viernes, 18 de septiembre de 2009

Crowen (VIII) Mi muerte ritual.

Tras mi encuentro con Gaheris mi confianza en mi misma estaba algo mas restaurada, traté de enfocar mis esfuerzos a perfeccionar los dones que en ese momento poseía, procuré imponer mi voluntad a las sombras, hacerlas retroceder, dominarlas, darles forma. Pero cuando mas me esforzaba mas invadida me sentía.
En aquella época comencé a plantearme la idea de sacrificar mi existencia, pero aquello era una especie de rendición, y mi carácter, aunque quebrado, se resistía a la derrota. Supongo que la debilidad me volvió en aquella época mas “humana”, mas mortal… pero cuanto mas sensible me tornaba, mas vulnerable quedaba ante la influencia de la oscuridad vil.
Una noche trataba de realizar una invocación de un demonio mayor, no recuerdo bien lo que aconteció, mi mente se niega a aceptarlo. El demonio me exigió un sacrificio. Los corazones de dos hombres enamorados, de dos inocentes. Y yo… accedí. No recuerdo haberlos asesinado, pero si recuerdo mis manos ensangrentadas tendiendo mi macabro tributo hacia las fauces de la terriblemente hermosa súcubo, Disona. Aquella noche perdí mi alma y lo que quedaba de la antigua Crowen, la oscuridad me invadió casi por completo. Abandoné el Alba de Plata, me asocié con una compañía de asesinos y mercenarios, Los Lobos Sanguinarios… y durante un tiempo me entregué a un baño de sangre y poder delirante… siniestro.

Supongo que me habría ido hundiendo cada vez mas y mas en esa espiral de violencia y atrocidad. Pero tal y como Valdor había prometido… volvió a mi. O mas bien debería decir que me reclamó. Sentí el tirón mental de su orden psíquica. Sin poder evitarlo, con mi voluntad mutilada por la influencia demoniaca, me arrastró hacia él, hacia los páramos helados. Yo obedecí sin resistencia, su contacto me había devuelto parte de mi consciencia y el recuerdo de los crímenes cometidos recientemente me flagelaba dolorosamente. Recuerdo que llegué a él en pleno atardecer, tras un viaje que duró días, no me permitió ni comer ni guarecerme ni descansar. Trepé por rocas y ventisqueros con el cuerpo aterido hasta llegar a él en su refugio en plena montaña nevada. Cuando le vi mi mente se aclaró de súbito, fué como una revelación.

Valdor había recuperado todo su poder, su cuerpo se había regenerado y aunque aún mantenía los rasgos demacrados con que le había conocido, su enseña personal, sus ojos volvían a brillar con ardor helado.

-Crowen.

Yo le contemplé y sentí vergüenza. Él me había pedido que me mantuviera íntegra y no había sido capaz. Me había convertido en lo que ambos odiábamos, una sierva de la oscuridad vil, rendida a la voluntad de sus demonios.

-Ya no lo soy. – Le dije.- La Crowen Malarod que conociste no existe.

El me miró y sus ojos brillaron.

-Lo volverás a ser. No permitiré que tu alma sea devorada por el Vacío. Debe ser entregada al Libro de Sangre.

Yo parpadeé… y entonces lo sentí. El grimorio estaba de su parte, era su nuevo siervo y señor.

-Entonces haz lo que debe ser hecho. –le contesté.

Al decirlo, por primera vez en mucho tiempo me sentí en paz. Él me acogió entre sus brazos y me tendió sobre la nieve, sus dedos acariciaron mi rostro y mi piel por última vez.

-Que se cumpla lo que está escrito. –sentenció él. Pues Valdor conocía la profecía por la que ambos sabíamos que tarde o temprano moriría por su mano.
Valdor se inclinó sobre mi y sus dientes rasgaron mi piel, sació su sed de sangre en mi como nunca lo había hecho antes, sin contención, sin control alguno, drenó mi cuerpo hasta dejarlo exánime y cuando las últimas gotas de calor y vida me abandonaron me miró a los ojos, su rostro, su mirada intensa y cargada de devoción fue lo último que contemplé antes de expirar. Sentí la necesidad de decirle cuánto le amaba, tenía… debía decírselo. Mi garganta emitió un leve quejido, mis labios formaron las palabras, el ultimo aliento se transformó en una declaración muda.

-Valdor…

Nunca llegué a pronunciarlo. Morí mecida entre los brazos del único hombre a quien había amado, envuelta en hielo y nieve, bajo la mirada de un astro rojizo e impasible que se ocultaba en el horizonte, ajeno a sentimientos y tragedias, ajeno al amor y a la redención. Valdor envolvió mi mente con la suya, manteniéndome anclada a él mientras iniciaba el ritual. Me tendió sobre la nieve y con su sangre dibujó los círculos de protección y las runas de poder.

-Es cuestión de voluntad.-decía mi padre. Y la voluntad de Valdor era inconmensurable.

Valdor aquél anochecer volcó todo su conocimiento y poder, catalizado y aumentado a través del Libro de Sangre. Su voluntad se impuso a la oscuridad vil que teñía mi alma y la purgó, limpió mi sangre, aún rugiendo en sus propias venas, restauró mi mente, herida y atormentada, sanó mi cuerpo, lacerado e indefenso. Volcó en mi toda su esencia, todo su sentimiento. El Libro de Sangre latía, hambriento. Y Valdor pagó generosamente su precio.

-Vive, Crowen.

Valdor se inclinó sobre mi y selló mis labios con los suyos, regalándome su hálito. Mi mente se precipitó de nuevo a su dueña, mi consciencia se expandió por mis miembros, volví a sentir y el dolor me inundó, obligándome a arquear mi espalda y clamar al cielo mientras mis ojos se abrían desorbitados, virando brutalmente el iris de vil esmeralda a fuego helado en un instante. Estaba sumergida en una tormenta de sensaciones que amenazaba con enloquecerme, pero Valdor permanecía a mi lado, poderoso, incólume, como un ancla de realidad y templanza.

-¡Valdor! –recuerdo que grité.

El sonrió, me atrajo hacia él, me abrazó y me besó con ímpetu.

-Eres mi Ninfa de Sangre. Ni la mujer que fuiste ni la que temías ser. Una criatura nueva, con una nueva existencia. Vive, Crowen.

Le miré, aferrada a él y entonces volví mi vista al grimorio. Todo tiene un precio había dicho mi padre, cuidado con lo que le pides pues él es guardián del equilibrio.

-Te reclama. –adiviné.

Valdor asintió, sereno.

-Soy su señor, pero me debo a él. Debo continuar la obra que inició tu padre. Soy el guardián de sus secretos.

-¿Te volveré a ver? El me miró, sus ojos eran dos astros azules e imperecederos, me abrasaban.

-No hay nada escrito. Tu destino lo forja tu voluntad.

Supe que era una despedida. El Libro de Sangre y Valdor se habían fusionado y yo por ahora… no era digna de los secretos del grimorio ni de su poder. Debía recorrer de nuevo la senda que me conduciría a ellos. Pero hasta entonces, estaría sola. Le vi marchar a través de uno de los portales que tantas veces había convocado cuando vivíamos juntos, un paisaje extraño aguardaba al otro lado. Fuera donde fuera, se marchaba lejos de mi alcance. Él me miró, sonrió de medio lado. Era el gesto con el que se despedía siempre que cruzaba el portal, confiado en volver.

-Te amo, Valdor. – le dije a la soledad de la montaña mientras el portal se cerraba. Pero las rocas sólo me devolvieron un eco hueco. Bajé la vista triste, mis ojos se encontraron con dos palabras escritas en la nieve: Yo también.

No pude evitar sonreir.

Pasé la noche al raso. Al día siguiente me crucé con una patrulla de Caballeros de la Muerte, eran tropas del Rey Exánime y me uní a ellos.

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