lunes, 5 de octubre de 2009

Crowen (XV) ¡Gaheris, vive!

Gaheris está agonizando.
A mi se me desgarra el corazón.

Lo tengo comprobado. No sé amar. En mi vida ha habido personas a las que he acompañado con lealtad y devoción, con respeto y entrega, personas por las que he arriesgado todo, por las que he dado todo, a las que me he consagrado en un compromiso, en un vínculo que ha llegado incluso a trascender la muerte, que ha superado las pruebas, el dolor o la desesperación. Y sin embargo, he tenido que perderlas para descubrir lo que realmente significaba esa emoción, ese sentimiento que saboreaba de forma inconsciente sin hacerme preguntas, sin ahondar en su significado.

Es sorprendente, con lo hábil que soy para leer en las emociones de los demás, en sus motivaciones y mentiras, con la capacidad que poseo para desnudar un alma, arrancarle sus secretos o manipular a mi antojo una voluntad. Es sorprendente, si, lo ingenua y ciega que soy en ocasiones ante los gritos y señales de mi propio corazón.

Tengo los brazos doloridos, mi espada golpea una y otra vez los elementales pétreos que se arremolinan a nuestro alrededor, atraídos por el núcleo de salvaje energía vital que han conjurado Seldune y Gaheris en la cima del Pilar Sangrevida. Lo que queda de la montaña tiembla rítmicamente enviando oleadas de poder a través del subsuelo de Sholazar, dicen que esta jungla fue en su tiempo la cuna de la vida en Azeroth. Con sinceridad, viendo las energías que se están liberando de forma natural a nuestro alrededor, me inclino a tomar por válida la teoría.

Mi mirada se detiene en Gaheris un instante, está gritando, su cuerpo convulsiona arqueado de forma inverosímil mientras sufre la purga de toda la energía negativa que hasta ahora le animaba, Seldune, la áurea paladín de Quel´thalas, ha convocado todo su poder sobre él, atravesando su cuerpo con riadas de Luz cálida y tintineante, sobre su pecho el fénix que tanto quebradero de cabeza costó a Gaheris, el fuego que ha buscado y perseguido durante meses y la clave de su revivificación, aletea gorgojeante, expectante y poderoso.

Todo a mi alrededor fluye henchido de vida y luz, un torrente de vitalidad, una avalancha imparable.

Soy el único elemento discordante en esta danza de luz y calor. Una esquirla de hielo oscuro que sin embargo protege con sus armas el ritual que arrancará de mi lado al hombre que me enseñó de nuevo a amar.

Afianzo los pies al suelo y me lanzo furiosa contra los elementales ávidos de energía, son como sanguijuelas que acuden sedientos a un festín, pero su hambre puede comprometer el éxito del proceso, y el fracaso tendría como consecuencia la muerte definitiva de Gaheris, una vez iniciada la revivificación no hay vuelta atrás, sus lazos con la energía necromántica han sido segados, nada hay ya que alimente su cuerpo. La Luz restaura sus tejidos y sana su carne, la energía vital desplaza a la sombra y el frío, el fénix aguarda paciente su momento, pues él será la chispa vital que descargue en un único pulso el hálito que decidirá si Gaheris vive o… cierra los ojos para siempre.

No quiero llorar, nunca lloro. Otra cosa que no sé hacer. Llorar es para los frágiles, para aquellos que se refugian en el quebranto y la impotencia. Yo actúo. Yo lucho, libero mi cólera y dejo que la ira me abrase, los elementales de piedra arcillosa no tienen oportunidad contra mi, mi espada cercena, quiebra y pulveriza sus cuerpos una y otra vez. Mi lamento se traduce en un grito de batalla, si quiero gemir de dolor, aúllo con rabia.

No se tragarme las lágrimas, pero soy experta en masticar mi despecho y transformarlo en violencia. Tsk… es un tanto excéntrico, lo reconozco, pero a mi me funciona.

Todo empezó hace meses, al poco tiempo de fundar el Alba Carmesí, al poco de embarcarnos en esa cruzada por la vida, la libertad y la destrucción de lo que amenazara a ambas.

Gaheris es pura luz e ingenio, energía y carisma arrolladoras, no sabe dosificarlas y las derrama sin control, allá donde va es imposible que pase inadvertido, atrae la atención como un faro en una noche tormentosa, incansable, imbatible y voluntarioso hasta sus últimas consecuencias.

Está comprometido con su visión y defiende sus ideales contra viento y marea, no conformándose con verse reflejado en su círculo de confianza, lo comparte y muestra a todo aquél que quiere escuchar. Su audacia le ha ganado enemigos y detractores por doquier, pero cuando mas sibilinas e insidiosas son las críticas, mas azuzan su iniciativa y tenacidad.

Sin embargo algo lo consumía por dentro. El frío de sus entrañas lo devoraba gradualmente sumiéndole poco a poco en la melancolía y el remordimiento. ¿Cómo voy a ser un adalid de la vida si mi corazón habita inerte en mi pecho? –alguna vez me preguntó.

Creí haber sosegado su desazón al hablarle del camino de la Necromancia Blanca, una senda compasiva que en ocasiones he visto practicar a los creyentes en la Luz, una forma amable de enfocar la relación de algunos médiums con el mundo espiritual, una senda dónde al igual que los chamanes se trabaja en armonía e igualdad con los espíritus. Gaheris pareció deslumbrado cuando le hablé de los caminos que conducían a su praxis y no sólo se identificó sino que fué mas allá sacrificando gran parte de su poder y comprometiéndose en una nueva escuela de necromancia que bautizaría como los Caballeros Rúnicos. Sus enseñanzas, audaces y atípicas escandalizaron a gran parte de los comunes y se atacaron fieramente sus fundamentos y legitimidad, pero como siempre Gaheris, lejos de amilanarse promulgó su visión a los cuatro vientos y ya son multitud sus seguidores.

Y ahí comenzaron nuestros desencuentros.

Gaheris quiso que compartiera su visión, su credo, que me uniera a su causa, que abrazara la Luz y luchara por el propósito último de alguien con tales convicciones, la vuelta a la vida, un acto de fé y voluntad que redimiría mi corazón, mi cuerpo y mi alma.



Aún siento el impacto del golpe que apagó su entusiasmo cuando le respondí simple y despiadadamente: No.

No puedo. No quiero. No voy a volver.

Su mirada incrédula, traicionada, herida… esa mirada me lacera por dentro. Pero lo que me pide, aquello a lo que me incita a renunciar es todo lo que yo soy.

Para Gaheris, paladín de la Mano de Plata en vida, un guerrero heraldo de la Luz caído mientras luchaba contra la plaga, un hombre de corazón y alegría inmensos, ese camino, esa senda era su meta natural y coherente. Volver a ser él mismo, volver a sentirse pleno, volver a sentirse vivo, respirar, beber, amar, llorar, sentir y disfrutar de una vida mortal.

Yo soy nigromante, nací nigromante, vivo entre dos mundos desde que tengo uso de razón, en vida era una maestra, una erudita una guerrera infatigable, una guardiana de secretos y celadora del equilibrio natural. Vigilar, intervenir, preservar, ese es mi deber, mi proyecto vital, mi razón de ser.

Mi no-vida actual, en la frontera entre dos estados de existencia, ni muerta ni viva, ni viva ni muerta… esto es lo que quiero, lo que soy, lo que me define y me da un lugar en el mundo.

Para Gaheris sin embargo, es una aberración, una farsa, una máscara terrorífica y macabra, una burda imitación de los vivos y el regalo envenenado de un ser malvado, oscuro y cruel.

Si bueno… después de decirme esas lindezas fué cuando me declaré. Si, lo reconozco, se me da mejor cercenar cabezas que abrir corazones y acertar con el momento adecuado. ¿Pero qué momento es el adecuado? Saber que vas a perder a alguien porque tiene una idea terriblemente equivocada sobre ti, saber que esa persona por la que estás dispuesto a sacrificarlo todo no te entiende, no comprende… ¿Es ese el momento de callar o el de sincerarse? ¿El momento de llorar o de actuar?

No. No soy de las que lloran. Pero a veces siento ganas.

Y fue allí, hace meses, en las ruinas salinas de la costa de Tethyr, rodeados de mar, piedra y pinares, donde Gaheris me pidió que le acompañara en su búsqueda vital, y yo le animé a marchar aún sabiendo que en ese momento había empezado a perderle.

Y aquí estoy, contemplando como Gaheris, el hombre que me entregó su corazón, está apostando todo en una única mano de suerte, valor y voluntad. El hombre que prefirió arriesgarse a la muerte definitiva antes que subsistir como una parodia de vida, el hombre que prefirió ser coherente consigo mismo, con sus ideales, que fue fiel a sus principios por encima de todo, que lo arriesgó todo, todo… por una segunda oportunidad.

¿Cómo no amarle? ¿Cómo no apoyarle? ¿Cómo no estar con él y junto a él?

Siento el pálpito que arrasa el cuerpo del fénix cuando se sumerge en el pecho de Gaheris, un latido que detiene el tiempo, que congela el flujo de vida y lo concentra, Seldune invoca todo su poder mientras el suelo se estremece, el aire ondula y se espesa a nuestro alrededor… la atmósfera está tan cargada de energía que crepita al contacto con nuestra piel.

Y entonces…

Entonces… Gaheris… respira.

Cierro los ojos y siento el alivio inundarme, una sensación reconfortante y extraña que me embarga, que me mece y me sostiene.

Le miro desde lejos, aún alerta a las amenazas que nos acechan, consciente de forma extraña de todo nuestro entorno, mi retina absorbe los detalles con endemoniada nitidez, la realidad es tan real que satura mis sentidos, todo parece mas vivo, mas brillante, mas… mas corpóreo.

La sensación es turbadora y desconcertante y me hace sentir fuera de lugar.

Gaheris se incorpora, desnudo, tembloroso, su cuerpo ha sido restaurado pero se tambalea, desprovisto de la fuerza sobrehumana que hasta hace poco alimentaba sus músculos, se lleva la mano al pecho y la abre sobre el pectoral, sonrío al verle sonreír, al verle disfrutar de la sensación de la sangre rugiendo en sus venas, del corazón bombeando en su pecho. Inspira y mira alrededor, me encuentra y reconozco esa sonrisa ingenua y angelical tan propia de él, el Gaheris que conocí una tarde de verano, el paladín encantador que me escoltó y reconfortó con su sonrisa y su optimismo.

- Ha funcionado. ¡Lo conseguimos! ¡Vivo! ¡ESTOY VIVO!
Él abre los brazos y clama al cielo su alegría, abraza a Seldune que se muestra sorprendida y estirada, como es habitual.
- ¿Cómo te sientes? –le pregunta ella.
- ¡Hambriento y sediento! – exclama él jubiloso, débil, pero regocijado.
Recién despertado hizo gala de una vivacidad difícil de ignorar, arrastrándonos con él de vuelta a su amada Lunargenta, reconozco que aún sonrío al recordar la gula con la que devoró cuanto plato y copa de vino cayó a su alcance, como si hiciera meses que no comiera, famélico, hambriento, deseoso de descubrir y experimentar.

Cuando Seldune nos dejó, exhausta a su vez, Gaheris me secuestró sin derecho a réplica, contagiándome pese a mi renuencia de su buen humor. En mi alma se agazapaba el oscuro presentimiento que anunciaba pérdida y dolor, pero en ese momento decidí anegarlo inspirada por el alborozo de mi Caballero Rúnico revivido.

Me llevó con él bajo los árboles blancos de Canción Eterna mientras la tarde languidecía tiñendo de dorado y carmesí las sombras, me hizo caminar descalza sobre la hierba, me inundó de vitalidad y energía contagiándome su risa, su anhelo, y su pasión.

Y cuando sus dedos se enredaron en mis cabellos y su boca buscó la mía, me rendí risueña al sentimiento y me permití amar y sentirme amada, me permití abandonarme al momento y despejar las sombras, abracé la euforia hasta sentirme ahíta y me asomé sin miedo a sus ojos buscando el reflejo de mi mirada.

Amar duele demasiado. Lo sé. Pero no soy de las que lloran.

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