jueves, 8 de octubre de 2009

Crowen (XVIII) El cazador en la nieve.

El dragón alza la testa y husmea el aire helado de Gelidar, inquieto, parece buscar algo, sus ojos vidriosos recorren huraños el entorno nevado, el vaho se acumula en nubecillas sobre su morro mientras la bestia resopla. Darlygos, cazador de magos, acechador del vuelo azul, entrenado para rastrear, asesinar y descuartizar conjuradores, sobre todo elfos, no sabe muy bien por qué pero disfruta especialmente masacrando orejas largas. El dragón observa atento los alrededores hasta que por fin recoge el sinuoso cuello  contra su pecho y cloquea, es su forma de reír mientras inclina la reptiliana cabeza sobre los restos de la elfa que yace aplastada bajo su garra. Una presa fácil y mediocre que apenas opuso resistencia ni supuso un reto, ni siquiera puede catalogarla de entretenimiento. El dragón humilla el morro y mordisquea de nuevo la pierna de la muchacha que esta vez no reacciona. Apenas queda nada reconocible de ella, jirones de carne y hueso prendidos del tronco de lo que hace unos minutos fuera una hechicera del Kirin Tor.

*Alguien se acerca*

Darlygos se remueve intranquilo y despliega las alas con ese peculiar restallar que hace reverberar sus membranas, siente una presencia extraña en las inmediaciones pero no la localiza, un aliado o acompañante de la maga quizá… el dragón se imagina al mortal temblando de miedo, agazapado tras unos matorrales cubiertos de escarcha rezando a sus estúpidos dioses para que el depredador remonte el vuelo y le deje vivir un miserable día mas. Pero no, no hoy. La caza ha sido insatisfactoria y Darlygos necesita, desea… ansía mas. Un chasquido a su espalda le hace girarse violentamente, preparado para descargar su aliento de muerte escachada, un chorro de cristales helados que arranca el calor de la carne y desprende la carne de los huesos.

*Nadie*

El dragón se enfurece. ¿Quién se atreve? ¿Acaso osan jugar con él? Sea quien sea, Darlygos se jura a si mismo que le hará disfrutar de una tortura prolongada e imaginativa, la baba sisea en sus fauces al imaginarlo y su lengua repasa los bordes afilados de su dentadura…

¿qué demonios…?*Algo le ha atravesado una membrana*

Darlygos arquea el cuello incrédulo y al torcer la testa se encuentra de morros con la elfa semidescuartizada enganchada a su ala… no puede ser. La elfa le observa con lo que queda de la mitad de su rostro, el otro medio es una masa informe de sangre coagulada y pelo enmarañado, pero hasta el ojo que oscila fuera de su cuenca parece mirarlo destilando odio.

Por primera vez en su dilatada existencia el dragón da un respingo mezcla de susto y asco, cuando las leyes de lo que es racional se quiebran no hay criatura que no experimente un instante de shock mientras su mente procesa y acepta que lo imposible está sucediendo.

- ¡!…goyyy… muegueeees gonmigoooo… gassstagdoooo…igoobutaaaaa… ¡!

…Por los cuernos de Malygos, la zorra muerta está gritando… ¿cómo…? *Mi sangre arde.*

Darlygos siente de pronto la náusea que invade su cuerpo, el veneno que se derrama ardiendo en sus entrañas, el borboteo hirviente que coagula el lecho de nieve y hielo bajo sus garras… y la risa. La risa que aterra más que cualquier blasfemia o maldición, que cualquier grito guerrero. La risa clara, cortante y helada que rasga el aire, la risa que se acerca inexorable y cruza como un borrón delante de él cortando piel y escamas.

*Joder. Mierda. Joder… putos nigros.*

El dragón se revuelve y de un bandazo se deshace del cadáver farfullante que termina estrellándose contra un pino joven a sus espaldas provocando una mini avalancha de nieve en polvo, delante de él se encuentra la auténtica amenaza, inspira rápida y entrecortadamente, tan solo necesita un golpe, un golpe y su atacante será historia. Pero la sombra de acero negro se mueve veloz rodeándole, demasiado cerca para poder acertar con su chorro letal de escarcha, suficientemente lejos para poder esquivar su garra.

El dragón se revuelve sobre la nieve, frenético, sus garras buscan encajar un zarpazo pero sólo encuentran aire y la tela aleteante de la capa que se desprende cuando por un momento sentía que la presa era suya.

*Necesito altura.*

Darlygos no duda, esa es su ventaja, el luchador es demasiado hábil en tierra y tiene experiencia luchando con dragones, busca continuamente su vientre donde las escamas son mas pequeñas y la piel mas flexible y delgada, donde la espada corta con insolente certeza y se agitan sus vulnerables entrañas. Pero él es un dragón, vuela, y desde el aire el más poderoso guerrero no es sino una bola de metal indefensa anclado al suelo.

El dragón flexiona sus ancas y salta con toda la potencia de sus músculos, las fibras restallan y se tensan bajo su piel y el dragón se impulsa como un resorte hacia las alturas. No puede evitar mostrar los dientes en una sibilina y despiadada sonrisa de colmillos afilados, el combate es suyo…

*¡No!*

Algo se ha enredado en su lomo, un haz de sombra, una garra de humo y energía oscura tan firme como un cable de buena saronita templada. Como un pájaro atado a un cordel por un niño desalmado el dragón es derribado dolorosa y brutalmente sobre la roca y el hielo, de espaldas, la magia infame le atrapa y atrae inexorablemente su mirada hacia su verdugo. Una mujer embutida en una armadura de filigrana y acero negro se encarama sobre él y alza su espada demasiado cerca de su sinuoso y largo cuello. Darlygos la golpea con las garras, como gato panzarriba, desesperado. La mujer resiste el embate, y cuando trata de amagar una dentellada algo se cuelga de los cuernos de su testa y fuerza su cabeza hacia atrás, dejándolo impotente unos segundos, a merced de la temible espada de la mujer. Los ojos del dragón voltean y vuelven a encontrarse con el cadáver animado de su reciente víctima, la maga gorgotea de manera espantosa aullando de rabia y odio, un esperpento de carne roja y brillante, de hueso descarnado y sangre congelada, la última imagen que se lleva Darlygos del mundo es la de la elfa desquiciada y destrozada arañando sus ojos mientras una espada se hunde en la carne blanda bajo su mandíbula.

Crowen hinca la hoja con fiereza cortando piel, tráquea y hueso, hasta que la punta del arma asoma por la nuca del dragón. No se confía hasta que siente el estertor final estremecer el cuerpo de la vermis bajo sus botas, contempla recuperando la calma como el vaho se arremolina sobre las heridas abiertas del dragón, nubecillas humeantes que se enfrían con sorprendente rapidez bajo la mordedura del gélido aire que les rodea.

La elfa echa hacia atrás su capucha descubriendo el cabello rojizo, que ahora lleva recogido, una pincelada de rojo fuego, impertinente y audaz en ese paraje de nieve blanca y piedra azul, su mirada se vuelve hacia el cadáver animado de la elfa, sus ojos la observan meditabundos.

- Te di lo que pedías, venganza. Ahora debes marchar.
- …no guiego… -la elfa farfulla con los restos descolgados de su mandíbula, lastimeramente.
- Si quieres. Descansa, cierra los ojos. Está muerto, nunca más hará daño a nadie.
Ambas elfas se miran, en silencio, largo rato, sumidas en silenciosa conversación. Finalmente, la elfa descuartizada se derrumba sobre la nieve, una carcasa vacía, un testimonio de dolor y tortura que se congelará olvidado entre la nieve y el hielo.

Crowen cierra los ojos y suspira. El roce herido del espíritu se desvanece envuelto en un leve sollozo del cual sólo ella es testigo, un alma trasciende y la nigromante vuelve a quedarse sola, rodeada de muerte, como es habitual. Se acerca al cuerpo caído dejando huellas en la nieve, apelmazada y sucia por la lucha, y rebusca entre los restos ya fríos de la muchacha, un colgante de delicada manufactura quel´dorei se abre con un hermoso tintineo mostrando el retrato de un joven y una niña, ¿hermanos, un novio, un marido y una hija… quién sabe? En el reverso un nombre grabado, aunque ella ya lo conoce, Para mi Amya, ¿servirá como consuelo a quién reciba la noticia de su muerte? A su mente acude el recuerdo de otro medallón similar, pero no es un recuerdo placentero y lo espanta con el regusto de los celos en la boca, un sentimiento casi desconocido para ella.

Crowen se vuelve hacia el dragón, no era casualidad que se hubieran encontrado aquí hoy, ambos estaban de caza y como depredadora era hora de reclamar su trofeo. La elfa rodea el cuerpo del dragón mientras su mano enguantada se desliza sobre el pecho de la imponente bestia dejando rastros de sangre adheridos durante la lucha. Cuando calcula que se encuentra sobre el corazón, apoya la punta de la espada y ayudándose del peso de su cuerpo sobre la empuñadura troncha piel y costillar hasta llegar al corazón aún caliente, la sangre fluye sobre el vientre de escamas blanquecinas, brillante y espesa, saturada de magia residual.

Sangre de dragón. Veremos si con esto basta para empezar a saciarme.

1 comentario:

Neith dijo...

*_* que cojones tiene la Crowi, cazando dragones. ya me dirá como sientan, que las driades ya aburren.