miércoles, 30 de septiembre de 2009

Crowen (XIV) Visita a un traidor.

El hechicero se detuvo un instante y alzó levemente la vista. Hacía muchos años que no sentía esa presencia oscura y poderosa cerca de él, reconocerla llenó su boca de un incómodo gusto metálico y descargó en su columna un relámpago de sensaciones hacía tiempo olvidadas.

- Crowen. Qué sorpresa. – masculló finalmente con labios tensos.
- Me ha costado encontrarte, lo reconozco. – enunció ella a modo de saludo.
El mago se giró lentamente hasta encarar a la mujer que se había materializado en el umbral de su sancta sanctorum y la contempló con detenimiento.
Sus gélidos y brillantes ojos azules delataban su conversión como no-muerta, sin embargo no habían perdido un ápice de su fiereza y dominio, la transición no había dejado secuelas perceptibles en ella, se mostraba tan pálida y perfecta como una escultura de mármol, el hechicero supuso que sería obra de Valdor Skarth, el nigromante siempre había demostrado un arte y talento exquisito cuando se trataba de Crowen. El mago contempló a su antigua amiga y aliada, la nigromante había cambiado su báculo de obsidiana por una imponente espada de aspecto letal y una armadura de filigrana y placas forjadas a su medida. No era la misma Crowen Malarod que el conociera y sin embargo lo era, no pudo sino admirar en silencio la capacidad de aquella mujer de sobreponerse una y otra vez a su aciago destino.
- La muerte te ha sentado bien. –sentenció finalmente el elfo.
Ella esbozó una media sonrisa, sin humor.
- Para un nigromante no es sino un nuevo comienzo.
El mago se cruzó de brazos y finalmente se encaró con determinación, su altura seguía siendo imponente, sus rasgos antaño hermosos se habían ido marcando con un rictus cínico que reforzaba su aire de arrogancia natural, algunas hebras albas habían coronado sus sienes y la barba recortada y sus ojos azules se habían oscurecido hasta volverse de un verde hostil y tormentoso.

Crowen observó la mano derecha del hechicero, las cicatrices de las quemaduras aún se veían nítidamente resaltadas contra su piel morena, ella sabía que mas de la mitad de su cuerpo estaba marcado a fuego, eran el recuerdo de una terrible tortura sufrida a manos de los trols hacía mas de dos siglos, le habían quemado vivo literalmente, quebrando el alma y el cuerpo para siempre. Sin embargo no había lugar para la compasión en el corazón de Crowen, Elric había vengado con creces la atrocidad a la que le sometieran, aunque aquello no hubiera servido para aliviar el dolor crónico y real que sufriría toda su vida.

Elfo y elfa se contemplaron en silencio largo tiempo, los recuerdos se agolpaban entre ambos en una corriente continua y fluída, un caudal que iba aumentando al tiempo que ambos recorrían sendas oscuras en su memoria.
- ¿Encontraste a alguna de las dos? ¿A tu hermana, a Kryena? –inquirió
El mago negó lentamente, su garganta se cerró en un nudo de angustia familiar.
- Kumara desapareció con aquél estúpido, enamorada como una cría, supongo que les irá bien porque no volví a verla. –confirmó el mago.
- Kumara y Samuel aceptaron la misión de velar por el heredero de la Reina Triste, es normal que desaparecieran del mundo mortal, como guardianes de un avatar era su destino y al destruirse la Atalaya perdieron mi protección. Pero, ¿Y Kryena?
Elric miró a Crowen, un tic hizo vibrar su pómulo izquierdo por un instante, su ira se inflamó.
- Nunca fue la misma tras la batalla en los infiernos. La fui perdiendo poco a poco.
- Todos perdimos, fue un sacrificio necesario. – concluyó la pelirroja.
Aquello terminó de desatar la rabia del mago. Su torso se inclinó hacia delante y sus brazos se abrieron en cruz, su grito iracundo liberó su poder de súbito, la onda expansiva golpeó a su interlocutora con fuerza inusitada, tal fue la potencia liberada que todo aquello que había en la instancia quedó literalmente hecho añicos, vaporizado, aplastado.

- ¡No era mi maldita guerra!¡Fui porque combatían ellas!¡No era mi maldita guerra y perdí todo en ella!
Cuando la reverberación se apagó Elric contempló ceñudo a su oponente, Crowen permanecía incólume rodeada de un tenue campo de fuerza verdoso, un escudo que anulaba la magia hostil. El ataque la había irritado, se irguió y sus labios pronunciaron un conjuro, su mano se extendió imperiosa y una ráfaga de hielo punzante atravesó al hechicero. Ella habló entonces.
- Misao y el Rey Sombra fueron los enemigos mas terribles a los que me he enfrentado nunca, su ambición no conocía límites, si hubiéramos permitido su ascensión el mundo habría tenido que enfrentarse a un nuevo azote. Era nuestro deber, nuestra responsabilidad. Combatimos, prevalecimos y sacrificamos. Tu perdiste a tu amada, yo perdí mi cordura, mi memoria, mi baluarte, mi poder y mi cuerpo y lo considero un precio justo por acabar con ellos. Hasta Baazel sacrificó su inmortalidad en el combate final.
- ¡No era mi guerra, joder! –espetó Elric mientras liberaba de nuevo su poder arcano en una ráfaga de calor incandescente.
Crowen se desplazó a un lado con ligereza y ejecutó una orden seca, la sangre del hechicero comenzó a hervir, descargando oleadas de dolor por sus miembros, pero Elric hacía décadas que convivía con el dolor constante, se sobrepuso y concentró su ira en Crowen, tratando de abrasarla, sintió que el fuego cobraba vida en su interior y se dispuso a terminar el enfrentamiento, le daba igual acabar con ella, hacía tiempo que había dejado de sentir remordimientos por sus crímenes, sin embargo justo cuando el conjuro terminaba de ser hilvanado, sintió unos dedos invisibles y gélidos que le atenazaban la garganta robándole la voz.
- Era la guerra de todos, idiota. – le espetó Crowen. Su voz restalló como un latigazo, aprovechando la momentánea indefensión del mago congeló sus pies al suelo y se acercó a él en una carga brutal, su espada golpeó de lleno en el cuerpo del hechicero, atravesándole el abdomen. – Te lamentas continuamente de lo que perdiste y calmas tu despecho ejecutando los crímenes mas abyectos. ¿Desde cuando colaboras con él, maldito?
El hechicero escupió sangre al rostro de Crowen, ahora muy cerca de él, la mujer ni se inmutó.
- Es la única forma… de recuperarla.
- ¿Crees que ese asesino en masa, ese Rey de escarcha te ayudará?¡Pero si está como una maldita cabra! Es un niño jugando a ser dios, como lo era Misao, pero sin la inteligencia maligna de ella, no tiene visión estratégica y por ello perderá ante el embate de la Horda y la Alianza y todos los que estén con él perecerán.
- ¿Crees que me importa?
- Si no te importara te habrías dejado morir en algún tugurio de mala muerte como solías hacer en los viejos tiempos, ebrio como una cuba, retozando con rameras y malgastando los restos de tu fortuna.
Elric contempló a la pelirroja y ahondó en su mirada glacial.
- Maldita… tu sabes algo.
- Yo sé muchas cosas, olvidas de quién y qué soy heredera.
Él la miró, una mezcla de incredulidad y admiración le embargó.
- ¿Lo has… recuperado? –él escupió sangre.
Crowen asintió una única vez, su expresión permanecía inclemente, seria y despiadada.
- ¿Puedes… traerla de vuelta?
- Quizá.
El majo jadeó, escupió sangre de nuevo y esbozó una sonrisa teñida de rojo.
- ¿Y qué demonios quieres a cambio, bruja?
- A ti. Quiero que me ayudes. A cambio, te traeré a Kryena de vuelta.
- Me he sometido a su voluntad… no será fácil… ¡Ahhhhhhhhhhhhhhhh! –El mago aulló de dolor al sentir la mano de Crowen entrar brutalmente en su pecho, los dedos de la elfa se abrieron paso como una cuchilla a través de su carne, entrando por la herida abierta de su abdomen hasta alcanzar el corazón, el mago se sintió morir, sus ojos se abrieron desorbitados, la sangre manaba a raudales mientras la vida le abandonaba. Cuando el entumecimiento comenzaba a apoderarse de él una espina helada se clavó sádicamente en su pecho, el dolor menguó y un frío extenso se derramó por su cuerpo.
- ¿Qué… me… estás… haciendo?
- Liberarte. Como Valdor hizo conmigo. Lástima que yo sea menos delicada… ¿no?
Crowen retorció su mano dentro del pecho del elfo y engarfió sus dedos entorno a la víscera que aún latía desbocada, el cuerpo del elfo se sacudió mientras ella exhibía su particular sonrisa depredadora.
- Basta…
- Esto es una segunda oportunidad Elric Drakkengard, no la malgastes, ahora me perteneces.
Diciendo esto, la nigromante congeló el corazón del mago. El hechicero aulló por última vez aquella noche mientras el frío y la oscuridad se apoderaban de él.

                                                                 

Cuando abrió los ojos se sintió extraño, agarrotado y dolorido, tirado sobre el áspero suelo de piedra. Sus ojos descendieron sobre su cuerpo, recordaba perfectamente lo ocurrido; su túnica estaba destrozada, hecha jirones y empapada en sangre, trozos de piel y hueso. Abrió con cuidado la pechera y observó su torso, la sangre coagulada se agolpaba en forma de costra sobre la herida que la elfa le infligiera. Sin embargo, sólo era consciente del dolor secundario que deja el trauma, pues sintió que no existía laceración abierta. Buscó con la mirada a su ejecutora, ella se encontraba de pie, no muy lejos de donde él se había derrumbado, mirando por la ventana hacia la noche serena y estrellada de la tundra boreal.

- ¿Qué me has hecho? Siento hielo en mis venas.
- La sensación se calmará con el tiempo hasta que solo percibas una ligera opresión sobre el corazón. – la voz de Crowen se percibía profunda y llena de matices, ese tono grave y femenino que empleaba ocasionalmente, cuando se encontraba satisfecha. A Elric le recordaba el ronroneo goloso de un gato y se estremeció. Crowen si empre le había parecido distante e inaccesible, una mujer compleja e impredecible que dosificaba su encanto y su fuerza sólo cuando le interesaba.

El mago se llevó la mano sobre el pectoral izquierdo, la piel estaba fría al tacto, dolorida y sensible. El frío no le sentaba bien, su movilidad estaba reducida por las secuelas físicas derivadas de la antigua tortura y esta sensación le agarrotaba aún mas.
- Me has dejado tullido de nuevo.
- No seas quejica, Elric, el dolor se hará mas soportable. Ahora eres un mago de fuego con corazón de hielo. He cortado los lazos de servidumbre que te ataban al exánime, no podrá influir sobre ti a no ser que seas tan estúpido como para ponerte de nuevo a su servicio voluntariamente.
- ¿Y si lo hago?
Crowen le devolvió una mirada fría e inclemente.
- Entonces se acabaría la segunda oportunidad.
La mujer extendió su mano y la cerró levemente en un puño, el mago se llevó la mano al pecho jadeando sofocado.
- ¿Qué… es esta… magia… infecta a… la que me… sometes?
Crowen dejó caer la cabeza y liberó una carcajada cristalina y victoriosa.
- Magia antigua, mi Arte, mi conocimiento… secretos que heredé de una casta de nigromantes estudiosos y concienzudos. He helado tu corazón, con el tiempo y tu voluntad irás mermando el frío y recuperando el calor, si vives hasta entonces volverás a ser libre, peeero… –ella hizo un alto, sonrió con malicia y concluyó- …tsk, si vuelves a enredar con demonios y cultores te quebraré.

Elric se terminó de incorporar hasta sentarse, apoyó un antebrazo sobre la rodilla y se relajó, su mirada paseó por la estancia, la furia que había liberado había destruido todo lo acumulado en casi cinco años, nunca había sentido apego a las cosas materiales y no sintió lástima por la pérdida. Su mirada se perdió por la estancia hasta que un brillo extraño atrajo su atención. Sobre la piedra gris, impertinente y descarado yacía un anillo, un solitario de compromiso, el mismo que hacía tanto tiempo Kryena le arrojara a la cara cuando él le pidió matrimonio.
- ¿Sabes que fue de ella? ¿Si está viva o muerta…?
La pelirroja le miró un instante, asintió levemente.
- Dímelo.
- No.
- Eres cruel.
- Si.
- ¿Por qué?
- Quiero que te lo ganes. Debiste haber acudido a mi desde el principio.
- Creí que estabas muerta.
- Tsk… ¿Desde cuando eso es para mi un impedimento?
Elric rió quedamente, aunque el pinchazo en su pecho segó pronto su carcajada.
- Elric, quiero reunir de nuevo a la Flor de Kandala. La mayoría han muerto o desaparecido y los de razas menos longevas son ancianos ya, pero he encontrado a sus descendientes.
- Eso suena ominoso. ¿Qué pretendes hacer?
Crowen se volvió a mirarle, sus ojos se entrecerraron.
- Terminar lo que empezamos.
Elric tardó un segundo en comprender. Sus ojos se abrieron, sus puños se cerraron.
- No. No es posible.
- Los indicios apuntan a que si. Piénsalo, aunque mermados y rotos los mas fuertes sobrevivimos. Y ella era la mas fuerte de todos. Debemos encontrarla antes de que recupere su poder, localizarla y destruirla.
- ¿Por qué …nosotros?
- Por karma y misticismo, destruir a un demonio que posee el poder de un dios menor no es solo cuestión de estrategia y potencia, todos los que participamos en aquella batalla quedamos ligados, marcados de alguna forma entre nosotros. Debo rehacer el grupo, con los que como tu aún perviven y con los que considere dignos sustitutos.

Crowen le observó curiosa, el mago parecía sumido en sus pensamientos, relajado y tranquilo.
- Me sorprende como te lo has tomado. Esperaba rebelión e ira. ¿Acaso me he equivocado al suponer que aún queda algo del mago destructor que conocí?
Elric alzó el rostro, su cabello se deslizó a ambos lados, la miró y sonrió burlón, esa sonrisa que antiguamente provocaba estragos en su público femenino.
- Ni tu ni yo somos los mismos y sin embargo no hemos cambiado tanto. Como bien apuntabas hemos sobrevivido a lo imposible. No me gusta lo que me has hecho y te juro que algún día me lo pagarás, pero por ahora me interesa lo que ofreces.

El mago se incorporó pesadamente, con dolor y tiento, hasta mantenerse erguido, su corazón bombeaba lentamente cristales de hielo por sus venas entumeciendo su carne y agarrotándolo, Elric se concentró como llevaba décadas haciéndolo y encerró el dolor en un rincón de su mente.
- Sospecho, Crowen, que me reclamarás cuando sea el momento. Así que ahora te agradecería que me dejaras solo.
Crowen sonrió para si misma al reconocer en el tono del hechicero al Elric arrogante y dominante de antaño. Su misión había acabado allí y no tardó en abandonar el lugar con un ligero taconeo sobre las piedras de la fortaleza.

Elric no se volvió para ver marchar a la elfa, aunque esperó hasta que dejó de oir sus pasos. A continuación, lentamente, se encaminó hacia el centro de la estancia y con un esfuerzo evidente, se inclinó a recoger el anillo caído. Pasaron minutos mientras observaba la pequeña y perfecta joya resplandeciendo en su palma llena de restos de sangre.
- Kryena…
Elric cerró el puño sobre la joya y alzó la vista, por primera vez en décadas, lloró a su amor perdido sintiendo nostalgia y esperanza entremezcladas.


Una imagen restrospectiva de Elric y Kryena en otro mundo y otros tiempos.




1 comentario:

Percontator dijo...

Ha sido todo un descubrimiento.
Seguiré leyendo.
Gracias por tener tan buena memoria. :D