Preguntó el Sanador Jefe.
-Debemos preparar a este hombre para sus exequias. – Dispuso el Sumo Sacerdote.
-Si, pero… ¿por qué rito, como sabemos…?
-¡¿Por qué rito va a ser? Le enviaremos al otro mundo envuelto en fuego, con sus armas sobre el pecho y una canción de victoria vibrando en el aire! – Rugió el Sumo Sacerdote. El Sanador Jefe se encogió ante la ira de su superior.
-Este hombre ha venido a morir a nuestro templo, luchando por el camino contra quien sabe qué criaturas. Este hombre podría haberse rendido hace horas. Sus heridas son mortales. Y sin embargo ha llegado hasta aquí, con una misión. Honremos a este valiente desconocido como si fuera un hermano caído en combate. Porque algo me dice, que así lo desea nuestro dios. El Sumo Sacerdote había hablado. Su palabra era ley. Y todos obedecieron.
El cuerpo del desconocido guerrero fue lavado, ungido y vestido mientras los novicios mas jóvenes preparaban su pira funeraria. Aquél día no se habló de otra cosa en el templo. Al anochecer, hasta el último de los habitantes del templo-fortaleza se congregó en el patio de armas para asistir al funeral del Desconocido Valiente, como le habían dado en llamar. Sus voces se unieron en un único canto de alegría, pues ahí se marchaba un guerrero a luchar en el eterno Campo de Batalla de Balthazar, envuelto en el fuego del dios, alejado para siempre de los fríos dedos de Grenth. Un alma de Balthazar que se reunía con su dios. Los que allí estuvieron juran que por un instante, de entre las llamas, se alzó una figura portando un mandoble de fuego, y después, con un rugido, se elevó hacia un oscuro cielo rojo como la sangre. El Gran Maestro contemplaba las llamas absorto. Pero su mirada también se dirigía hacia el edificio de los sanadores, donde un bebé que no lloraba estaba siendo alimentado y cuidado por una guerrera veterana. ¿Qué iban ha hacer con ella?

Iset Devadoris. Los Reyes Primigenios. (I)

Hace más de mil años, cuando los Olvidados eran los señores de la creación, y los hombres aún no conocían los secretos de la magia, los Dioses caminaban por el mundo. Balthazar luchaba junto a los hombres, enardeciendo a sus fieles en el campo de batalla, en muchas ocasiones contra Grenth, su eterno adversario. Melandru acompañaba a los viajeros intrépidos que se internaban en los parajes mas inhóspitos y peligrosos, les protegía y les daba consejo. Dwayna volaba observando al hombre crecer y poblar la tierra, y se regocijaba con cada acto bueno y noble, ayudaba a los marinos y castigaba con tormentas a los infieles. Lyssa buscaba continuamente la belleza, favoreciendo a los artistas, inspirando su arte a los maestros, celebrando el amor y bendiciendo las uniones. Cuentan que a veces los dioses yacían con humanos excepcionalmente hermosos, valerosos o poseedores de gran talento, y dicen que de esas uniones nacieron criaturas asombrosas que mas tarde serían conocidos como los Reyes Primigenios cuyos descendientes gobernarían las tierras de Elona durante siglos. Mucho mas tarde, los dioses compartieron su magia con los que les eran fieles, y posteriormente abandonaron el mundo. Unos siglos mas tarde los Olvidados les siguieron en su exilio, y el hombre heredó la tierra. Hace más de quinientos años que la dinastía de los reyes Primigenios se extinguió, pero según el más poderoso oráculo… una línea de sangre ha perdurado hasta nuestros días, aunque se desconoce la identidad de los herederos o, si realmente, sobrevivió alguno. Algunos grandes conquistadores, como Turai Ossa o el propio Palawa Joko, entregaron gran parte de su vida a la búsqueda de estas criaturas, de estos herederos de sangre divina, y algunos como Turai Ossa, obsesionado por leyendas como esta, se condenaron a si mismos a la locura y a la maldición de una muerte en vida. Los hombre ambiciosos han deseado siempre el poder de los Reyes Primigenios, criaturas con sangre divina poseedores según las leyendas de increíbles poderes y lo que es mas importante, del beneplácito del dios del cual descienden, ¿que hombre no querría tener de su lado a una criatura semejante? Pero no solo los hombres los desean, pues entre los dioses Grenth ha descubierto una forma de emplear la diluida sangre divina para sus propios fines, y desde hace décadas mantiene enviados recorriendo las tierras de Elona con la misión de encontrar a los últimos descendientes de los Reyes Primigenios y llevarlos, vivos, a su reino de muerte, para de una vez por todas, asestar un golpe humillante a su peor adversario, el arrogante y violento Balthazar.