viernes, 18 de septiembre de 2009

Crowen (VI) Corrompida por demonios. Descenso al infierno personal.

Ignoro cuanto tiempo permanecí inconsciente. Pudieron ser días, semanas. Desperté en una isla extraña, con Baazel a mi lado. Mi mente estaba fragmentada, destrozada, mi memoria hecha añicos, apenas era consciente de qué era y quién era. Mas tarde descubriría lo precario y terrible de mi situación, de nuestra situación.
Yo estaba impregnada de energía vil, había sido contaminada en cuerpo y alma. Mi conocimiento estaba perdido en las lagunas de mi memoria, mi poder… mermado y corrupto. Baazel tampoco recordaba quién o que había sido, había adoptado la forma de un elfo de sangre, aunque sus manos seguían siendo de sombra, detalle que le desconcertaba. De alguna manera extraña estaba unido a mí, se sentía impelido a acompañarme y protegerme.

En los días venideros descubrí con horror que mis poderes habían cambiado, mi lazo con los espíritus había menguado, así como mis habilidades psíquicas, sin embargo había adquirido poder sobre las criaturas demoniacas. Me había convertido en algo que detestaba, lo que conocemos como una invocadora, una bruja. Traté de bucear en mis recuerdos, algo dentro de mí me impelía a buscar a alguien, una noche su nombre emergió de entre las brumas de mi memoria, Valdor Skarth.
Al pronunciarlo, sentí que nuestro enlace mental se restauraba, sentí su voz en mi mente y sin pararme a pensarlo acudí a su encuentro.

Recuerdo haber caminado descalza sobre la hierba hasta la cripta donde se ocultaba. Me sentía débil, rota y perdida… Me detuve estremecida y flébil y en ese momento vislumbré en la penumbra una figura encorvada y renqueante que se acercaba a mi. Supe que era él al instante. Valdor se acercó a mi con reticencia, temeroso de mi reacción, pero era lo único real y seguro que había a mi alrededor, me eché en sus brazos angustiada por la vil oscuridad que amenazaba constantemente con devorarme desde mi interior. Al tocarle noté huesos donde antes había carne, sus dedos eran falanges al descubierto, su rostro estaba destrozado y ciego. Mi corazón se encogió, mis manos se alzaron a su cara, no sentía pena ni rechazo, le amaba, le amaba por encima de todo. Nunca se lo había dicho, nunca habían pronunciado mis labios esas dos simples palabras. Y en aquél momento de desazón, tampoco lo hice.
Valdor se encogió ante mi contacto, humillado, dolorido y triste, yo llevé sus manos esqueléticas a mi rostro, a mi piel.

-Mi hermosa Crowen. –murmuró acongojado, retirándose de mi contacto.
-No me importa Valdor. – Había lágrimas en mis mejillas, pero no le permití rehuirme, besé suavemente sus labios descarnados y en ese mismo instante una avalancha de recuerdos arrasó mi mente. Todo lo que había sido, lo que fui e hice se volcó en mi de forma caótica. Caí al suelo aturdida, Valdor me envolvió en sus brazos como tantas otras veces había hecho a lo largo de noches de eterna vigilia.
-Eres mi consorte, mi amante, mi señor. No te dejaré, Valdor. –mis palabras se susurraron trémulas pero decididas, mi lealtad para con él era inquebrantable. El se desprendió de mi y negó lentamente, sin poder verme.
-No así Crowen. Deseo estar contigo, acariciarte, tocarte, mirarte. Pero no como una ruina de hombre. Valdor me confirmó lo que yo temía. El Libro de Sangre me había rechazado al corromperme la energía vil, energía que terminaría devorándome, poseyéndome y el estaba demasiado débil como para utilizarlo. -En el norte hay un poderoso nigromante, un lich al que llaman el exánime. Voy a unirme a sus filas, mi plan es recuperar mi poder… y volver a ti. –me explicó.
-No se si quedará algo de Crowen cuando vuelvas, la sombra demoniáca que hay en mi me está anulando, mi integridad se disipa, me estoy convirtiendo en un monstruo despiadado y cruel, en una asesina sin corazón.
-La Crowen que conocí no se rendiría. -No permitas que me convierta en aquello que mas odio, Valdor. Prométemelo.

Él sabía bien a qué me refería. Me estrechó contra su pecho y asintió en silencio.
Cuando le vi marchar me quedé vacía y sin fuerzas. Creo que por primera vez en mi vida me eché a llorar.

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