viernes, 18 de septiembre de 2009

Crowen (V) Baazel el demonio y la concubina del Rey Sombra.

En una de nuestras investigaciones liberé por accidente a un demonio, un príncipe exiliado, el inefable Baazel Yamaniel.
Algo en su nacimiento le había marcado de forma distinta, aunque nunca me lo reveló yo sospeché siempre que no era un demonio puro. Baaazel nos reveló los planes de su padre, un demonio peligroso conocido como el Rey Sombra. Los detalles de la amenaza son complejos y macabros, nos llevó casi un año de enfrentamiento silencioso, el demonio rey había sometido a un nutrido grupo de cultistas liderados por una ambiciosa mortal llamada Misao. Pretendían abrir un portal a nuestro mundo, cómo tantos otros mortales, la hechicera ambicionaba el poder y la inmortalidad que el demonio la prometía, pero fue una adversaria admirable, por derrotarla sacrifiqué todo lo que era y todo lo que tenía.
Hice lo que mi padre siempre me enseñó que no debía hacer, firmé un trato con un demonio. Baazel resultó ser un aliado y un adversario al mismo tiempo, no era tan malvado como sus “familiares” pero seguía siendo un demonio. A veces debía recordármelo. Trató de tentarme, seducirme y poseerme por todos los medios, si no hubiera contado con Valdor es posible que hubiera caído en sus redes. Teníamos un mismo objetivo aunque nuestros motivos fueran diferentes.
Durante cerca de un año reunió un ejército de demonios bajo su mando y yo convoqué a mis antiguos aliados.
Les recuerdo a todos… aunque sus rasgos comienzan a diluirse en mi memoria. Recuerdo a la hermosa y trágica Iset, la guerrera que mas tarde sería conocida como la Reina Triste, una criatura que no podía pertenecer a este mundo, que como yo, sacrificaría mucho mas tarde todo lo que amaba por un bien mayor.
Recuerdo a los dos hermanos, Elric y Kumara, el primero un hechicero mujeriego de fachada cínica poseedor de un oculto y gran corazón, la segunda, una sacerdotisa niña que en los momentos mas difíciles demostró mas arrojo y valentía que muchos grandes héroes.
Krayten el poderoso gigantón de las tierras del sur, Kryena la audaz, Samuel, un mago natural de impresionante talento y la peculiar pareja formada por Sirkani, la elfa criada entre lobos y su esposo, el vacilante, sonriente y encantador Persival, un bardo urbanita y una cazadora salvaje que me demostraron fidelidad mas allá del deber.

Les recuerdo a todos, a todos.

Pero están casi todos muertos.

La batalla fué brutal. Jamás he vuelto a participar en otra igual. Mi mente se niega a recordar mucho de lo que en aquél lugar de pesadilla aconteció. Luchamos, perecimos, vencimos.

Vencimos… pero a costa de un gran precio. Aquella noche se perdieron muchas vidas, Baazel y yo nos enfrentamos al Rey sombra y su consorte mortal. Estábamos muy igualados, ambos sabíamos que no podíamos prolongar el combate o seríamos destruidos, nos miramos y nuestros pensamientos se entremezclaron, entre nosotros existía ya un vínculo formado a causa de nuestro pacto. Se trataba de vencer o morir.
Recuerdo haber pensado en aquél momento que mi padre estaba equivocado, que mi destino me había alcanzado antes de tiempo. Mi mente voló hacia Valdor, mi consciencia le dedicó una caricia en forma de pensamiento…

-Eres el Señor de la Atalaya. –le dije a modo de despedida. Sentí su negativa, sentí su dolor y desesperación. Le sentí gritar “¡NO!” Pero no existía alternativa, no sé rendirme. Baazel y yo unimos nuestro poder y nos sacrificamos en un despliegue de voluntad para destruir a nuestros adversarios. Nos habían subestimado. Y lo hicimos, vencimos. Yo también había subestimado el sentimiento que Valdor me profesaba. No se conformó con mi decisión, con mi adiós. Reunió todo el poder del que era dueño y lo amplificó a través del Libro de Sangre.

-Es cuestión de voluntad. –me había revelado mi padre. Y la voluntad de Valdor Skarth era formidable.
Utilizó el poder del grimorio para preservar mi mente y mi cuerpo. Pero el Libro de Sangre exige siempre un sacrificio. Valdor me protegió a costa de su propia integridad, aquella tarde el cielo se tiñó de rojo sangre, el grimorio cobró su precio… y mi consorte, mi amigo, mi amante… me salvó la vida a costa de su cuerpo y su poder.

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