lunes, 21 de septiembre de 2009

Crowen (XI) Sangre en Corona de Hielo.

En Corona de Hielo hay unas cavernas donde la magia y la vida aún perviven a pesar de los estragos de la plaga, la inclemencia del clima y los ejércitos del exánime. Pocos son los que se han aventurado en su interior, menos aún los que han retornado.


Una mañana desapacible, helada y tormentosa sorprendió al solitario jinete que atravesaba la llanura de hielo y roca en dirección a los pozos de acceso a las cuevas de cristal helado.

La mujer tiró levemente de las riendas y su talbuk rezongó, de ninguno de ellos emanaba vaho o calor alguno, el talbuk alzo la testa y olfateó el aire, momentos mas tarde su balido reverberó en las paredes de hielo.

- Calla Espina, conseguirás atraer a las vermis, y te juro, como lo hagas te ofrezco de carnaza.

La voz de la mujer era profunda y llena de matices, su tono moderado parecía desmentir lo azaroso de la situación. Su mano enguantada palmeó el cuello tenso y duro de su montura desprendiendo diminutos cristales de escarcha del pelaje de la bestia.

- Es mas al norte Crowen. – Susurró en su mente la voz del espíritu que la acompañaba.

- Lo sé viejo amigo, pero no me gusta ese paraje tan abierto, seremos un blanco perfecto.

- Ni tu ni tu talbuk desprendéis calor, sois invisibles a los sentidos de los vigías. ¿No era ese tu plan?

Ella rió quedamente.

- No muertos en territorio de los ejércitos del exánime, un par mas entre miles, si. Pero no somos como ellos, y aunque la masa en general es estúpida no hay que subestimar a sus lugartenientes. Muchos de ellos son nigromantes tan poderosos como lo fui yo en su día, podrían sentir el Grimorio.

- ¿Para que lo traes tan cerca de él entonces? ¿Por qué arriesgarse?

La pelirroja no se volvió a mirar la etérea presencia de su guía y amigo, le sentía intensamente cerca y eso le bastaba. Sus ojos de un azul glacial recorrieron la línea sinuosa de ese horizonte dentado y frío una vez mas mientras sus labios esbozaban una de sus ambiguas sonrisas.

- Este es un lugar preñado de magia nigromántica en estado puro, lo sientes tan bien como yo. Mi dominio y poder sobre el Arte está mermado y necesito esta energía, si no sintonizo completa y profundamente con el Grimorio terminará negándome el acceso a sus secretos.

- Crowen… lo que dices suena peligroso. Ni siquiera estás completamente recuperada del trance de tu reanimación, tienes media memoria fragmentada y tus poderes son una sombra de lo que eran. ¿Qué te garantiza que si flirteas con la magia negra de este lugar no terminarás claudicando ante ella?

La mujer apretó los labios en una mueca de determinación, esta vez si que se volvió a mirar al fantasma de forma directa, su mirada fulminante y afilada lo atravesó literalmente.

- No hay recompensa sin sacrificio. – sentenció- Si mi voluntad no prevalece significará que no soy digna heredera del Libro de Sangre y su conocimiento será recogido por otro.

- ¿Pero cómo…?

- Si fenezco o enloquezco busca a Valdor y dile donde buscarme, sabrá recuperar el Grimorio, tiene poder para reclamarlo.

- …

El espíritu no podía componer expresiones pero todo su aura vibró por un instante, el equivalente a un suspiro exasperado.

- Pelirroja testaruda, hasta tu cabra de Nagrand tiene mas sentido común.

El talbuk le dirigió una mirada cristalina y veleidosa, sus ojos antinaturalmente resplandecientes le escrutaron con desdén caprino. El fantasma reprimió el impulso infantil de responderle con una mueca burlona.

La mujer alzó la vista y oteó el cielo plomizo y cubierto de nubes bajas, podría haber un ejército de malditas vermis sobrevolándola y serían invisibles a sus ojos. La alternativa tampoco era halagüeña, desandar el camino y rodear la llanura bordeando los riscos, senda peligrosa por los desprendimientos constantes y los acechadores ocultos en las grietas. Crowen se lamió los labios helados, contempló una vez mas la pista silenciosa, grisácea y solitaria que se desplegaba ante ella y con una orden seca espoleó con saña a Espina, su talbuk reanimado se encabritó, lanzándose al galope con su particular trote de saltos largos. Sus pezuñas hendidas eran ideales para el hielo y la roca, y su naturaleza como montura no-muerta la convertía en mas que apropiada para ese infierno helado. Crowen detestaba el destrero del Bastión, tan exageradamente siniestro y llamativo, se había decantado en su momento por las esbeltas monturas de los Maghar, tanto el malhadado Espina, muerto y reanimado hacía poco, como su malhumorado hermano Gazur eran su preferidos.

Espina cruzaba la planicie con trote rápido y rítmico mientras su amazona se inclinaba sobre la testuz mirando alerta a ambos lados, expectante ante cualquier movimiento sospechoso que anunciase una emboscada. Los cascos del talbuk repiqueteaban sobre el hielo de forma ominosa, Crowen tenía la sensación de ir anunciando su paso a campanadas, pero era la única manera.

La emboscada no se hizo esperar, en Corona no podías dar dos pasos sin pisar algún esqueleto quejica o cultor envalentonado, las sombras de los cadáveres reanimados se perfilaron entre la ventisca, la oscura figura del nigromante que los comandaba se recortó nítida contra el cielo plomizo y su voz rasgó el silencio con graznidos agudos, hambrientos y cargados de odio.

Crowen no se lo pensó dos veces, su rodilla derecha se desplazó hacia atrás mientras su izquierda se adelantaba presionando los costados de Espina, el talbuk giró obediente y bajó la testuz, estaban cargando directamente contra las filas de muertos que se alzaban, su objetivo estaba claro, el nigromante al mando. Crowen lió las riendas sobre el pomo de la silla y controlando a su montura con las piernas desenvainó a Sangre de Kandala, la imponente espada sin´dorei que portaba a su espalda.

Espina bufó y transformó su carga, la potencia del talbuk resultó inesperada, los esqueletos y cadáveres salieron despedidos o cayeron tronchados bajo los cascos del animal, Crowen no perdía de vista al nigromante, a una orden suya, el mago perdió la voz, un leve gesto y sus pies se congelaron al suelo, la pelirroja se irguió levemente para maniobrar mejor a Kandala y alzándola sobre su hombro la descargó con toda la potencia de su fuerza e inercia de su carga sobre el cuerpo del cultor. No se volvió a mirar el resultado, captó por el rabillo del ojo como la cabeza, unida a un hombro y un brazo, volaba describiendo una curva macabra hasta caer rebotando como un fardo informe sobre el suelo helado. Ni siquiera un no-muerto se recuperaba de eso. Y si lo hacía, tardaría un buen rato.

Crowen rió, la carga le había hecho hervir la sangre, adoraba batallar desde muy joven, ahora su magia y su espada eran sus armas, la sangre su alimento… muy diferente de la nigromante engalanada en púrpura y ébano que se había hecho famosa por su despiadada fiereza, hubo un tiempo en que ella sola podía transformar un osario en un ejército, su hambre devoraba almas y su voluntad doblegaba a los caídos sometiéndolos a su voluntad. Ahora no poseía ni una cuarta parte del poder de entonces, pero como su padre le había inculcado, lamentarse es para los débiles. Crowen exprimiría al máximo sus poderes, no solo pretendía recuperar lo que había sido, tenía la firme intención de explorar nuevas cotas de conocimiento. Pero antes… antes debía ganarse el respeto del Libro de Sangre. Era su destino, su herencia, sin el se sentía y se sentiría eternamente incompleta.

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