lunes, 1 de febrero de 2010

Crowen (XXXIII) Hambre salvaje. 1ª parte.

Chasqueo el cuello con un desagradable crujido y entorno la vista emergiendo desde el sopor oscuro y desapacible de la inconsciencia provocada por el trauma físico.
¿Qué demonios me ha pasado?

Estoy medio sumergida en el agua, con apenas una toga rasgada cubriéndome el cuerpo, un cuerpo que siento desgarrado, lacerado y lleno de moratones. No me sorprendo cuando me miro las muñecas y veo las marcas amoratadas que dejan las garras, aunque lo pero lo descubro en la cadera y el vientre donde alguien se ha ensañado a mordiscos y no son marcas de dientes humanos. Un ramalazo de dolor me golpea de pronto como la punta de un cuchillo al rojo vivo, creo que el hueso de la clavícula derecha está hecho añicos.

Me muevo un poco, el agua a mi alrededor está teñida de rojo, como la niebla febril que envuelve los recuerdos de la noche violenta… de pronto enfoco la vista y miro alrededor, el paisaje que me rodea se descubre poco a poco cortándome la respiración, cuando realizo dónde estoy casi por un momento se me olvida hasta el dolor, casi. Las aguas del lago donde me encuentro emanan una magia poderosa y primordial, me quedo estupefacta al descubrir que son las mismísimas aguas que riegan las raíces de un árbol legendario, el Nordrassil. Si, ese árbol, el ancestral árbol de vida de los Kal´dorei, destruido hace demasiado tiempo como para que las razas de vida menos longeva lo recuerden.

¿Cómo puede ser? La respuesta se encuentra en las cavernas del tiempo, baluarte y guarida del Vuelo Bronce en Azeroth, donde actúan como celadores del tiempo y enfrentan los tejemanejes de los corruptores infinitos, los enemigos por autonomasia de los dracos de bronce empeñados en afectar el presente influyendo para alterar los hechos ya acontecidos en el pasado.

En circunstancias normales puede que hubiera tenido que emplear toda una vida para ganarme su confianza, pero alguien ha intercedido por mi. No he querido indagar demasiado en las deudas contraídas, Enarhíon se ha mostrado reservado al respecto y no soy amiga de cotillear en la vida privada sin razones de peso.

El cómo he acabado aquí es cuando menos… complejo. Hace apenas cuatro días seguía una pista de Zai por Tanaris, mis pesquisas me condujeron a un nexo de poder latente que la diablesa de llama y ceniza había vinculado a ella. Como en ocasiones anteriores, decidí apropiármelo pero algo salió… digamos, regular.

El nexo en Tanaris estaba ligado con el que yo había corrompido en Silithus, al activarlo desperté el poder de una línea ley y sin saber muy bien cómo, acabé boca abajo, mareada y aturdida en el desierto de los silíthidos, con una jaqueca de gigante y cargada de abrasadora energía primordial.

El día podía haber terminado allí, una de esas cosas que a veces me pasan, pero el destino, porque a veces, no puede llamarse de otra forma, me hizo encontrarme tras deambular un par de horas bajo el sol del anochecer con alguien a quién tarde o temprano deseaba encontrar. Enarhíon.

Supongo que mi rostro debió reflejar por un momento una expresión tan sorprendida como la suya. Llevábamos mas de dos meses intercambiando correspondencia, sin danos cuenta, línea tras línea, frase tras frase… habíamos conseguido intimar. Así que el reencuentro fue extraño, como encontrarse con un amigo al que hace media vida que no ves y tras cinco minutos parece que fue ayer cuando te despediste.

Enarhíon me había advertido en las últimas cartas sobre él mismo, creo que una parte de él se había implicado demasiado y de pronto su tono se había vuelto mas cauto, como si temiera espantarme por culpa de algún oscuro secreto que era consciente que debería revelar.

Nuestras primeras frases al encontrarnos fueron algo que no quedará en la memoria de los tiempos por originales, pero una vez superado ese hielo quebradizo que a veces nosotros mismo erigimos por precaución o desconcierto, las palabras fluyeron como arena fina y sin darme cuenta, el día se había tornado en noche y hablábamos intensamente en torno a una hoguera de matorral reseco en el campamento de los exploradores enanos con los que viajaba Enar.

Las cartas compartidas habían establecido un margen de confianza entre nosotros, pero debo reconocer que me sorprendió la trasparecía y audacia con la que tras un buen rato me abordó.

Desde que comenzáramos a hablar yo me había sentido en tensión, no me extrañé demasiado, yo siempre estoy en tensión, es muy difícil que baje la guardia incluso en situaciones en las que la lógica me insiste en que me encuentro a salvo. Sin embargo a medida que Enar me hablaba sentí como si algo no fuera bien.

El fuego ardía con fuerza moderada, danzando como corresponde a una hoguera que se precie, chisporroteando ocasional mente mientras nos envolvía en luz y calor. Su animado ondular proyectaba sombras en el rostro de Tejemuerte dotándole en ocasiones de un aspecto… peligroso, casi macabro. Cuando por segunda vez tuve la sensación de percibir en el límite de mi visión que algo no encajaba, me erguí y encaré a Enarhíon totalmente en alerta.

- ¿Qué eres? No eres como te dejas percibir. –le dije con todas mis alertas aullando en mi inconsciente.

La transformación que a continuación tuvo lugar fue estremecedora, el me miró de pronto de forma depredadora, sus iris se agrandaron y enrojecieron instantáneamente, como si hubiera tocado un oculto resorte y en ese momento fui consciente de que mi existencia corría peligro.

- Te he hablado de mi muerte en la fortaleza del terror. –susurró de pronto mientras sus manos se alzaban hacia los botones de su camisa y comenzaba a desabrocharlos- Te he contado como fui empalado y torturado, cómo fui devuelto a la existencia, cómo me ataron y sellaron mi poder.

Y entonces Enharíon se descubrrió el pecho mientras hablaba, cuando me muestró su torso la dura luz proyectada por el fuego hizo que las terribles cicatrices que cruzaban la piel pálida parecieran aún mas profundas y devastadoras. No pude evitar recordar en ese momento a Elric Drakkengard, hace mucho tiempo pude contemplar las marcas de las torturas a las que había sido sometido por los trols, quemado vivo y atravesado por lanzas durante horas hasta que fue dado por muerto. La macabra ironía de todo el asunto era que había sido el último de su batallón en ser torturado, los trols estaban cansados y aburridos y fueron menos concienzudos, aquello le salvó la vida, pero dejó su espíritu y su cuerpo mutilados para siempre. Cuando le contemplé comprendí muchos aspectos del porqué era como era. No sentí compasión, simplemente comprensión.

Con Enar me ocurrió lo mismo, cuando ves un cuerpo destrozado de esta forma el recuerdo del dolor que debió haber sentido te estremece, pero luego le miras a los ojos y entonces descubres que el autentico drama es el que aún corrompe el alma. La resignación silenciosa que asume el rechazo y la incomprensión que sabe que despertará en aquellos que los contemplan, porque los que le miran ven en el reflejado su propio miedo, su propia mortalidad, su fragilidad. Mucho mas de lo que la mayoría de las personas corrientes pueden o quieren soportar.

Pero yo no soy corriente, la muerte no me asusta pues camino con ella desde que era niña. Cuando mi palma desnuda se apoyó en su esternón, allí donde la carne recuerdaba el trauma provocado por la lanza no sentí el habitual estremecimiento que causo en los vivos, mi piel habitualmente está mas fría que la de un mortal, incluso caldeada por la cercanía de un fuego, sin embargo Enarhíon estaba tan helado como yo.

Nos miramos a los ojos en silencio. Se que no vió en ellos compasión, para mi es un sentimiento ajeno, como los celos o el instinto de posesión que exhiben algunas personas y que tan desconcertante e irritante considero. Creo que Enar se vio reflejado en mi, creo que en ese instante las dudas que durante meses le habían atormentado se disiparon. Quizá todo estaba planeado desde el principio, quizá todo había sido una prueba. Tambien es posible que simplemente por muy criatura del caos y la oscuridad que fuese se había sentido solo, y por muy oscura y solitaria que yo fuera, había respondido a su carta. Qué mas da. Las cosas suceden porque suceden… es la única explicación que se me ocurre para lo que a continuación hizo él.

- Hay mas Crowen. Algo que no he revelado a nadie, algo que sólo unos pocos conocen, y la mayoría de los que lo conocen ansían destruirme. No esperaba encontrar en ti un digno rival, y eso en lugar de protegerte te pone en peligro, pues yo solo destruyo a aquellos que considero dignos de enfrentarse a mi. – Enar ladeó la cabeza, sus rasgos y su expresión iban perdiendo humanidad por momentos.

- Me advertiste en tu última carta que la confianza era una trampa. ¿Pero quién de los dos ha caído en ella, Enarhíon? –Poner caras inocentes nunca se me ha dado bien, pero las expresiones de sádica peligrosa las bordo, así que le regalé la visión de mi mejor pose.

Él se rió, una risa grave y algo hueca, potente. No se en que momento ambos nos habíamos incorporado y así, de pie, uno frente al otro, Enar dejó caer la ilusión con la que revestía su aspecto y me mostró la criatura de pesadilla que se escondía tras la apariencia de un elfo de sangre.

A mis ojos pareció crecer, fluctuando como cuando los druidas cambian de forma, sus hombros se ensancharon y se cargaron, soportando el peso de unos brazos excesivamente largos terminados no en manos, sino en garras de dedos articulados. Su mandíbula se proyectó levemente mientras su cráneo se agrandaba en proporción al tamaño de su cuerpo, los colmillos apenas disimulado tras sus labios en forma élfica, se mostraban ahora de forma evidente. El pelo negro, lacio y abundante se le derramaba por los hombros y la espalda contrastando sobre la palidez de su piel.

A pesar de su tamaño, calculé que sobre los dos metros treinta, el ancho torso se estrechaba abruptamente al descender hacia sus caderas y piernas, los músculos resaltaban como cables bajo la piel, tensos y vibrantes, todo el conjunto ofrecía un aspecto que combinaba de forma desasosegadora una gran fuerza afilada y letal con reacciones rápidas y contenidas, un cazador que era todo potencia y velocidad.

Y así se mostró ante mi, en toda su terrible verdad.

Debería haber sentido miedo. Era un depredador, podía percibir perfectamente la lucha interna que empezaba a librarse en su interior. Soy perceptiva, no se si es una habilidad innata agudizada por mi mentalismo, nunca me he parado a pensarlo, pero puedo ser muy empática cuando quiero, percibir las emociones, leer en los ojos y desnudar el alma de máscaras e ilusiones. Cuando me asomé al alma oscura de Enarhíon sentí como me abrasaba la violencia de su deseo… el impacto es tan brutal que enciendió el mío de golpe, fue como arrojar teas ardiendo en la hojarasca de un bosque seco.

Podría parecer romántico, pero no lo era, el deseo que nos golpeó no tenía nada de afectuoso. Lo que queríamos era comernos, alimentarnos uno del otro, devorarnos, destruirnos, matarnos. Su ilusión no sólo había enmascarado su aspecto, había disimulado totalmente su naturaleza.

Alguna vez he tratado de hacer comprender a otros la naturaleza de mi Hambre y me he encontrado con la mas absoluta incomprensión. Mi hambre tiene voluntad propia, tira de cada una de las fibras de mi ser de forma constante y agotadora, continuamente busca presas que la sacien, mi hambre es un deseo amoral y primario que se vuelve mas insaciable cuanto mas intensa es la búsqueda, me consume sin tregua exigiendo cada vez mas. Cada vez busco presas mayores, presas mas poderosas. En los últimos tiempos me alimento casi exclusivamente de dragones. Su sangre es diferente a la del resto de criaturas, está impregnada de magias, si, magias, ese poder me estimula y me otorga pequeños momentos de paz, momentos en los que puedo disfrutar de la compañía de mis aliados, de aquellos que aprecio, al menos hasta que vuelve a embargarme el hambre y entonces me alejo.

No siempre la satisfago, me niego a existir bajo su tiránico control, por eso en ocasiones me limito a estrangularla, a domeñarla y encerrarla. Y con ella apago conscientemente el deseo, la pasión y esas otras deliciosas emociones que tan humana me hacen. Pero mi frialdad y mi distanciamiento son parte de mi propia disciplina, una máscara, como la que llevaba Enar, aunque mucho mas sutil.

Y por eso cuando él me desveló su naturaleza yo le desvelé la mía. Quizá él fuera un depredador… pero yo cazo depredadores. Y así se lo mostré, desafiante, retadora y sin ápice de contención.

No hay racionalidad en lo que sucedió a continuación.

...

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