viernes, 4 de diciembre de 2009

Crowen (XXVI) Cuento de llama y ceniza.

Érase una vez una niña que vivía en una torre encantada. Allí tenía todo cuanto podía desear porque su padre era rey y señor y entre todas sus esposas la madre de la niña era su favorita.
La niña poseía salud, belleza y grandes dones y por ello sus hermanos la envidiaban y detestaban, y en las largas noches de invierno, conspiraban. Su madre temía por su vida y la mantenía encerrada, pero la niña era curiosa y un día se escurrió entre los barrotes de su jaula dorada. No bien empezaba a saborear su libertad cuando uno de sus hermanos se dirigió a ella acorralándola contra una balaustrada. Siendo mucho mas fuerte y cruel, el niño malvado la alzó sobre sus brazos y la arrojó desde lo alto, la niña quedó empalada en verjas afiladas y le cortaron las alas.

Tras noches de sueños en sangre y dolor, la niña abrió de nuevo los ojos al mundo y una vez mas se encontró encerrada.
- Voy a regalarte un secreto y un gran don. –le susurró su madre- te entregaré mi guardián, velará por ti y te protegerá. Pero ten cuidado con lo que le pides mi pequeña pues obedecerá tus órdenes sin vacilar.
Y la favorita del señor entregó a su hija su mayor tesoro, una hermosa doncella de llama y ceniza a quien puso por nombre Zai Yimissa, pues su hija era lo que mas amaba.
- Ahora eres tu mi dueña y señora, pues soy, mi niña, tu sierva leal, de madres a hijas se hereda mi legado y nada has de temer mientras permanezca a tu lado.


Y la niña sonrió y como niña se sintió diosa y poderosa, con semejante obsequio en sus manos cedió a su impulso infantil y sin pensarlo o meditarlo, deseó.
- Quiero que les hagas pagar. - siseó la niña aún herida.
- ¿Está segura mi señora, es retribución y venganza lo que escucho en sus palabras?
- Si. Que jamás se me vuelvan a acercar, que nunca se les olvide que no pienso perdonar.
- Así se hará.

Y a la noche el cielo se tiñó de púrpura y se escuchó el grito de un niño agonizar.
- ¡¿Pero que has hecho?! –gritó la niña espantada a la luz del alba.
- Tan solo lo que ordenó mi señora. Que les hiciera pagar.
- ¡No te pedí que lo mataras, tan sólo quería castigarles, que no olvidaran!
- Os aseguro que no olvidarán. –la doncella sonrió satisfecha, pues el dolor y la rabia la alimentaban.
- ¡Eres monstruosa! ¡No te quiero a mi lado, márchate! –gritó la niña llorando de pena y culpa contenidas.
- ¿Me liberáis? –la mirada de la doncella se hizo ávida.
- ¡Que te largues!


Y la doncella se deslizó fuera de su vista, con el hambre dibujado en la mueca de su cara. Y la niña lloró su dolor y su pena, saboreando el regusto de la maldad en su boca, sintiendo arcadas ante la realidad de su orden despiadada.
Y esa noche perdió su inocencia y algo murió en su alma. Y esa noche la serpiente de la retribución se enroscó en su garganta y a al alba escuchó el grito de una niña desgarrada. Y era ella la que gritaba, la que gritaba sobre el pecho de su madre asesinada.


- El odio engendra rabia, la rabia engendra violencia y la violencia en muerte acaba. No eres mas fuerte ni mas feliz ahora niña, pero si mas sabia. –la niña alzó los ojos anegados en lágrimas y miró a su padre, señor de La Atalaya.
Los ojos de él la miraban grises y helados, y la niña supo que con la muerte de su madre en ellos se había apagado una llama.

La niña se quedó sola y decidida llamó a la doncella malvada, que sinuosa y desafiante se presentó, altiva la frente, oscura y terrible, casi airada.
- Tu misión era protegernos, has fallado, has roto tu contrato. –le espetó la niña, furiosa y triste, tratando de comprender y entender, de canalizar su rabia.
- Tú me ordenaste y yo te obedecí. Luego me liberaste y yo obedecí. –no reclames ahora aquello que de tu lado arrojaste.
- Interpretas lo que quieres, eres astuta y malvada.
- Soy doncella de llama y ceniza. Tu madre era mi ama, me entregó a tu servicio. Ella está muerta y tu ya no tienes nada.
La niña de pronto entendió.
- Es lo que querías. Querías que te liberara.
La diablesa sonrió y ejecutó una burlona reverencia.
- Habéis sido mi mejor y mas efímera ama. –la doncella rió y su voz resonó.
- ¿Tu la has matado? ¡La mataste tu!
La risa malévola volvió a liberarse, hueca y cargada de malicia y perversidad.
- Fueron tus palabras, fueron tus elecciones. Se te dio un arma y la empleaste, no culpes a la espada de las heridas que causa, ¡pues tu la empuñabas!
- Te destruiré. –amenazó la niña.
- Me has liberado chiquilla, el contrato ya no vale nada. –y la diablesa se alejó con dos saltos y una voltereta, despidiéndose con una acrobacia, sátirica y humillante, sabiendo que aquella niña huérfana no era rival ni amenaza.


Y la niña cerró los puños y selló su boca. En dos noches había perdido la inocencia y cuanto mas amaba. No era ni mas feliz ni mas fuerte, no, pero su padre tenía razón, ahora era mas sabia.
- Es la sangre lo que te ata, doncella de llama y ceniza. No las palabras. Y pagarás tu deuda de sangre, cuando esté preparada.


Y la niña se irguió y secó las lágrimas. No puedo permitirme llorar. No quiero consuelo ni perdón, no quiero olvidar. Que me arrase la culpa y la tristeza, que no me suavicen las mentiras la realidad. Soy responsable de la muerte de mi hermano y mi madre y con ello debo cargar.


Y la niña salió de su jaula y buscó a su padre, y llamó a su puerta y aguardó paciente.
Y cuando la recibió el señor de La Atalaya la miró a los ojos y le hizo una sola pregunta:
- ¿Qué es lo que deseas?
La niña le miró y respondió sin vacilar.
- Todo.
El nigromante atisbó en su corazón y en su alma y asintió.
- No hay luz sin sombra, ni amor sin dolor. Se prudente siempre con lo que deseas, Crowen Malarod.


Y la niña aceptó su nombre y su padre la aceptó a su lado.

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