miércoles, 7 de octubre de 2009

Crowen (XVII) Necesito mis recuerdos.

Acabo de recuperar el conocimiento pero sigo sin poder moverme. Estoy tendida sobre las tablas de madera de una cabaña perdida en las nieblas del tiempo, en el antiguo Hyjal. Mi último y mas reciente refugio al menos desde que Valdor me advirtiera de la presencia de Zai Yimissa rondando de nuevo por el mundo.
Valdor…
El recuerdo duele.
Las heridas rituales que me recorren el cuerpo también duelen. He perdido tanta sangre que no tengo fuerzas ni para incorporarme, sigo tendida, desmadejada, en el lugar donde me desvanecí. Tengo las piernas dobladas y la falda enredada en ellas, las laceraciones no se han cerrado, síntoma de lo débil que estoy pues como magus de sangre ya deberían haber regenerado.

Giro mi cabeza y siento pinchazos tras los ojos, me detengo abrumada por el vértigo, esta vez me he extralimitado. ¿Cuántas horas pude dedicar a consultar y bucear en los secretos del Libro de Sangre? ¿Quince… veinte…? Lo ignoro. ¿Me estoy castigando de alguna forma? No suelo ser tan descuidada. Medito largo rato sobre lo ocurrido, sobre lo que he averiguado y lo que he deducido yo misma con la información obtenida. No, no es castigo… es simple y llanamente: miedo.

Mi memoria se fragmentó cuando fui prácticamente destruida en el enfrentamiento contra el Rey Sombra y esa zorra de Misao, Valdor me salvó la vida, salvó cuanto pudo de mi… pero las secuelas aún me afectan. No conseguí encontrar una cura para mi mente quebrada y trascendí a mi estado como no-muerta con esa lacra. No quise darle demasiada importancia hasta que los sucesos han empezado a volverse preocupantes, estoy olvidando fragmentos de mi vida… se disipan en la oscuridad, cuando comienzo a explorar en mi memoria encuentro lagunas, incoherencias, dudas… siento que pierdo el asidero con el mundo real.

Mi memoria se degenera. Y eso me aterra.

Siento congoja en el pecho, demonios… ¿eso es un sollozo pugnando por salir? Yo no lloro. No lloro. Así que lo estrangulo, estrangulo el miedo y la tristeza, la soledad, la rabia… estrangulo la angustia que trata de derramarse por mi cuerpo ahora mismo inerte e indefenso.

Mantenerse íntegro y funcional siendo un no-muerto es un ejercicio de inteligencia y voluntad. Soy plenamente capaz de lograrlo, de hecho lo estaba llevando bien. Mantengo mis reflejos fisiológicos como respirar, suplo la falta de sueño con trances reparadores que alivian mi mente y sosiegan mi espíritu, me alimento con exquisitez, tras investigar alternativas, la sangre es lo que tradicionalmente da mejor resultado y ya estaba acostumbrada a ella, mi cuerpo la asimila de forma natural, la magia, la energía vital son otras fuentes de alimento que tomo en dosis delicadas y cuidadas, con control, control para que no se transforme en una adición. Mantengo mi mente despierta y alerta, ocupada, y experimento con mis limitaciones. El Libro de Sangre exige un gran sacrificio y lo acepto gustosa, su presencia es un nexo poderoso que me centra y me mantiene ligada a mi herencia y a todo lo que soy.

Pero nada de eso es suficiente si pierdo los recuerdos que conforman mi identidad. ¿Qué me está ocurriendo?

Me he olvidado de alimentarme y no me he dado cuenta.
La certeza de lo ocurrido se cierne sobre mi como la hoja de un cuchillo. No, no puede ser. ¿Tan mal estoy?
No. Trato de hacer memoria pero soy incapaz.
No. Es imposible, nunca soy tan descuidada. El reflejo de una joven de cabellos oscuros me asalta. La seduje, me alimenté de ella, lo recuerdo. Pero… ¿cuándo?
La angustia se transforma en rabia. Me incorporo furibunda. Algo va mal… ¿pero qué?

El Grimorio negro me aguarda, su presencia me envuelve y siento un gran peso sobre los ojos, sobre la frente… estoy demasiado débil. Podría extraer energía de fuera, alimentarme de la vida que siento en el exterior, dejar que la chispa vital fluyera hacia mi, este lugar está saturado de ella, puedo sentirlo y la tentación es deliciosa, sugerente y terriblemente perturbadora.

NO.

Siempre he sacrificado el poder de mi misma, nunca lo he tomado de otros, esa es la senda de los mediocres y los charlatanes y a la larga te limita. Ser un maestro implica compromiso, sacrificio, entrega, los caminos fáciles son trampas para los maulas.
Busco retazos de fuerza en mi interior y descubro con desazón que estoy extenuada, así que no me queda otra que recurrir a mi terquedad e imponerme por pura y bestial voluntad, cierro mi mano sobre las páginas del Libro mientras estas comienzan a volar respondiendo a mis pensamientos, cobrando su tributo.
Apenas necesito unos minutos para hallar la respuesta pues tan sólo era necesario hacer la pregunta adecuada, cuando siento mis huesos volver a golpear el suelo al caerme de nuevo, ahora si que voy a pasarme un buen rato derrumbada sobre las tablas contando telarañas del techo. Bah… ni siquiera hay telarañas, estos elfos lo tienen todo demasiado limpio.
Me he estado alimentando si, pero no bien. La sangre de los mortales ya no es suficiente para mi, he de cambiar mi presa y encontrar otras que me sacien. Es algo que cabía esperar con el tiempo, aunque no esperaba que me ocurriera tan pronto. Por un lado es un incordio, por otro… es una muestra del incremento de mi poder. Sonreiría si no estuviera tan cansada, además… uno de los problemas parece aparentemente resuelto… pero el asunto de mi memoria aún me atenaza.
Debo hacer algo. Necesito mis recuerdos intactos, preservarlos es preservar mi conocimiento, mi experiencia. Los necesito para mantenerme cuerda, los necesito para enfrentarme a Zai, los necesito. Mi mente vuela buscando soluciones y la imagen de Baazel se aparece nítida en mi mente, casi como una revelación.

Tengo que hablar con el demonio.
Cuando vocalizo el pensamiento siento la certeza de haber dado en el clavo. Pero antes debo recuperarme, es suicida hacer tratos con un demonio en mi estado actual.

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